La apertura
económica consolidó un modelo de exclusión y entrega del
patrimonio nacional. Las importaciones incrementaron el
desempleo y pulverizaron la industria nacional.
Bienestar para las
transnacionales,
y Estados Unidos también
“Colombia tiene que defender a sus
cultivadores en las negociaciones
para un TLC con Estados Unidos, o
correría el riesgo de un aumento en
sus cultivos de hoja de coca,
materia prima del violento tráfico
de drogas”.
Joseph Stiglitz, Premio Nóbel de
Economía |
|
Al inicio de 1990 el
gobierno de Virgilio Barco puso en marcha el
Programa para la Modernización de la Economía Colombiana
(PMEC), del cual tomó la posta el gobierno de César
Gaviria con la apertura económica bajo el lema de
“Bienvenidos al futuro”. Cabe señalar, en defensa del ex
presidente, que en su consigna no se explicitaba quiénes
serían los bienvenidos, ni las características y
alcances de ese futuro. Al respecto, Jorge Villada
comenta: “Se mencionó que el ajuste estructural de la
economía y del aparato estatal conducirían a la
inserción de nuestras exportaciones en los mercados
internacionales, al crecimiento nacional, la reducción
del desempleo y al mejoramiento salarial. Sin embargo,
sucedió todo lo contrario de lo que se anticipó; las
políticas aperturistas fueron un monumental fiasco”.
De los incontrovertibles
resultados se desprende que esas políticas fueron diseñadas,
concebidas e impuestas para el provecho y beneficio de “los
de afuera”. En la práctica, sólo importó el bienestar de las
grandes corporaciones transnacionales, dejando en total
indefensión a los campesinos, trabajadores y a los recursos
naturales, afectando muy duramente al sector agrícola y la
producción nacional en su conjunto. En resumen, se aceptaron
las recetas del Norte, las mismas que el propio Norte no
aplica en defensa de sus economías y su estándar de vida.
En Colombia se producía el
descalabro del sector productivo, mientras en 1998 el
entonces presidente Bill Clinton declaraba ante el
Congreso de su país que la principal prioridad nacional era
el incremento de las exportaciones agrícolas de Estados
Unidos. Las políticas neoliberales implementadas por
Colombia fueron, sencillamente, funcionales al objetivo
expresado por el ex mandatario estadounidense.
“Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar para
las empresas estadounidenses el control de un
territorio que va del Polo Ártico hasta la
Antártida, y libre acceso, sin ningún obstáculo
o dificultad, a nuestros productos, servicios,
tecnología y capital, en todo el hemisferio”.
(Colin
Powell) |
En ese escenario, muy favorable
para Estados Unidos y las compañías transnacionales, “las
importaciones de alimentos pasaron de 800 mil toneladas en
1991 a 7 millones de toneladas en 1998, lo que refleja un
incremento anual superior al 21 por ciento. En ese mismo
período, un millón de hectáreas se dejaron de cultivar, en
tanto que el desplazamiento campesino fustigó a 2 millones
de personas”.1
La balanza comercial del sector
agropecuario fue deficitaria, cuando se había prometido a
los cuatro vientos que la apertura llevaría al país a
exportar más. Es así que las importaciones agropecuarias que
sólo llegaban a 377 millones de dólares en 1991,
alcanzaron en 2001, la escandalosa cifra de 1.635 millones
de dólares, equivalente a un incremento del 334 por ciento.
El trigo, la dorada espiga
que viene del Norte
“Frente a situaciones de inocultable
gravedad, como lo es la desaparición
del sector agrario por efecto de la
política proteccionista de Estados
Unidos, el gobierno colombiano, con
total cinismo, manifiesta que ello
nos beneficiará porque nos permitirá
‘comer subsidios’ al comprar
productos agrícolas provenientes de
dicho país”.
Jorge Villada asesor de la CUT |
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En su libro “Gigante Invisible”,
que enfoca la compañía Cargill y sus estrategias
transnacionales, Brewster Kneen propone que el actual
proceso globalizador conducido por las transnacionales
agroindustriales puede “describirse como la recreación del
feudalismo, con la intención de sacar a las personas de su
tierra por medio de lo que se podría describir como actos de
encierro, obligándolas a convertirse en trabajadores a
sueldo y en compradores de lo que antes se autoabastecían”.
Y culmina diciendo con acierto: “Este es el proceso que
todavía se conoce con el engañoso nombre de progreso”.
Kneen sentencia que el modelo imperante “puede ser capaz
de producir cantidades de comida, pero no puede producir la
justicia necesaria para asegurar que todos estemos
adecuadamente nutridos”. Sebastián Pinheiro, director
del Departamento de Agroecología de la Rel-UITA, lo
sintetiza así: “En una sociedad donde el ser ciudadano
depende ahora de ser o no consumidor, la finalidad es que
todos pasemos por la caja del supermercado para
alimentarnos”.
El modelo procura que el
absoluto y monopólico control de toda la cadena alimentaria
–desde la semilla hasta lo que ponemos sobre el plato– quede
en manos de enormes conglomerados multinacionales. “Los
perdedores en este proceso son los agricultores, los
consumidores y la seguridad alimentaria del planeta”.2
Mientras al capital se le ofrece las mejores
condiciones de inversión y un clima favorable
para sus operaciones, la comunidad campesina es
desintegrada y forzada a padecer la más absoluta
exclusión.
Con la apertura de la economía, al igual que el
trigo, la cebada prácticamente desapareció de
Colombia a principios de los años 90. La
transnacional Bavaria –ahora en manos de
la SabMiller– abandonó a los productores
colombianos importando la cebada de países que
subsidian el grano. Por ejemplo: los productores
estadounidenses reciben una ayuda de once
dólares por tonelada. |
A inicios de la década del
noventa, en Colombia se sentenció a muerte a cinco cultivos:
trigo, cebada, sorgo, soja y maíz. “El primero en
desaparecer fue el trigo, con sus variedades mejoradas de
las que antes de la apertura, se llegaron a sembrar hasta
195.000 hectáreas. En el cultivo de trigo se perdieron
alrededor de 75.000 empleos”.3
Según la Asociación Nacional por la Salvación
Agropecuaria, Colombia importa hoy 1,2 millones de
toneladas de trigo que perfectamente se podrían producir en
el país.
Ángel María Caballero
comenta que “a punta de importaciones baratas acabaron con
el cereal nacional. Posteriormente importamos el trigo
integral, luego la harina de trigo y hoy también el pan
Bimbo de México, completa la destrucción de la cadena,
afectando al pequeño panadero que no puede competir con la
economía de escala de los grandes consorcios.”
El pasado año más de 20 mil
productores repudiaron en Colombia el TLC con Estados
Unidos, porque saben que los subsidios cerealeros en ese
país llegan a 1.700 millones de dólares, que exportan el 43
por cierto de su producción y que venden el trigo a un 44
por ciento por debajo de su costo.
Gerardo Iglesias y Luis A.
Pedraza
© Rel-UITA
26 de mayo de 2006
1
¿Qué está pasando en Colombia? Anatomía de un país en
crisis. Consuelo Ahumada. Una década en reversa. El Áncora
Editores. Bogotá.
2
Jorge Riechmann. Cuidar la T (t)ierra. Editorial Icaria.
Madrid.
3
¿Qué está pasando en Colombia? Anatomía de un país en
crisis. Consuelo Ahumada. Una década en reversa. El Áncora
Editores.
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