Carlos Amorín
Comparto casi todo lo que opina Julio Angel Fernández. Para este caso, comparto sobre todo su percepción de que este debate provoca pasiones, maniqueísmos, sensacionalismos y cierta tendencia entre algunas personas a dividir todo en blanco o negro. Incluso suele producirse un fenómeno habitual en cierto tipo de discusiones: el invento del Otro. Un Otro al que se le atribuyen determinadas actitudes, comportamientos, razonamientos y argumentos completamente inexistentes, pero necesarios para poder colocar el tema en debate dentro de un brete y ahí sí, después de tanta peripecia, repartir rebenque a gusto contra una ficción.
Tales piruetas pueden resultar divertidas para esos superficiales que identifica Fernández, pero no aportan nada a la discusión. Por ejemplo, no leí en las páginas de BRECHA ni una sola línea que me indicara que existe un debate entre quienes están a favor o en contra de la ciencia, y mucho menos escribí algo con ese objeto. Sí leí varios artículos que intentaron llevar la discusión a ese terreno, pero creo que fueron opiniones que usaron el mecanismo que describí más arriba.
En lo que a mí concierne, no sólo no soy "contrario a la ciencia", sino que ni siquiera he dicho ni escrito que soy contrario a la biogenética, a la biotecnología o a la tecnología de los transgénicos. Nunca. Tal vez haya quien necesite atribuirme definiciones así de tajantes, pero ése no es un problema que yo pueda -ni quiera- solucionar. Yo he dicho y escrito que comparto las posiciones de quienes exigen que se aplique el principio de precaución para la liberación de los cultivos transgénicos, porque creo que no está suficientemente probada su inocuidad para la salud humana y para el ambiente. Antes bien, existen fuertes indicios, y en algunos casos pruebas concretas, de que sus riesgos son subestimados. Muchas personas tienen dificultades en creer que esto no está sucediendo por primera vez, que viene ocurriendo por ejemplo con los agrotóxicos desde la mitad del siglo xx. El ddt -"adelanto científico" producto de la "mejor industria química" de aquel momento que hasta le valió un premio Nobel a su inventor- se aplicó durante casi 20 años en todo el planeta. Fue el caballito de batalla del ingreso masivo de la química a la agricultura. El ddt era un aliado imprescindible contra todos los insectos rurales y urbanos. Pero ya desde hace un tiempo sabemos que es uno de los venenos más peligrosos para la salud humana y el ambiente que se liberó sobre el planeta, que su persistencia en el ambiente es tan grande que seguirá aquí por los siglos de los siglos, y que probablemente no haya ningún ser humano en el mundo que no tenga en su organismo alguna molécula de ddt. ¿Será necesario agregar que muchos deben -¿debemos?- tener bastante más que una, y que eso no es bueno para nada? No es la ciencia lo que se cuestiona, sino la mediocridad y el gran peligro contenidos en la "apropiación" de la ciencia para aplicarla "esencialmente" a la obtención de lucro. Don Alberto Soria, un veterano productor agrícola de Bella Unión que hoy intenta recuperar la forma de trabajo que le enseñó su padre, no por primitivismo, sino para retomar el camino del verdadero progreso, el que junta su bolsillo con su salud, la de su herramienta de trabajo -la tierra- y la del prójimo, dijo hace algunos meses (véase BRECHA separata agro, 22-ix-00): "La ciencia sin conciencia mata el alma".
Con respecto a lo que escribió la profesora Lisette Gorfinkiel, Fernández debería concederme el derecho de interpretarlo de otra manera, y eso sin "gritos apasionados, vocinglerías y epítetos descalificadores". Es probable que Fernández tenga más elementos que yo para estar tan seguro de haberle dado la interpretación correcta a lo que ella escribió. Ambos trabajan en la misma facultad y quizás hasta hayan conversado alguna vez acerca de estos temas. Personalmente debo remitirme a lo que Gorfinkiel escribió: "Los científicos no deben tener un lugar preponderante en esta discusión que concierne a la sociedad entera. Deberían instaurarse comités de ética y reflexión integrados por teólogos, psicólogos, filósofos, bioéticos, médicos. Pero para que un control realmente democrático pueda establecerse hace falta que todo el mundo entienda de qué se trata, y los artículos como el publicado en BRECHA por un intelectual tan prestigioso y leído en nuestro medio no ayudan precisamente a eso sino todo lo contrario. Es una lástima". Además de que la realidad ha demostrado que el artículo de Galeano publicado en BRECHA sí ha sido muy útil, puesto que disparó este debate, creo también que es obvio, que rompe los ojos, que está escrito así, que Gorfinkiel, con o sin intención, separó dos ámbitos claramente: el de la discusión, que ubica en comités de ética y reflexión, y el de quienes tienen derecho a estar correctamente informados para entender de qué se trata, que es "todo el mundo". Esa fue mi interpretación, hecha con honestidad y no con "necesidad". En mi opinión, los ámbitos donde se discute y reflexiona son activos, promotores de decisiones, y ahí no sólo puede estar representado "todo el mundo", sino que es imprescindible que lo esté. Eso es lo que no está sucediendo actualmente en Uruguay, para no ir más lejos, donde existe una Comisión Nacional de Evaluación de Riesgos de los cultivos transgénicos que no integra la Universidad de la República y ninguna organización social, y cuyo poder de decisión está concentrado en el mgap y... en el Ministerio de Economía. Sí, así de clarito.
Deseo que la interpretación de Fernández sea la correcta y la mía equivocada. Nunca debatí para ganar. Mi vocación, incluso cuando opino, es informar. No hay aquí ningún "detractor de la ciencia", sino alguien que puede y quiere defender el derecho de los científicos a trabajar en bien de la humanidad y no sólo en beneficio del bolsillo de unos pocos, como bien lo reivindica Fernández. Pero es necesario que así como se percibe la necesidad de que la sociedad en general esté correctamente informada acerca de los datos básicos de esta discusión, también los científicos lo estén del contexto real en el que se desarrolla el debate, incluyendo sus aspectos económicos, sociales, políticos, históricos y culturales, y se promueva activamente la participación ciudadana en "todos los ámbitos" que no sean exclusivamente técnicos.
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