El 
pasado 29 de marzo se inició el proceso negociador entre el 
Sindicato Nacional de Trabajadores de la Industria 
Agropecuaria (SINTRAINAGRO) y el gremio de los productores 
bananeros. La negociación se instala en un momento delicado 
–hasta crucial– para el sindicalismo colombiano, y en medio 
de la consolidación de un modelo agropecuario autoritario y 
excluyente, ahora favorecido por el Tratado de Libre 
Comercio con Estados Unidos. 
  
Introducción
 
Historiar 
la violencia en Colombia sin hacer referencia al pasado 
reciente en Urabá, es tan impensable como lo sería el 
abordaje de la lucha y los desafíos del movimiento obrero 
colombiano desconsiderando la historia y la organización 
sindical de las trabajadoras y trabajadores bananeros en 
torno a SINTRAINAGRO. 
En Urabá, 
una región atribulada por la violencia –rica en 
territorio y pobre en Estado– emergió un sindicato 
que no sólo logró avanzar a pesar de los desgarros 
infligidos por los grupos alzados en armas, sino que además, 
con inteligencia y unidad, ha sabido blindar un Convenio 
Colectivo para todo el sector bananero, en un país en el que 
se observa un evidente “proceso de marchitamiento de la 
negociación colectiva”, como lo denunciara el movimiento 
sindical en ocasión de la visita de la 
Misión de la OIT en octubre de 2005.
 
A inicio de 
los noventa, cuando se galvanizó la violencia sobre todo en
Urabá –donde tuvo su expresión más radicalizada– se 
efectuó en Colombia una serie de reformas económicas y 
políticas con el afán de encuadrar al país bajo las órdenes 
del neoliberalismo. Esto se tradujo en la instrumentación de 
medidas que impactaron muy negativamente, entre otros, en el 
mundo del trabajo, profundizándose un proceso sistemático de 
precarización laboral y desprotección para los trabajadores, 
al tiempo que el desempleo se incrementó a niveles inéditos.
 
El país 
comenzó a transitar por una senda contraria a los principios 
rectores consagrados en la Constitución de 1991, acelerando 
la agudización de la exclusión y la desintegración social, 
de la inequidad en la distribución del ingreso y promoviendo 
una mayor concentración de la riqueza. “El país sufrió un 
proceso de desindustrialización. Se reformaron 
–desnaturalizándolas– las leyes laborales y se implementaron 
sistemas privados de seguridad social, se promulgó la Ley 
100 que le quitó a los trabajadores estabilidad y hoy, 16 
años después, el país se ha empobrecido y la desigualdad ha 
crecido”, comentó a Rel-UITA Hernán Correa, 
vicepresidente de la CUT y secretario general de 
SINTRAINAGRO. 
 
Como 
veremos más adelante, por ese camino perdió el grueso de la 
sociedad y perdió Colombia como Nación en la salvaguardia de 
su soberanía alimentaria. 
 
Urabá en los 90
La esquina más violenta del mundo
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“…a Urabá se le mira casi siempre, con el 
enfoque del horror de la masacre que 
acaba de ocurrir y a la espera de la 
siguiente…”  
(1995) |    | 
 
De 1990 a 
1995 se produjeron unas 170 mil muertes violentas en 
Colombia. Canadá, con una población similar a la de 
Colombia, registró en 1990 apenas siete homicidios por arma 
de fuego contra 25 mil en Colombia. En este escenario 
convulsionado y caótico, Urabá era la región más 
afectada por la espiral de violencia que sacudía los 
cimientos de la propia nación. Allí confluyó una 
multiplicidad de actores violentos, cuya polaridad de 
intereses generó un enmarañado entrecruzamiento de 
conflictos sociales y bélicos. 
 
En Urabá, 
la región arrinconada contra el noreste colombiano, se 
producía el mayor número de masacres, de homicidios 
selectivos y de desplazamientos forzados de todo el país. 
Allí se resumían, como en un microcosmos, todos los hechos y 
dramas de violencia de Colombia: secuestros, torturas, 
desplazamientos, asesinatos, retaliaciones y masacres. Fue 
un punto de encuentro de diferentes actores de violencia: 
narcotraficantes, contrabandistas, paramilitares, 
guerrillas, ejército y sicarios que por 10 o 15 dólares 
asesinaban a cualquiera.
 
En 1995 más 
de 700 personas fueron asesinadas en la región, de las 
cuales 111 eran dirigentes y activistas sindicales, casi en 
su totalidad de SINTRAINAGRO. 
 
