Cuando
el tamaño importa
Los
fundamentalistas del neoliberalismo no transan con su
ley primera –y casi única–: "Quien manda es el
mercado". En esa perspectiva se podría decir que quien
hipermanda es el hipermercado. Esta modalidad
comercial que irrumpió hace pocos años en Uruguay ya
logró colocarse en el centro de la atención pública y,
sobre todo, captar una enorme porción del negocio
minorista. En principio se podría pensar que si ellos
venden es porque hay quienes compran, pero siendo esto
cierto no lo explica todo.
El alimento fue el primer producto industrializado
concebido para un mercado de millones de personas que
debía ser abastecido de manera renovada y constante.
Para algunos especialistas, la industrialización de la
actividad agro-pecuaria fue el resultado de la presión
de la industria alimentaria que descubrió su potencial
antes de disponer de la cantidad de productos
necesaria para alcanzar su propósito. La inyección de
cuantiosos recursos económicos al sector agro-pecuario
logró cuajar un modelo aún vigente: la agroindustria,
para la cual lo esencial era la calidad de la "materia
prima" desde el punto de vista de su procesamiento, de
su transformación en un producto final estándar. Los
sectores agroindustriales –incluyendo semillas,
agrotóxicos e insumos en general para el sector
agropecuario– pudieron determinar desde las políticas
agrícolas de los países del Norte (disponibilidad de
subsidios y demás) hasta las principales líneas de
investigación científica en la materia. Mediando el
siglo pasado nada parecía poder contener el avance
arrollador de la capacidad de influencia del sector
agroindustrial, y sin embargo...
Más grande que Súper
Quizás por eso puede parecer difícil de entender cómo
fue que la industria fabricante de alimentos cedió su
posición de poder, dominante, ante las empresas
comercializadoras. La respuesta es simple: porque la
agroindustria comenzó a producir más de lo que se
podía vender. Las estructuras comerciales de los años
cincuenta no habían evolucionado tan deprisa como las
industrias. Los supermercados fueron la primera
respuesta del sector comercial ante el productivismo
industrial. La expansión territorial (casi planetaria)
de la fórmula "tómelo, páguelo y llévelo" fue
simultánea a un proceso de concentración de la
propiedad que dio origen al nacimiento de grandes
trasnacionales de la venta al menudeo. La implantación
progresiva desde muchas fuentes de los actuales
hábitos de trabajo, consumo, transporte, en fin, del
modelo de vida hegemónico fue habilitando una
incorporación paulatina de nuevos rubros a los
antiguos supermercados, y la implantación de locales
cada vez más grandes, hipergrandes, en las zonas de
fuerte concentración urbana como las periferias de las
grandes ciudades. De ahí los hipermercados o grandes
superficies que venden indistintamente desde un litro
de leche, un juego de dormitorio, un automóvil y hasta
una casa pronta para ocupar, sustituyendo radicalmente
a la verdulería, la carnicería, la panadería del
barrio, así como a los pequeños y medianos comercios
locales de electrodomésticos, calzado, ropa,
perfumería, bazares, etcétera.
Este sistema de ventas obtuvo su mayor aceptación en
los años ochenta y noventa, sobre todo en los países
desarrollados con fuertes niveles de consumo y en las
grandes ciudades de los países menos desarrollados
donde se concentran sectores sociales con mayor poder
adquisitivo y culturalmente asimilados por el estilo
de vida llamado "moderno". La concentración progresiva
de la propiedad del sector, el desarrollo de novedosas
tecnologías de negociación con los proveedores y de
ventas han llevado a que en muchos países se haya
optado por reglamentar –con mayor o menor fuerza–
diversos aspectos de esta forma de comercialización.
Por otra parte, los escándalos alimentarios que han
ocurrido en muchos países del Norte –vaca loca, pollos
a la dioxina, transgénicos– cuestionaron la base
conceptual de una cierta forma de alimentarse y, por
tanto, de gastar el dinero. Nadie ignoraba que, en
general, la producción industrial de alimentos, sean
frescos o no, de origen animal o vegetal, apunta a
bajar costos para poder competir con precios menores y
recibir el beneficio de una mayor venta. Es lo que se
llama "producir a gran escala". Pero lo que pocos
sospechaban era que esa metodología, no sólo aceptada
sino estimulada, podría poner en peligro la salud
humana. La carrera desenfrenada por el mayor lucro
posible con el menor costo necesario desembocó en un
descrédito creciente de la oferta industrial de
alimentos. Lenta pero seguramente los consumidores
exigen no sólo precio, sino también seguridad,
inocuidad.
