Todos somos responsables de lo que consumimos. Como consumidores debemos
exigir productos que permitan vivir dignamente a aquellos que los producen y
cuiden el medio ambiente. El comercio con justicia debe ser nuestra
elección.
Esta mañana antes de terminar el desayuno habremos dependido de la mitad del
mundo. Las cosas que hacemos requieren del consumo de productos que en su
mayoría proceden de otras partes del mundo y requieren el trabajo y el
esfuerzo de millones de personas. Pero la vorágine de la vida moderna nos
impide darnos cuenta de que el mundo está más que nunca interrelacionado.
Que
se tenga que acompañar a la palabra comercio con el adjetivo “justo”
demuestra que el comercio en sí no lo es. Sucede como con el fair play
o la “responsabilidad corporativa”. Son términos que suenan bien, pero que
pierden fuerza al presentarse como una alternativa en lugar de ser una
obligación moral.
Se
ha comprobado que es cuestión de voluntad para que el comercio justo se
convierta en una opción viable de consumo para que en el futuro se llame
simplemente “comercio” al intercambio justo de los bienes. En países del
llamado Primer Mundo, Inglaterra por ejemplo, este movimiento comienza a
cobrar fuerza. Una encuesta reciente determinó que la mitad de las personas
que vieron el símbolo Fairtrade (comercio justo) lo reconocieron y
sabían lo que significaba.
Cerca del 20% del café que se consume
en este país se produce en cooperativas de pequeños agricultores que
producen artículos que se venden con la etiqueta de comercio justo. Estos
trabajadores reciben de salarios dignos de las plantaciones o fábricas donde
trabajan salarios dignos, y una vivienda si no tienen casa propia.
Ni
ellos ni sus niños son forzados a trabajar en condiciones inhumanas sino que
trabajan con unas normas mínimas de salud y de seguridad, que respetan el
medio ambiente.
Además de sacar de la pobreza a las comunidades de muchos países, el trabajo
en un ambiente que fomenta la participación democrática de los agricultores
crea los cimientos de una necesaria sociedad civil cohesionada, concienciada
y comprometida. Ahí radica la verdadera respuesta y una solución más sólida
para remediar la desigualdad injusta que ha provocado el sistema neoliberal.
Los
productores de estas cooperativas saben que, para competir en el mercado,
tienen que ofrecer un producto atractivo para los consumidores. Si ese
producto se vende bien, ellos sabrán que se debe a su propio esfuerzo y al
de sus comunidades. La producción autosuficiente le quita sentido a las
limosnas de lo que sobra a los donantes por consumir productos baratos y de
baja calidad, y se lo da al trabajo, al esfuerzo y a la participación. La
caridad es sólo un parche a veces necesario para paliar desgracias
puntuales, pero nunca una solución real a los problemas que provocan el
hambre y la miseria. Se paga por lo que se compra sin que intervenga la
especulación de las grandes transnacionales y de los países ricos que en
poco tiempo pueden hundir los precios de un producto que puede determinar el
bienestar de un país entero. Fue el caso del café que dejó a miles de
productores en la miseria y provocó emigraciones masivas hacia Estados
Unidos o que se dedicaran a plantar coca. Ambas cosas provocaron miles de
muertos.
Si
es cuestión de voluntad, algo viene antes: la conciencia de que se puede
hacer algo. En muchos lugares se ha dado ya el primer paso: proporcionar a
las comunidades de los países del Sur las herramientas, los conocimientos y
los incentivos necesarios para producir con calidad. Falta que el Primer
Mundo dé entrada a esos productos y, para eso, es necesario que la sociedad
adquiera conciencia y se responsabiliza de sus actos.
Todos somos responsables de lo que consumimos. Está en nuestras manos pedir
y, si es preciso, exigir que en nuestras tiendas se vendan productos de
comercio justo. Saber que quizá compramos más caro pero con más calidad
mientras devolvemos la dignidad a miles de personas y protegemos nuestro
medio ambiente. Si a esto añadimos el potencial que tienen los medios de
comunicación para denunciar el modelo comercial de hoy y la ineficacia de la
Ronda de Doha, podremos crear el espacio necesario para un comercio justo.
Una justicia que deje de ser un capricho estrafalario para convertirse en
algo habitual.
Carlos Miguélez
Centro
de Colaboraciones Solidarias
29 de mayo de
2006