La industria salmonera
en Chile
El salmón disputa con el concentrado de
molibdeno (un subproducto del cobre) el segundo lugar -el primero
lo ocupa el cobre- en las exportaciones de Chile. Las
exportaciones de salmón durante 2006 aumentaron en términos de valor
con una tasa de crecimiento del 49 por ciento, superando los 2.200
millones de
dólares, los principales mercados fueron Japón, EE.UU.
y la UE. En sólo 20 años Chile se
convirtió en el segundo productor
mundial de salmón cultivado -el primero es Noruega- con
cosechas que superan las 600 mil toneladas al año. Se estima que
actualmente Chile produce dos de cada cinco salmones que se
consumen en el mundo y que la mano de obra ocupada por este sector
se encuentra en el entorno de las 40 mil personas.
La otra cara de la Industria son los
altos costos ambientales y sociales. Entre los primeros se destaca
la relación entre el salmón y los peces pelágicos con los que se
elabora su alimento. La relación difiere según las fuentes y va
desde 5 a 9 kilos de pescado por cada kilo de salmón -ahora están
experimentando alimentar a los salmones con un producto a base de
porotos (frijoles) lupines. Si la relación alimento/salmón
permanece igual y consideramos que la industria espera duplicar su
producción para 2013, ese año se necesitarían cerca de 12 millones
de toneladas de peces para alimentar a 1,2 millones de toneladas de
salmones, que de esta forma competirían con la alimentación humana,
dado que las zonas pesqueras del Pacífico Sur se destinarían
casi exclusivamente a alimentar los salmones. Tal cantidad de
alimento produce, lógicamente, una cantidad equivalente de
excrementos y los de los peces cultivados en la X Región equivalen
actualmente a los desechos de una población de siete millones de
habitantes como Santiago. Las heces y los restos del alimento
se depositan en el fondo de los lagos donde los salmones inician su
vida para luego ser trasladados al mar y la descarga de estos
nutrientes (fósforo y nitrógeno) en las aguas puras de los lagos
oligotróficos (no suficientemente nutridos) favorece el desarrollo
de algas que pueden desoxigenar las aguas. Estudios realizados en
2001 indicaron que del alimento suministrado a los
salmones, solamente el 20 o 25 por ciento es asimilado por éstos,
mientras que el resto queda en el ambiente de una forma u
otra. Finalmente, la industria genera una enorme cantidad de
desechos en el proceso de faena que generalmente termina en los
cursos de agua.
Además, la Industria ha sido acusada de
utilizar antibióticos en abundancia, contribuyendo a acelerar la
resistencia de las bacterias a estos medicamentos. También utiliza
el verde malaquita, un funguicida extremamente peligroso para la
salud; pintura antifouling que produce graves daños a la fauna y
colorantes destinados a teñir la carne de los salmones (que no es
rosada) según la preferencia de los consumidores. Las jaulas,
instaladas en la cercanía de la costa -cuando no se utilizan
depositadas en la arena- provocan una contaminación visual que
perjudica la explotación del turismo, en el pasado un ingreso muy
importante para la X Región.
Por su parte las consecuencias sociales
son diversas y graves. Aproximadamente un quinto de la población de
Chiloé trabaja como mano de obra asalariada ligada de alguna
forma a las salmoneras. La mayor parte de estos trabajadores y
trabajadoras no supera los 45 años. Estas personas provienen de una
cultura de autosubsistencia (especialmente pequeños campesinos) por
lo tanto carecen de una cultura proletaria, dado que la mayoría, al
igual que su familia, nunca trabajó en forma asalariada. También
aparecieron nuevos sectores, como los empresarios del salmón, los
gerentes, los administradores y técnicos y sus familias que
modificaron las costumbres existentes en la isla.
En 2006 el salario promedio en la
Industria salmonera se encontraba en el entorno de los $ 200 mil (US$
380). Según datos oficiales, en la X Región, donde se concentra más
del 80 por ciento de la producción salmonera, cuando comenzó el boom
de la salmonicultura en 1990 era la séptima región más pobre y en
2003 la sexta más pobre. Es decir que en 13 años, la región se
volvió, en términos relativos, más pobre. Existen otros datos que
ilustran esta situación, por ejemplo, los manejados por el diputado
socialista Fidel Espinoza, quien asegura que en 2006, por cada 100
dólares que se exportaron de salmón 4 fueron destinados al pago de
salarios, 50 fueron las ganancias netas y 46 estuvieron destinados a
la alimentación de los peces, mantenimiento y otros gastos.
En gran medida la situación
anteriormente mencionada obedece a la existencia de un alto
porcentaje de trabajadores subcontratados. Según datos de 2006
suministrados por la Dirección General del Trabajo, alrededor
del 60 por ciento de la mano de obra en esta industria proviene de
empresas subcontratistas y algunas salmoneras cuentan con hasta 40
prestadoras de servicio tanto de buceo como de planta. No es de
extrañar entonces que durante el primer semestre de 2006 la tasa de
infracciones laborales en el sector fuera de 80 por ciento.