El alimento industrial tiene su templo mayor en los
hipermercados, donde hasta la estética está basada en
la oferta "a gran escala", ofreciendo una imagen de
abundancia, de infinitud cuantitativa, así como de
hiperdiversidad de opciones para cualquier producto,
incluso para el más simple. Lo que ayer deslumbraba
hasta la hipnosis, hoy genera desconfianza y rechazo.
Para conjurar estas tendencias de muchos consumidores,
los hiper-mercados europeos adoptan crecien-temente
una "escenografía múltiple", en la cual el gran hangar
aparece subdividido en numerosas petites boutiques
donde se intenta poner en escena una relación
personalizada con el consumidor, un ambiente
"artesanal" que, en realidad, ofrece los mismos perros
de antes pero con collares distintos. La estrategia de
las corporaciones, por tanto, comienza a adaptarse a
esta nueva realidad y ensaya distintas propuestas. La
que por ahora parece darles mejores resultados es la
desconcentración de las bocas de venta con centros de
acopio localizados por zonas. Esto es que las mismas
corporaciones crean nuevas "marcas" de cadenas de
minimercados con una oferta acotada a los alimentos
básicos, que son abastecidos desde depósitos cercanos
y regionalizados en toda la ciudad (un ejemplo apenas
incipiente de esta variante en Montevideo son los
Superfresco).
El hiperdesastre
Los efectos del arribo de estos transatlánticos a la
escuálida y provincial plaza local fueron bastante
difundidos hace un par de años, cuando la fusión del
grupo Casino-Disco con Devoto consolidó el llamado
"grupo francés". Esta operación, que costó 200
millones de dólares, permitió que esta corporación
trasnacional concentrara el 65 por ciento de la red
hipermercadista del país (conformada además por Ta-ta,
Tienda Inglesa y Multiahorro), y más del 50 por ciento
de todas las ventas en supermercados de Uruguay.
Entonces el fenómeno ya no sólo sacudía a los
almaceneros y pequeños comerciantes, sino que comenzó
a involucrar a grandes proveedores e importadores,
quienes empezaron a sentir el "rigor negociador" de un
grupo económico que se comportaba como un oligopolio.
Las protestas empezaron a llegar desde la propia
Cámara de Industrias –sumándose a las previas de
CAMBADU, ANMYPES y otras–, y éstas sí conmovieron al
gobierno de la época, que comenzó a analizar la
necesidad de regular el sector. Aunque ahora existe
una legislación específica y algo se ha avanzado
(véase recuadro), esencialmente lo que ha cambiado
desde entonces es la situación económica de la
sociedad uruguaya.
Internacionalmente la fórmula del hipermercado ha
provocado profundos cambios en la estructura de la
venta minorista. Un informe de la consultora ACNielsen
presentado en 2000 al Foro del Sector Alimentación, y
citado por un muy completo trabajo del doctor Camilo
Martínez Blanco –actualmente presidente de la Liga de
Defensa Comercial– publicado en 2001,* afirma que
"desde 1980, en Europa los hipermercados y grandes
supermercados han pasado de realizar el 25,2 por
ciento de las ventas de alimentación a un 55,4 por
ciento. Mientras que los pequeños comercios vieron
descender sus ventas, pasando del 26,4 por ciento en
1980 a sólo el 6,3 por ciento en 1999. En una década
el número de hipermercados y grandes supermercados en
Europa prácticamente se ha duplicado: en 1988 había
2.600 hipermercados, y el número ascendió a 5.050 en
2000. En cuanto a los grandes supermercados, en el
mismo período pasaron de 8.150 a 14.500. En el otro
extremo –agrega el informe– los pequeños comercios
operativos eran 550.000 en 1980, y apenas la mitad 20
años después".
Quién es quién
A nivel nacional, un estudio elaborado por encargo de
la CIU en 1999 mostró que "las cinco grandes cadenas
existentes en el país (Disco, Devoto, Tienda Inglesa,
Multiahorro y Ta-Ta) facturaron ese año más de 800
millones de dólares en 85 locales con un total de 99
mil metros cuadrados y 10 mil empleados". Según ese
informe, Ta-Ta facturó en 1999 90 millones de dólares
en 23 locales, Multiahorro 97 millones de dólares en
14 locales, Tienda Inglesa llegó a los 150 millones de
dólares en nueve locales, Disco ingresó 250 millones
de dólares en 20 locales y Devoto facturó 280 millones
de dólares en 18 locales. En 2000 se agregaron los 11
mil metros cuadrados y las 64 cajas del Géant.
