En otra nota (Suspendida
zafra azucarera en Veracruz) se informa sobre los problemas que
afectan a los ingenios azucareros mexicanos como consecuencia de la paralización
de la cosecha de caña por parte de los productores. A este factor se le suma la
escasez de mano de obra como consecuencia de la migración
Hace 10 años, la región cañera
veracruzana del Papaloapan –que suministra materia prima a los ingenios
San Cristóbal, San Gabriel, Tres Valles, San Pedro y
San Francisco– llegó a emplear a 20 mil jornaleros, pero en la
zafra más reciente apenas llegaron a la zona 10 mil, lo que ha obligado a los
productores a comprar máquinas cosechadoras para compensar el déficit de mano de
obra.
Se cree que la mayoría de los
campesinos que se dedicaban al corte de caña en el corredor azucarero se han
marchado a Estados Unidos, donde ganan en tres horas lo que en México
en una semana, bajo el sol, cortando, despuntando y cargando la gramínea.
La inversión para “mecanizar al
campo” y lograr que la cosecha sea levantada a tiempo es otro de los conflictos
que aquejan a los cañeros, a lo cual se suma al retraso de la molienda 2007-2008
por no tener un precio de garantía para el producto. Dirigentes de las
organizaciones cañeras afiliadas a las confederaciones Nacional Campesina (CNC),
Nacional de Productores Rurales (CNPR) y la Unidad Cañera Democrática (UCD)
coinciden con las autoridades municipales a la hora de alertar sobre el riesgo
de dejar sin trabajadores a esta agroindustria.
La compra de máquinas
cosechadoras y cargadoras de caña es la opción inmediata para sustituir al
cortador, pero tiene dos desventajas: el costo de cada unidad supera 3 millones
de pesos (273.473 dólares) y no sustituye del todo las habilidades humanas.
“Una máquina corta todo,
pero no camina si hay desniveles en el terreno y no selecciona para que cada
mata sea aprovechada sin desperdiciar; en resumen: las cosechadoras no tienen
ojos, son ciegas”, explica Higinio Vallejo, ingeniero agrónomo y
supervisor del ingenio San Gabriel. La diferencia está en que “un
jornalero corta en el lugar preciso, no hay que afilarle las cuchillas ni
engrasarlo, no mete impurezas ni apila la caña al garete; es decir, rinde más
que la máquina.”
A largo plazo, señala
Rogelio Fabián Uscanga, dirigente de la CNPR en el ingenio San
Cristóbal, todo se mecanizará, pero no será suficiente y el rendimiento de
la caña mermará, pues una máquina corta todo y llega en ocasiones a destrozar la
cepa de la mata, lo cual la vuelve inservible.
Sólo en el municipio Carlos
A. Carrillo, sede del complejo azucarero más grande del país, operan 32
cosechadoras que sustituyeron a 3 mil labriegos, pero aún deben ocuparse casi 5
mil trabajadores para cosechar toda la caña. “El problema es que no hay gente,
ya se fueron de ilegales”, señala Fabián Uscanga. Anualmente, los
poblados de la cuenca del Papaloapan recibían hasta 4 mil jornaleros de
Oaxaca, Guerrero y Tabasco, “pero ya no vienen”, afirma.
“Ni siquiera por acá tenemos gente, pues sale mejor irse de indocumentado a
Estados Unidos, donde llegan a ganar en tres horas lo que aquí logran en una
semana”, explica.
En la última zafra, la tonelada
de caña cortada y cargada hasta el camión se pagó en 30 pesos a los labriegos,
que llegan a acumular 600 u 800 pesos a la semana. “Antes todo esto era una
romería, porque había mucha gente en los campos; ahora sólo vemos máquinas”, se
queja Ana María López, quien dejó de llevar el almuerzo a los sembradíos
de Amatitlán porque su esposo y tres de sus hijos se fueron hace cinco años a
Illinois. “Es un éxodo impresionante, desde el bajo Papaloapan hasta
la región de Los Tuxtlas: 500 personas por semana, 2 mil al mes, emigran.
Eso explica por qué no hay manos para la zafra”, resume la alcaldesa de
Santiago Tuxtla, Jazmín Copete Zapot.
La Jornada
27 de noviembre de 2007
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