A lo anterior se le suman las
condiciones laborales, causantes de enfermedades ocupacionales y
problemas de carácter social. El trabajo de las mujeres generalmente
se realiza de pie y en jornadas que exceden las ocho horas. Como el
salario está ligado a un bono de productividad, las trabajadoras se
esfuerzan hasta el punto de evitar ir al baño, lo cual les provoca
una serie de enfermedades. Todo el proceso se realiza en un ambiente
frío (alrededor de 7º C) húmedo y con el piso mojado y la forma de
trabajo es causante de lesiones por esfuerzos repetitivos (LER).
No es de extrañar entonces que la X Región se destaque por la alta
tasa de dependencia del alcohol en las mujeres (8,3 por ciento)
casi el doble del promedio nacional (5 por ciento) y superior a cualquier
otra región.
Como corresponde al modelo de
acumulación capitalista preponderante en Chile, se está
produciendo una gran concentración de capital en la industria
salmonera. En 1994 existían 100 empresas, diez años más tarde eran
solamente 50 y en alrededor de 15 de ellas figuran los mismos
dueños. Cinco empresas concentraron la mitad de las exportaciones de
salmón y trucha registradas en 2006, se tratan de Marine Harvest,
AquaChile, Mainstream, Pesquera Camanchaca y
Salmones Multiexport.
Marine Harvest lidera las
exportaciones (300 millones de dólares) con una participación de 15
por ciento del total. En realidad su presencia fue mayor en virtud
de su fusión con Fjord Seafood, propiedad del magnate noruego
Jhon Fredriksen, que inició su fortuna transportando
petróleo del Golfo en unos viejos barcos cuando nadie quería
hacerlo. Según los datos que poseemos, la empresa emplea, entre
centros de cultivo y plantas de proceso, a 2.800 personas, con un
salario promedio para los operarios de $ 320 mil (US$ 609). En 2006
en esta empresa existían siete sindicatos y dos convenios
colectivos.
El tercer puesto lo ocupó Mainstream
Chile S.A., filial de Cermaq, donde el Estado noruego
participa como socio capitalista, con 9,3 por ciento de
participación. Esta empresa ocupa unos 2.300 trabajadores, con un
sueldo promedio para los operarios de $ 280 mil (US$ 533).
Como es característico en Chile,
en la misma proporción que los capitalistas se concentran
fusionando empresas, los trabajadores se dispersan en diversas
organizaciones. En la Industria del salmón hemos contabilizado tres
federaciones con asiento en Puerto Montt y cuatro en la isla
de Chiloé, así como sindicatos diversos en la XI y XII
regiones, a lo que se suma la citada Confederación Nacional de
Trabajadores del Salmón (Conatrasal). No obstante, la tasa de
sindicalización en la Industria salmonera según los últimos informes
de la Dirección del Trabajo llega al 20 por ciento, bastante
superior a la media nacional que es del 11 por ciento. También
debemos destacar que según la ley, los únicos que legalmente pueden
negociar colectivamente son los sindicatos de empresa y, según el
Código de Trabajo, solamente para sus afiliados. De manera que si
bien las federaciones y confederaciones representan un loable
esfuerzo unitario, el que estén impedidas de negociar lleva a que
los trabajadores no las perciban como herramientas capaces de
satisfacer sus necesidades inmediatas.
Con ese panorama, los convenios
colectivos dejan mucho que desear. El de Marine Harvest
de Quemchi (Chiloé) es de uno de los mejores y no es
casualidad, dado que en esa planta casi el 100 por ciento del
personal está sindicalizado. De todas formas tiene algunas cláusulas
curiosas. Por ejemplo la ayuda por siniestro (incendio u otro
cataclismo que afecte la casa del trabajador o accidente invalidante
en cónyuge o hijos reconocidos como cargas) donde la empresa se
compromete a entregar una suma de dinero igual a la que los
compañeros de trabajo reúnan en una colecta. También llama la
atención la cláusula sobre la “Fiesta de Navidad”, que ofrecerá la
empresa “siempre que esté en condiciones de hacerlo y siempre que se
asegure una buena integración a la empresa, del trabajador y su
familia”. Como señalamos anteriormente, complementan el salario
cuatro bonos: vacaciones, escolaridad, producción y colación; a los
que se suman dos aguinaldos (fiestas patrias y Navidad). En otros
casos los convenios colectivos se parecen mucho a un reglamento
interno donde se enumeran las obligaciones de los trabajadores. Para
corregir esta situación es necesario modificar la legislación
vigente y para ello se necesitan organizaciones sindicales fuertes.
Este es el círculo vicioso en el que hoy se debate el movimiento
sindical chileno y al que los trabajadores salmoneros no son ajenos.
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