Según Martínez Blanco, "la aparición de estas empresas
con un considerable poder de mercado del lado de la
demanda modificó la interacción tradicional entre
proveedores y el canal de distribución minorista, que
en general siempre había sido manejada del lado de la
oferta. El mayor peso de las cadenas de supermercados
hizo que, de un sistema en el cual el proveedor era en
casi todos los casos quien fijaba los precios, se
pasase a un sistema en el cual los precios surgen más
bien de una negociación difícil, ríspida y
problemática entre los proveedores y los
supermercados".
Para tener una idea de cuan "ríspidas" pueden ser esas
negociaciones conviene repasar un manual llamado
Técnicas de negociación para compradores, que si bien
no tiene identificación de origen se le atribuyó, sin
que se desmintiera, al departamento de compras de una
cadena de supermercados de Buenos Aires:
-
"Considere al vendedor como nuestro enemigo número
uno.
-
Pida, pida, pida, que ellos siempre terminan dando.
-
Nunca, jamás, acepte la primera oferta. Deje al
vendedor implorar. Esto da margen de mayor regateo
para nosotros.
-
Sea siempre subordinado de alguien, y considere que el
vendedor también tiene un superior que siempre tiene
más descuento para dar.
-
Tome nota de que el vendedor que hace un pedido de
sugerencias es en general más organizado y más
claro. Use su tiempo para explorar más a los
vendedores desorganizados que quieren entrar o
tienen miedo de salir de la organización.
-
No dude en usar argumentos aunque sean falsos, por
ejemplo que el competidor del vendedor siempre tiene
una mejor oferta, mayores giro y plazo.
-
No olvide que el 80 por ciento de las condiciones son
obtenidas en la última etapa de las negociaciones.
Deje al vendedor con miedo de perder.
-
Desestabilice al vendedor exigiendo cosas imposibles,
amenace con romper la negociación en cualquier
momento. Déjelo esperando. Marque una cita y no
cumpla. Haga que otro vendedor pase delante de él.
Amenace con disminuirles el espacio o sacar de línea
sus productos. Despida al promotor o repositor del
local, dele poco tiempo para decidirse, haga
cálculos aunque sean falsos. El vendedor termina
dando más.
-
Si el vendedor se demora en darle una respuesta,
dígale que ya arregló con un competidor".
Los hiperpesados
Los testimonios –casi siempre anónimos por temor a las
represalias comerciales– de proveedores de los grandes
supermercados en Uruguay confirman completamente esta
"técnica" de relacionamiento. El llamado efecto "reloj
de arena" es útil para un lavado y un planchado. Así
se representa la forma que adquiere el sistema que
alientan los hipermercados, ancho arriba, estrecho en
el centro y nuevamente ancho en la base. Arriba están
los proveedores, en el centro los comerciantes, en la
base los consumidores. Los grandes supermercados
pueden darse el lujo de seleccionar sus proveedores a
partir de una oferta amplia, diversa, y en el caso
uruguayo desde una apertura casi total, considerando
el tamaño de la plaza. Ellos son el cuello de botella
por el cual hay que pasar obligatoriamente para
alcanzar a la enorme mayoría de los consumidores
actuales, una ancha base con la cual esta modalidad
comercial ha desarrollado una relación cautiva y que,
en sí, es el verdadero poder de los hipermercados. En
Uruguay son aún muy pocos los que ya conocen e
intentan difundir conceptos tales como consumo
responsable, consumo inteligente, consumo asociado,
por lo tanto la mayor parte de los "compradores" está
domesticada a favor de una cultura "supermercadista" (one
stop shop), individualista (elijo lo que quiero,
cuando quiero y donde quiero) y autorreferenciada (yo
soy el centro del sistema porque todos quieren mi
dinero). Vanidad de vanidades, todo es vanidad... y a
veces también engaño. En realidad el consumidor casi
siempre es un semiautómata cuya conciencia está
dirigida por la publicidad, el mercadeo, la comodidad,
la alienación, y sus compras son claramente inducidas
y previstas por el sistema comercial que, además, ha
logrado prácticamente identificar a sus clientes uno
por uno mediante las tarjetas de fidelidad "juntapuntos"
y otros espejitos de colores. Cada compra del titular
de la tarjeta queda registrada en la memoria
informática del comercio, y a partir de esa
información básica una computadora estándar es capaz
de diseñar en breves instantes el perfil de compras de
cada cliente. ¿Usted siempre compra chocolate? ¿Le
gusta el vino tinto? ¿Cuántos preservativos usa por
semana? Cuando pase por la caja del supermercado y
extienda su tarjeta, sonría, porque lo están
radiografiando. Mañana el comercio podrá construir
paquetes de ofertas con el nombre, el apellido y el
domicilio de cualquier consumidor. Ellos dirán que es
un servicio eficiente, aunque se parezca demasiado a
una venta compulsiva.
