La crisis alimentaria es sólo una expresión de
la injusticia que el capital le impone al mundo, porque su objetivo es obtener
incesantes ganancias, explotando fuerza de trabajo internacional y local;
saqueando la riqueza del Sur y cargándole a éste un intercambio muy desigual.
Las formas que adopta el Norte para apropiarse de los fondos y recursos del Sur
son múltiples. Entre ellas, está la deuda externa.
El mundo capitalista se
presenta siempre como panacea para la solución de los grandes problemas que
aquejan a la humanidad; pero para ésta se vuelve cada vez más claro que, justo,
el sistema de “libre empresa” es el mayor causante de sus males. Entre éstos se
encuentra el hambre, que galopa hoy a sus anchas sobre el planeta, sin que
aparezcan en el horizonte visos de solución alguna; las guerras contra el Tercer
Mundo (como las de Iraq, Afganistán y Palestina), las amenazas de bombardeo
atómico sobre muchos rincones del planeta que ya tienen precedente; la
esclavizante deuda externa; los Tratados de Libre Comercio y los
agrocombustibles. Se encuentran, asimismo, fenómenos naturales que se han
exacerbado o acelerado como corolario de las acciones que el capitalismo desata
en detrimento de la vida y el medio ambiente. Tal es el caso, por ejemplo, del
calentamiento global y del cambio climático que deriva del mismo. Todo esto
tiene como fundamento la esencia explotadora, expoliadora y genocida del sistema
capitalista.
El hambre en el mundo
Según el Banco Mundial, en
los últimos tres años, se ha generado un alza total del 83% en los precios de
los alimentos; peor aún, se espera que este año las reservas mundiales de
cereales caigan al nivel más bajo de los últimos 25 años, esto es “a 405
millones de toneladas menos que en 2007, un 5 por ciento (21 millones de
toneladas) por debajo del nivel ya reducido del año anterior”. A causa de ello,
el Tercer Mundo gastará este mismo año unos 38 700 millones de dólares en
importación de cereales, cifra en un 57 % superior a la del 2007 y en el doble
en relación con el 2006. Y aunque el problema señalado afecta también a los
países del Primer Mundo, en éstos los alimentos representan sólo entre el 10 y
el 20 % de los gastos de un consumidor, mientras que en el Tercer Mundo
constituyen entre el 60 y el 80 % de esos gastos. Así las cosas, la cifra de 862
millones de hambrientos en el mundo -de los cuales 52 millones viven en América
Latina y el Caribe- puede aumentar debido al incremento de los precios de los
alimentos (Manuel E. Yepe. Ob. cit.).
La realidad más dramática
del continente americano es la que soporta Haití: si hace 20 años esta era una
nación que producía el 95% del arroz que consumía, hoy importa de EEUU el 80% de
este alimento. La ocupación militar de este país caribeño, las maquilas y las
zonas francas, como puede constatarse, no le han servido para nada bueno. Cuba,
por el contrario, más allá del terrorismo mediático que el imperio esgrime en su
contra, representa el polo opuesto de todo este drama alimentario y social que
soportan una mayoría de naciones del planeta: en ella no hay una sola persona
“que se quede sin un plato de comida ni atención médica gratuita las 24 horas
del día”. La isla dispone de 846 científicos por millón de habitantes, con este
índice supera, por ejemplo, a España, Irlanda y Portugal. Su gasto anual en
investigaciones, en desarrollo social y económico, es el doble de la media de
esa inversión en Latinoamérica. La isla practica políticas que le permiten
índices destacados en atención a la niñez, la tercera edad y la mujer;
gratuitamente ofrece a su población educación, salud, cultura y deporte; la
esperanza de vida, en 1993, pasó en ella de 74 a 75 años.
