Las
trasnacionales contra la salud pública |
La
decisión del gobierno de Brasil de importar a bajo costo un
genérico contra el sida contrasta con la decisión de un juez
argentino de prohibir la fabricación en su país de un
medicamento similar. Dos resoluciones contrapuestas que
reaniman el debate sobre la propiedad intelectual en América
Latina
En
Brasil, el presidente Luis Inácio Lula da Silva
autorizó el viernes 4 la importación del antirretroviral
Efavirenz, un medicamento comúnmente empleado para el
tratamiento del sida producido por el laboratorio
estadounidense Merck. Lo hizo recurriendo al
mecanismo de la “licencia compulsiva”, autorizado por la
Organización Mundial del Comercio (OMC) para importar
o fabricar genéricos de un remedio patentado pagando al
laboratorio propietario de la patente regalías (royalties)
muy moderadas.
Como era de
prever, mientras las asociaciones de usuarios de la salud y
decenas de organizaciones no gubernamentales calificaron de
“históricamente positiva” la actitud del gobierno brasileño, Interfarma, la cámara que reúne a las empresas de
investigación farmacéutica de ese país, puso el grito en el
cielo.
Según
expresaron estas últimas, de ahora en adelante ningún
laboratorio querrá “invertir en investigación para producir
nuevos medicamentos en Brasil porque sus derechos
serán conculcados”. Nada de eso sucederá, les respondió el
ministro de Salud, José Gomes Temporao. Gomes
se basó en un “simple cálculo económico: las empresas bien
saben que Brasil está entre los diez principales
consumidores mundiales de medicamentos y no querrán perderse
ese mercado”.
Nunca antes
Brasil había tomado una medida similar a la de este
mes, puesto que siempre había llegado a acuerdos con las
trasnacionales del sector. Con Merck, séptimo
laboratorio farmacéutico mundial, el gobierno de Lula
negoció sin éxito durante varios meses. Le reclamaba que le
vendiera el Efavirenz a un precio similar al que le cobra a
otros países del tercer mundo en que el número de pacientes
con VIH es muy inferior.
Hasta
ahora, el medicamento llegaba a Brasil a razón de 1,5
dólares el comprimido, cuando a Tailandia llega a
menos de un dólar, siendo el número de usuarios del
retroviral muy superior en el país sudamericano (más de
75.000) que en el asiático.
Como el
laboratorio no se avino al pedido, el gobierno decidió
recurrir al mecanismo de la licencia compulsiva e importar
copias del Efavirenz de India a 45 centavos de dólar
por comprimido, abonando a Merck 1,5 por ciento por
concepto de royalties, y ahorrando, según sus cálculos, más
de 30 millones de dólares al año de aquí a 2012, cuando
vence la patente de Merck.
Que el
origen de las copias importadas por Brasil sea
India no es un dato cualquiera. El país asiático está
embarcado en una cruzada contra las transnacionales del
sector farmacéutico. A fines de enero pasado, el gobierno
indio suspendió la licencia de un medicamento contra la
leucemia, el Gleevac, de que gozaba el laboratorio suizo
Novartis. Consecuentemente, el genérico en el cual está
basado el Gleevac comenzó a venderse en el mercado indio a
un precio diez veces inferior al impuesto por Novartis.
El laboratorio helvético inició un juicio contra el gobierno
asiático, que a su vez fue respaldado por 200 mil usuarios
firmantes de una declaración en favor de “la defensa del
derecho a la salud”.
En 2003
Brasil, apoyado por India, obtuvo un resonante
triunfo en la Organización Mundial de la Salud cuando logró
que se reconociera el derecho de un país a fabricar
medicamentos patentados o importar copias provenientes de
terceros países que los produzcan más baratos en caso de
graves riesgos para la salud pública. Estados Unidos
votó en contra.
Por el
contrario, la actitud asumida por un tribunal de comercio
argentino va en el sentido de la prédica de gobiernos como
el estadounidense, al haber aceptado la demanda del
laboratorio trasnacional Bristol Myers Squibb de
prohibir la fabricación local del antirretroviral didanosina,
utilizado, como el Efavirenz, en pacientes con VIH.
En
diciembre, el laboratorio argentino Richmond había
ganado una licitación convocada por el Ministerio de Salud
Pública para adquirir didanosina, uno de los 17
antirretrovirales que el Estado distribuye a pacientes
carentes de cobertura social.