En esos 
años, Guillermo Rivera, hoy presidente de 
SINTRAINAGRO, solía comentar: “El principal problema que 
tiene Urabá es la ausencia del Estado; esto es tierra 
de nadie, una tierra abandonada a los grupos violentos”.
En la 
región el sindicato era (es) la sede y base de la sociedad 
civil, donde la gente llegaba para plantear los más diversos 
problemas originados tanto por la violencia armada, como por 
la violencia que genera la pobreza. Por aquellos años, 82 
por ciento de la población presentaba necesidades básicas 
insatisfechas y apenas 18 de cada 100 habitantes contaba con 
los servicios básicos. Por esta razón, SINTRAINAGRO 
fue un blanco permanente de los ataques de los grupos 
armados. En menos de 20 años, el Sindicato perdió a 
varios de sus principales dirigentes y numerosos activistas. 
Se calcula que el número de asesinados superó las 400 
personas.
 
La campaña 
internacional de la UITA, “Urabá somos todos”, 
que tuvo un despliegue mundial con actos públicos en las 
principales ciudades de América Latina y Europa, fue 
decisiva para quitar de la región el manto de silencio que 
la sepultaba en la más oprobiosa impunidad. No hay una 
organización afiliada a nuestra Internacional que no conozca 
la lucha y las dificultades por las que atravesó 
SINTRAINAGRO, porque todas, de una u otra manera, 
hicieron sentir su voz solidaria con los trabajadores y 
trabajadoras bananeras de Urabá. 
 
Ser sindicalista en Colombia sin morir en el 
intento
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“Los sindicalistas se han convertido 
en blanco principal de la violencia, 
acusados por las Fuerzas Armadas o sus 
aliados paramilitares de actividades 
revolucionarias. Asimismo, los grupos 
armados de oposición, como las Fuerzas 
Armadas Revolucionarias de Colombia 
(FARC), también han sometido a abusos 
contra los derechos humanos a los 
sindicalistas”. 
  
Amnistía Internacional |    | 
 
Según la 
Central Unitaria de Trabajadores (CUT), en los años 
noventa fueron asesinados 1.500 sindicalistas. Si bien 
el número de asesinatos disminuyó en los últimos años, 
Colombia continúa siendo uno de los países más violentos y 
ostenta el ignominioso record de tener el mayor número de 
sindicalistas asesinados. De enero a diciembre de 2001 
fueron asesinados en Colombia 125 sindicalistas. En 2003, 72 
sindicalistas de la CUT corrieron igual suerte. Para ese 
mismo año, “siete de cada diez sindicalistas asesinados 
en el mundo fueron colombianos”.
En 2004 la
CUT realizó un llamado de 
“SOS a las organizaciones sindicales mundiales” para 
que actuaran frente a la aniquilación del sindicalismo 
colombiano. Convocada para el 15 de septiembre, la acción 
tuvo por finalidad frenar la barbarie que se abatía sobre el 
movimiento sindical. 
 
En 2005 
fueron asesinados 70 sindicalistas y más de 260 recibieron 
amenazas de muerte. Los movimientos sindicales 
colombiano e internacional exigieron a la
Misión de Alto Nivel enviada 
por la OIT “El pleno respeto del derecho a la vida de 
todos los ciudadanos y ciudadanas, de todos los trabajadores 
y trabajadoras y de los afiliados a las organizaciones 
sindicales y de sus dirigentes. No es aceptable –señaló el 
documento– que con el argumento de una reducción en el 
número de asesinatos, se reste gravedad al hecho de que 
persiste una inadmisible violencia antisindical, y lo que es 
peor, una casi total impunidad de los crímenes contra 
sindicalistas. De acuerdo con un informe de la Fiscalía 
General (17 de julio de 2003), sobre un total de 1.210 
casos de violencia antisindical investigados, la impunidad 
es del 99,4%”.
 
Debemos 
agregar a esto el incremento de las detenciones arbitrarias 
a sindicalistas. Esta situación también fue denunciada ante 
la Misión de la OIT, concluyendo que tanto la 
violencia directa como estas prácticas intimidatorias 
“han conducido a que la tasa de sindicalización haya 
descendido a niveles inaceptables con respecto a la 
Población Económicamente Activa”.
 
Por su 
parte, en su reciente artículo 
“El sindicalismo en el punto de mira”, Amnistía 
Internacional denunció que “desde 2000 han sido víctimas de 
homicidio más de 750 sindicalistas, y al menos un centenar 
más ha ‘desaparecido’. Sólo en 2005 fueron muertos o 
‘desaparecieron’ 73 sindicalistas, y más de 200 recibieron 
amenazas de muerte”.
 
Amnistía Internacional 
coincide con lo expuesto por el movimiento sindical ante la
OIT acerca de las detenciones arbitrarias de 
sindicalistas por las fuerzas de seguridad. “Estas 
detenciones se han practicado a menudo sobre la base de 
datos proporcionados por informantes militares a sueldo, no 
de investigaciones imparciales de las autoridades 
judiciales. Muchos de estos activistas han sido puestos 
posteriormente en libertad por falta de pruebas, pero a 
algunos los han matado o amenazado poco después de quedar 
libres”, afirma la citada organización de derechos humanos.
 