Los 38 700 millones de
dólares en importación de cereales que al Tercer Mundo le corresponderá gastar
en alimentación en el presente año, contrastan con lo que EEUU malgasta para
hacer la guerra a Iraq y Afganistán: en 1976, esos números ascendían a 379.000
millones para Iraq, 97.000 millones para Afganistán y 26.000 millones para las
bases militares. En el 2007, los contribuyentes estadounidenses aportaron 137
mil 600 millones de dólares para el conflicto de Iraq, cifra con que la Casa
Blanca podría brindar atención médica a 39 millones de ciudadanos, construir un
millón de viviendas económicas o equipar 142 millones de casas con fuentes de
energía renovable. Considerando los gastos ocultos, el coste de las guerras en
Iraq y Afganistán asciende al doble de lo que se declara oficialmente, según una
información de congresistas demócratas divulgada por The Washington Post. De
esta forma, el costo total asciende a cerca de 1,5 billones de dólares, casi el
doble de los 804.000 millones que la Casa Blanca ha solicitado hasta ahora para
esas guerras.
Los biocombustibles
producidos en Estados Unidos, Brasil, Indonesia y otros países -a partir de
productos de origen vegetal con amplio consumo humano- son, probablemente, los
mayores causantes de la actual crisis alimentaria que amenaza de muerte a la
población de, al menos, 37 naciones.Por cierto, el FMI y el Banco Mundial
admiten el vínculo existente entre biocombustibles y aumento de precios de los
alimentos.
Deuda externa y Tratados de Libre Comercio (TLC)
La crisis alimentaria es
sólo una expresión de la injusticia que el capital le impone al mundo, porque su
objetivo es obtener incesantes ganancias, explotando fuerza de trabajo
internacional y local; saqueando la riqueza del Sur y cargándole a éste un
intercambio muy desigual. Las formas que adopta el Norte para apropiarse de los
fondos y recursos del Sur son múltiples. Entre ellas, está la deuda externa, que
igual ha estado sometida a crisis. La que estalló en los ochenta resultó del
aumento unilateral de los tipos de interés que impuso EEUU, lo que generó una
explosión de los desembolsos demandados al Sur. Y dado que a la par se produjo
el hundimiento de los precios de las materias primas, se complicó más el
problema del pago de la deuda. En la misma época, con la supuesta intención de
aliviar el problema, el FMI impuso al mundo subdesarrollado “programas de ajuste
estructural” que implicaron, entre otras cosas, recorte de inversión social,
liberalización económica total, apertura de mercados y privatizaciones al por
mayor. Como si fuera poco, al Sur se le impidió reducir los tipos de interés y
aportar a la liquidez de los bancos, provocándose así una serie de bancarrotas y
fuertes recesiones.
La estupenda imagen con que
por doquier los medios rodean a los Tratados de Libre Comercio (TLC), oculta las
gravísimas concesiones de carácter irreversible a los países ricos, sin que
éstos ofrezcan a los pobres nada sustancial a cambio. EEUU y la Unión Europea
exigen profundas y rápidas reducciones de tarifas arancelarias que, a veces,
significan “arancel cero” para los subvencionados productos agrícolas que venden
al Sur a precios de “dumping”, provocando el hundimiento de los granjeros en una
situación de pobreza extrema; pérdidas del sustento que no conocen precedentes,
desplazamientos de trabajadores y trabajo esclavo; degradación de los derechos
humanos y del medio ambiente.
Como sino bastara, los
nuevos TLC llevan mucho más lejos el asunto: establecen dañinas reglas sobre
propiedad intelectual, servicios e inversiones que exacerban la situación de los
pobres, al negárseles el acceso a la tecnología patentada (sin que tampoco
puedan proteger el conocimiento tradicional) y a las medicinas, con lo que
perjudican gravemente la salud pública.Los TLC permiten a las grandes
transnacionales apropiarse de las semillas tradicionales y de las plantas
medicinales del Tercer Mundo, haciendo posible que EEUU realice por “vía
pacífica” los objetivos económicos que regularmente realiza por medio de
invasiones y guerras interminables.
Manuel Moncada
Fonseca
Ecoportal
15 de mayo de
2008
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