De
inmediato, Squibb impugnó la licitación, arguyendo
que era dueño de la patente del medicamento y que una
convocatoria de tal tipo violaba sus derechos. En enero el
juzgado Civil y Comercial número 9 le dio la razón. La
decisión recién tomó estado público a fines de abril, cuando
la difundieron, para denunciarla, la Cámara Industrial de
Laboratorios Farmacéuticos Argentinos y la Cámara Empresaria
de Laboratorios Farmacéuticos. Con fallos de esta clase se
favorece “la generación de monopolios y se pone en riesgo la
provisión de medicamentos a la población”, señalaron ambas
instituciones que agrupan a empresas de capitales nacionales
en un comunicado conjunto.
La
resolución judicial le significará al Estado argentino un
gasto suplementario de un millón de dólares por año en una
droga que se fabrica localmente, dijo por su lado el
ministro de Salud Ginés González García. “Es un abuso
y una extorsión a la democracia”, afirmó el jerarca al
diario Página 12, que consagró un informe al tema. Y
explicó: “para muchas drogas el sistema de patentes se está
agotando. Entonces algunos laboratorios, como sucedió en
este caso, realizan una pequeña innovación para decir que
tienen una droga nueva y conseguir así una nueva patente.
Son maniobras que realizan con estudios jurídicos y que les
permiten mantener artificialmente derechos exclusivos por
varios años más y fijar altos precios”.
En el mismo
sentido, el profesor de la Universidad de Buenos Aires
Carlos Correa indicó que “lo que Bristol hizo en
Argentina fue conseguir una patente registrando no la
droga básica sino una forma particular que le dieron a la
tableta de didanosina. Esta pequeña modificación les alcanzó
para obtener derechos, con lo que impiden la competencia en
el mercado, anulando la licitación del ministerio”.
Correa
recordó que Bristol tiene antecedentes de
comportamiento monopólico en los propios Estados Unidos.
En 2003 tuvo que llegar a un multimillonario acuerdo
extrajudicial para no ser condenado por los tribunales de
comercio. El laboratorio había bloqueado la venta de
genéricos que competían con algunos de sus medicamentos
“estrella” para tratamientos oncológicos. Para quedarse en
exclusiva con ese mercado, cercano a los 2.000 millones de
dólares, la firma llegó a pagar a otro laboratorio que
fabricaba productos similares unos 70 millones de dólares.
Según
estima en su informe Página 12, el conflicto desatado tras
la decisión del tribunal de comercio “es considerado un caso
testigo en Argentina”.
Hace año y
medio, en octubre de 2005, el ministro García Ginés
había anunciado la posibilidad de que su país produjera
medicamentos genéricos contra la gripe aviaria, que
comenzaba a hacer estragos en el planeta, mediante el mismo
sistema al que recurrió ahora Brasil de licencias
compulsivas.
Poco
después, Ginés planteó en la cumbre de ministros de
Salud que se celebró en Canadá la necesidad de
“permitir la producción pública de fármacos, sin necesidad
de licencia, contra la gripe aviaria para evitar la
expansión de la pandemia”. China y otros países lo
apoyaron, pero la cumbre culminó sin acuerdo al respecto.
Los representantes estadounidenses estuvieron, una vez más,
entre los más firmes defensores de los “derechos de
propiedad intelectual” de los grandes laboratorios
trasnacionales.
En
Uruguay, apenas se planteó la posibilidad de que el país
firmara un tratado de libre comercio (TLC) con
Estados Unidos, postergada por el momento por el
gobierno del socialista Tabaré Vázquez, la
industria farmacéutica y los laboratorios de investigación
nacionales alertaron sobre la consecuencias que un acuerdo
de ese tipo podría acarrear sobre la salud pública.
“Uruguay
tiene una estructura farmacéutica original en la región, en
la que los medicamentos nacionales representan el 90 por
ciento del total consumido, cuando en el resto del área no
se alcanza al 60. El relativo buen acceso de los uruguayos a
la salud se explica por el bajo precio de esos
medicamentos”, señaló Patricio Olivera, gerente
general del laboratorio de capitales nacionales Gautier.
“Un TLC con Estados Unidos tendría entre sus
primeros efectos la destrucción de ese sistema y a mediano
plazo la desaparición de la industria farmacéutica y de los
laboratorios vernáculos. A lo sumo los que quedarían serían
aquellos que se dediquen a vender analgésicos en base a
patentes expiradas u otros que compren licencias, pero
industria como tal sin duda no habría”.
En Montevideo,
Daniel Gatti
© Rel-UITA
9 de mayo de 2007 |
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