Los hipervivos
Han pasado ya tres años desde que el tema adquiriera
relevancia en la agenda nacional, la mantuviera
durante un par de meses y luego desapareciera de las
preocupaciones del "público". En aquella época el
entonces ministro de Industria, Sergio Abreu, convocó
a las partes a su despacho, aunque por separado, y
después de la ronda resultó evidente que su respaldo
iba hacia los críticos del grupo francés. El propio
senador Alejandro Atchugarry, a la postre ministro de
Economía y hoy ya ex ministro, se pronunció en contra
de "todos los monopolios porque desde Adam Smith para
acá ya se sabe que esas posiciones terminan
perjudicando a los proveedores y a los consumidores".
Lesiones por Esfuerzo Repetitivo
(LER)
Mujeres con
brazos de hierro
En Uruguay hay diversas actividades laborales
potencialmente generadoras de lesiones por
esfuerzo repetitivo (LER),* como la limpieza de
oficinas, locales comerciales y domicilios, la
digitación sobre un teclado de computadora, la
costura a escala industrial, la conducción
profesional de vehículos en ciudad, entre muchas
otras. Pero hay una que se vincula especialmente
con los supermercados, y es la labor en la caja.
Casi sin excepciones es una tarea ejecutada por
mujeres. Una estimación conservadora indica que
una cajera de un supermercado promedio atiende
un cliente cada tres minutos, y que también en
promedio cada compra pesa seis quilos, esto es
que en las ocho horas diarias de trabajo una
cajera manipula casi una tonelada. A este
esfuerzo que hace exclusivamente con sus brazos
hay que sumarle la digitación rápida (cuando el
código de barras está defectuoso) y la
manipulación del dinero.
Haga usted una experiencia: pregúntele a la cajera del
supermercado donde hace sus compras si le duelen
los brazos. Después de la sorpresa, y si usted
despierta algo de confianza, la respuesta será
invariablemente un Sí en clave de confesión.
Esta enfermedad es aún mal conocida en Uruguay, se
confunde con simples tendinitis o problemas
dorsales. Por supuesto, la discapacidad que
provoca no es reconocida todavía como de origen
profesional.
*
Se trata de un conjunto de alteraciones
osteomusculares provocado por el desempeño de
tareas que requieren manipulación de peso
reiterada y/o movimientos repetitivos efectuados
con un ritmo intenso, como por ejemplo en las
cadenas de producción. Una vez instalada, la
enfermedad es crónica, irreversible y
generalmente impide al/la trabajador/a la
realización de cualquier esfuerzo cotidiano como
cepillarse los dientes, llevar un niño en
brazos, etcétera.