En tal 
sentido, la Unión Nacional Agroalimentaria de Colombia (UNAC) 
y la Rel-UITA se dirigieron al Presidente de la 
República en virtud de la detención ilegal y arbitraria de 
seis dirigentes de la Unión Agroalimentaria y Pecuaria del 
Caquetá, lo cual se suma al asesinato de 
Reynel Duque Ramírez, dirigente comunal e 
integrante del Comité de trabajo de la mencionada Unión, que 
fuera encontrado sin vida el 15 de septiembre de 2005 en el 
río Orteguaza y cuya muerte continúa impune. 
 
En su misiva del 15 de marzo de 2006, 
la UNAC y la Rel-UITA manifiestan que “El 
asesinato impune del compañero Reynel Duque Ramírez, 
y estas últimas detenciones, son parte de una política de 
tierra arrasada que está despoblando las áreas rurales, 
favoreciendo la concentración de tierras y profundizando los 
procesos de empobrecimiento, inequidad y exclusión social. 
Estamos empeñados en forjar procesos en los cuales converjan 
la democracia y el desarrollo, con una concepción de 
ciudadanía con capacidad de acción para transformar 
positivamente la realidad. Buscamos el empoderamiento 
ciudadano a través del ejercicio participativo, germinal y 
crítico como antítesis del autoritarismo. Sin embargo, 
parecería que las actividades de la UITA, la UNAC 
y su seccional en Caquetá son una amenaza terrorista; 
que nuestras labores para alcanzar la seguridad y la 
soberanía alimentaria son consideradas banderas subversivas; 
que nuestros esfuerzos desplegados para lograr una mayor 
densidad social en el campo nos torna funcionales a los 
grupos alzados en armas”.
 
Los sindicatos hoy, 
¿y mañana?
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“El Convenio 87 relativo a la 
libertad sindical y a la protección del 
derecho de sindicalización; el 98, sobre 
los principios de derechos de 
sindicalización colectiva; y el 154 
sobre el fomento de la negociación 
colectiva, todos han sido adoptados por 
el Estado colombiano y constituidos en 
ley de la República, pero desconocidos y 
violados por este gobierno y los 
empresarios”. 
  
Boris Montes de Oca, secretario general
 
de la CUT |    | 
 
La 
población económicamente activa en Colombia es de 20,5 
millones de personas, de las cuales 3 millones están 
desempleadas. La “fuerza laboral debidamente vinculada al 
sector formal de la economía asciende a 8 millones de 
personas, el resto (61 por ciento) está en la informalidad”, 
dijo a la Rel-UITA Jorge Villada, asesor de la CUT.
 
En el 
informe 2005 de actividades de la CUT se señala que todas 
las centrales sindicales y el sector no confederado, 
aglutinan a 866.238 trabajadores y trabajadoras, dando como 
resultado una sindicalización que ronda el 5 por ciento. El corte sectorial de los afiliados de la mayor central colombiana, la
CUT, revela que más del 60 por ciento de sus miembros 
son empleados del Estado. “La CUT cuenta en la 
actualidad con 564.523 afiliados y afiliadas, cuya mayoría 
pertenece al magisterio y a la salud”. Esto hace que la 
situación en el sector privado sea aún más calamitosa.
 
El sector 
agrícola, por su parte, registra una tasa de sindicalización 
del 1,8 por ciento del conjunto de la población ocupada. 
Villada destaca que “al sector agropecuario están 
vinculadas cerca de 4 millones de personas”, concluyendo que 
es “uno de los sectores con mayores posibilidades para la 
expansión del sindicalismo”.
 
Un estudio 
del Observatorio del Mercado de Trabajo y la Seguridad 
Social de la Universidad Externado concluye que “En los 
últimos años de la década de los 80 los sindicatos perdieron 
más de 200.000 afiliados que nunca pudieron recuperar”.1
 
Desde otro 
ángulo también se observan algunas deficiencias y 
diferencias que desde hace décadas cohabitan en el seno del 
movimiento sindical contribuyendo a su parálisis. El 
presidente de la CUT, Carlos Rodríguez Díaz, 
argumenta que “la escasa capacidad de respuesta del 
sindicalismo obedece a su bajo nivel de representatividad, 
que es proporcional al incipiente desarrollo del país. Pero, 
866.000 trabajadores organizados en más de 2.800 sindicatos, 
es sencillamente absurdo”. Y resalta la importancia de 
“asumir el reto de persuadir a la dirigencia sindical del 
país sobre la necesidad de transformar el sindicalismo. De 
un sindicalismo fragmentado y disperso en pequeños 
sindicatos, hacia sindicatos por rama de actividad económica 
y de servicios que tengan una mayor representatividad y por 
ende capacidad de negociación e incidencia política y 
social”.
 
Gerardo 
Iglesias y Luis A. Pedraza
© Rel-UITA
24 de mayo de 2006
 
1  
El Espectador, Negocios. Ocaso Sindical. 
    Leonardo Rodríguez, 
18/09/2005. Bogotá.
 
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