Los cañeros están en Managua

Movilización de ANAIRC para indemnización del Grupo Pellas

SECCIÓN: Nicaragua IRC

        

 

Con Juan Martínez

¿Qué más nos queda?

Luchar hasta las últimas consecuencias

 

Los problemas que tiene en una pierna no le permiten participar en las movilizaciones que a diario los miembros de la Asociación Nicaragüense de Afectados por Insuficiencia Renal Crónica (ANAIRC) desarrollan en Managua, justo debajo del gigantesco afiche publicitario del ron Flor de Caña, “niño mimado” de la Compañía Licorera de Nicaragua que integra el Grupo Pellas.

 

Miles de volantes se han distribuido entre la población que pasa por la céntrica rotonda Rubén Darío, a pocos metros del campamento donde desde hace casi tres semanas los ex trabajadores azucareros y las viudas de la  ANAIRC llevan adelante su lucha para que el Grupo Pellas los indemnice. Una acción de sensibilización que parece tener el respaldo de muchos habitantes de la capital que transitan por ese lugar, y que leen con interés el llamado a no comprar Flor de Caña.

 

Pese a su dificultad para movilizarse, Juan Martínez es uno de los que siempre está presente y desempeña su cargo en la Directiva de ANAIRC con apego y sabiduría. Supe que “se preparó” para esta entrevista, y que casi no durmió para lograr recordar todos los detalles de los 42 años pasados en el Ingenio San Antonio, hasta que en 2005 lo despidieron porque estaba enfermo de IRC.

 

La misma dramática historia que narran todos los ex trabajadores afectados. Entró a trabajar en 1963 con la fuerza de sus 16 años y salió gravemente enfermo faltándole sólo tres años para su jubilación. Siempre desarrolló trabajos de bodega y de carguista, y vivió muchos años en la villa que el Ingenio San Antonio hizo construir en medio de los cañaverales.

 

Allí se crió, absorbió todo lo que la empresa esparcía con sus avionetas cargadas de “madurador” y se salió sólo en 1996, cuando ya la noticia de la epidemia de IRC había alcanzado hasta el último rincón del departamento de Chinandega y León, y la empresa decidió evacuar a todo el mundo de esta zona.

 

“Una tarde de 2005 comencé a sentir náuseas, dolor de cabeza y en los huesos, tenía los pies muy calientes. De inmediato fui donde el médico del hospital del Ingenio San Antonio y me hice los análisis, pero me dijeron que era infección intestinal. Tomé mi medicamento y regresé al trabajo. A los 15 días volví a sentirme muy mal y esta vez me hicieron la prueba de la creatinina para controlar mi función renal y salí con 6 mg/dl, cuando el valor máximo para los hombres es de 1,2 mg/dl”.

 

Para Juan comenzó el drama que miles de personas han vivido en las últimas décadas. Después de seis meses de subsidio por enfermedad logró bajar el valor de la creatinina, pero cuando regresó a la empresa el médico le dijo claramente que ya no podía seguir trabajando y que se fuera al Seguro Social para comenzar los trámites de su pensión.

 

Carne de cañón

 

Ni una palabra por parte de la empresa en la que había “gastado” más de 40 años de su vida. “La empresa nunca te dice nada y deja esa tarea al médico. Pero lo peor es que existe una cláusula, la número 38 del Convenio Colectivo firmado por el sindicato blanco que existe en el Ingenio San Antonio, que dice que tienen derecho a los beneficios y prestaciones de la empresa solamente los trabajadores que cumplen los 60 años mientras están todavía trabajando para la empresa. En mi caso -continuó Martínez- tenía 58 años y me sacaron sin darme nada, y eso es lo que les pasa a todos los ex trabajadores que salieron afectados por IRC”.

 

En estos años Juan ha logrado estabilizar la enfermedad y pese a que sus riñones indican cierto grado de atrofia, los valores de la creatinina se han mantenido en 2 mg/dl, y esto gracias a su conducta sana y al proyecto sanitario piloto impulsado por la Asociación Italia-Nicaragua.

 

Lastimosamente, su hija no tuvo la misma suerte. Mercedes Celina tenía 10 años cuando comenzó a sentir los primeros síntomas de la enfermedad. “Creíamos que era un problema de diabetes, pero al final descubrimos que era el mismo mal del que sufría yo. La internamos varias veces en el hospital del Ingenio San Antonio y en el de Chinandega, y finalmente la llevamos a León donde le aplicaron la diálisis para bajarle la creatinina de 17 a 8 mg/dl. Cuando se estabilizó -continuó Martínez- nos dieron todo el equipo para seguir con su tratamiento en la casa, pero no teníamos las condiciones higiénicas requeridas y varias veces se le infectó la herida de la diálisis. Fue muy duro porque sufría mucho y un día antes de morir, un 21 de diciembre, era tanto el dolor que se arrancó todo”.

 

Juan no pudo continuar. La emoción y el dolor del recuerdo fueron demasiado para él. Apagué la grabadora y me callé por un buen rato. Mercedes Celina tenía 22 años cuando murió, y para su padre no hay ninguna duda de que el agua contaminada por los agrotóxicos que se utilizaron en el Ingenio fue la causa de ésta y de miles de otras muertes.

 

Tal vez sean estas experiencias personales lo que aparentemente endurecen a estas personas. Una especie de mecanismo de defensa para no seguir sufriendo, para alejar la idea del futuro o, más bien, para continuar soñando con él.

 

“Cuando uno mira esta cantidad de muertos, cuando a diario te dicen que falleció tu amigo, tu compañero de trabajo, tu vecino, a veces nos ponemos un poco como fatalistas, aparentemente insensibles. Se ha vuelto algo normal y uno piensa: hoy le tocó a él y mañana me va a tocar a mí. Antes era diferente porque nadie sabía lo que estaba ocurriendo. Todo se mantenía en secreto y veíamos morir la gente, pero no sabíamos el por qué”, siguió contando Juan.

 

Pero el ser humano a veces sabe encontrar y sacar una fuerza hasta entonces desconocida. Frente a las dificultades y al hecho de no tener nada que perder se desata la reacción de la desesperación. Y parece ser esa la fuerza que en estos días están demostrando los ex trabajadores azucareros de la ANAIRC.

 

“Como decimos nosotros: ya estamos marcados. Algún día vamos a morir, pero esto no significa que vamos a dejar de luchar por nuestros derechos, y por algo que nos debe el Grupo Pellas, que es nuestra indemnización.

 

¿Qué más nos queda? -se preguntó Juan-.  Estamos arriesgándolo todo, porque las condiciones en que estamos viviendo en el campamento son difíciles, aunque la ayuda que nos enviaron la UITA y la Asociación Italia-Nicaragua nos está permitiendo tener la comida asegurada. De aquí no nos vamos hasta tener una respuesta y estamos dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias”, concluyó mirándome a los ojos.

 

En Managua, Giorgio Trucchi

Rel-UITA

30 de marzo de 2009

 

 

 

Fotos: Giorgio Trucchi

 

   

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