|
En el medio, la llamada crisis financiera puso cabeza
abajo a grandes sectores de la sociedad, y todavía hoy
los sacude con la esperanza de que caiga aún alguna
monedita de los bolsillos. Los supermercados, como
todo el comercio, perdieron cerca de un 50 por ciento
de sus ventas. Han tenido que rediseñar sus
estrategias. En alguno de ellos la calidad de los
productos ofrecidos y la estética de los locales han
caído con estrépito. Los clientes que quedan van
directo a lo más barato y adquieren lo mínimo
imprescindible. En el año 2000 el grupo francés se
aprestaba a montar una gran central de distribución
desde donde se abastecería a toda la cadena. Se
hablaba de 20 mil metros cuadrados de instalaciones
(es decir, cuatro veces lo que existía hasta
entonces). Estaban involucradas grandes corporaciones
trasnacionales como Saceem y Murchinson. Estaba
planteada la posibilidad de empezar a importar
masivamente productos básicos como forma de presionar
–aun más– a los proveedores locales. Estos planes han
sido detenidos, o por lo menos enlentecidos, y la
nueva situación socavó, en parte, la omnipotencia de
los supermercados. En la actualidad las condiciones de
negociación con los proveedores son más amables, se
contemplan más sus intereses, los plazos de pago son
más cortos y en general se respetan, etcétera. Pero
todos se preguntan qué pasará cuando las condiciones
varíen, cuando el consumidor frustrado regrese
lentamente a recorrer las cuadras de góndolas y las
cajas tengan otra vez colas de carritos repletos
esperando con parsimonia descargarse ante los lectores
de códigos de barras. Sólo los ingenuos no esperan que
se reponga el mismo sistema de antes, el que estas
mismas empresas aplican en todas partes del mundo, el
que probadamente les ha dado resultado: el lucro
salvaje.
Estas corporaciones trasnacionales no vacilan ante
nada para alcanzar ese objetivo. Practican desde la
persecución sindical (véase nota aparte) hasta la
competencia desleal, así como ingeniosas tecnologías
de venta. Un ejemplo de esto último –algunas de cuyas
aplicaciones "ocultas" bordean lo ilegal– son las
llamadas "marcas propias", esto es, productos que son
embalados en gran escala con la marca del supermercado
sustituyendo a la del productor. Esto permite ejercer
por debajo de la mesa una gran variedad de presiones
contra las demás marcas del mismo producto. A menudo
las de segunda línea son directamente sustituidas por
las marcas propias, y las de primera línea sufren todo
tipo de chicanas como achicamiento del frente de
góndola, mala reposición, limitación de la variedad de
productos de la misma marca, entre otras.
Paralelamente, el espacio asignado a las marcas
propias crece lenta e inexorablemente. Al fin, como
dice el dicho: "No hay matrero que no caiga". En lo
que se ha dado en llamar internacionalmente "la guerra
de las marcas", los supermercados llevan obviamente
las de ganar. Según explica Martínez Blanco, las
grandes superficies "Controlan las existencias de los
productos (tanto los de marca propia como los otros),
controlan el lugar que ocupan en las góndolas y
controlan la promoción, lo que les permite publicitar
primordialmente aquello que les dé más margen. Pero
además les cobran a los fabricantes de la marca
competitiva las 'cuotas por espacio' ('cabeceras de
góndola', o como quiera llamársele a las sumas que
exigen los supermercados antes de aceptar nuevos
productos y 'encontrar espacios' en las góndolas), lo
que siempre les permite situarse mejor que sus
'proveedores-competidores'".** Hay ejemplos,
inclusive, de cadenas de supermercados que exportan
sus marcas propias a otros países donde esos productos
son vendidos por terceros y llegan a ser líderes en
cantidad de venta.
Si a esta capacidad de "diseñar" la oferta y la
demanda, las condiciones de proveeduría y
almacenamiento se le suma la concentración
internacional creciente del sector, será sencillo
entender a quienes señalan los enormes riesgos que
está corriendo gran parte de la humanidad al permitir
que toda esta cadena alimentaria sea controlada por
tan pocas personas. Carrefour, la más
internacionalizada, posee casi 10 mil establecimientos
en todo el mundo, y la estadounidense Wal-Mart, la más
rica de todas las cadenas, facturó en 2001 casi 200
mil millones de dólares. Si bien la crisis que
experimenta el país ha provocado que las iniciativas
en ciernes se suspendieran, aplazaran o abandonaran,
es de esperar que en un futuro no muy lejano inclusive
la esmirriada y desvencijada plaza local vuelva a ser
codiciada. Si se produce el aterrizaje de nuevas
grandes cadenas de supermercados entonces, ahí sí, se
podrá desencadenar una verdadera guerra entre grandes
por posiciones monopólicas. Como quien dice, una pelea
entre dos Gulliver por el país de Liliput.
¡Sálvese quien pueda!
Carlos Amorín
Coedición Brecha / Rel-UITA
19 de
marzo de 2004
* Grandes cadenas. Poder dominante y defensa de la
competencia, Camilo Martínez Blanco. Fondo de Cultura
Universitaria.
** Op cit. Lesiones por Esfuerzo Repetitivo (LER)