Cada cuatro segundos se
muere de hambre una persona, en algún lugar del mundo. Para muchas personas,
comer hoy es difícil. En muy poco tiempo puede resultar simplemente imposible.
La crisis de los alimentos, ahora ventilada por los poderosos del planeta,
revela un problema estructural que tiene en el modelo de la sociedad
consumista su principal
causa.
Todo indica que unos ochocientos cincuenta millones de
personas pasarán a ser hambrientos en los próximos doce meses pero, mientras
esto ocurre, muchos agricultores se aprestan a cosechar alimentos destinados a
convertirse en combustible.
El presidente del Banco
Mundial, Robert Zoellick, anda de gira por América Latina. El
jueves último, estuvo en México y allí anunció que los precios
internacionales de los alimentos seguirán subiendo de forma sostenida por lo
menos durante dos años, y que recién podrán bajar para el año 2015. Esto
significa, según el propio Zoellick, que unos ochocientos cincuenta
millones de personas en más de treinta países se verán "fuertemente afectadas en
su capacidad de acceder a los alimentos" en un futuro inmediato. Más claro
imposible.
La franqueza del presidente del
Banco Mundial debe ser fruto de la desesperación. El sabe la que se nos viene.
El Programa Mundial para la Alimentación (PMA) ha advertido en sus
últimos documentos que las reservas de alimentos del planeta están en su nivel
más bajo de las últimas décadas, y que no hay acciones a la vista que permitan
revertir esta situación. También Ban Ki-Moon, el secretario general de la
ONU, ha dicho que se teme "una crisis en cascada" que afectará "la seguridad del
mundo", si este problema no es gestionado con urgencia para encontrar
soluciones. Por si eso fuera poco, hace un par de semanas se conoció el informe
final del Panel de Evaluación Internacional de los Conocimientos, la Ciencia y
la Tecnología en el Desarrollo Agrícola (IAASTD
por su sigla en inglés), en el que
se pronostican "graves conflictos por la dramática escasez de alimentos". El
IAASTD está conformado por más de
cuatrocientos científicos de todo el mundo, y su informe fue avalado por
delegados de cincuenta y cinco países en una reunión celebrada el pasado 15 de
abril en Johannesburgo.
En los últimos doce
meses el precio del trigo subió 130 por ciento, el de la soja 85 por
ciento, el precio del maíz 35 por ciento y el del arroz un 71 por
ciento |
Para los uruguayos lo que aquí
se describe puede parecer una problemática remota, y estos comentarios apenas un
gesto innecesario y alarmista. Pero las cifras no nos dejan siquiera el consuelo
de la lejanía. Aproximadamente la mitad de la humanidad vive con menos de dos
dólares por día y cerca de mil millones de personas lo hacen con menos de un
dólar diario. O sea que hay unos 3.500 millones de personas que
viven en países pobres en condiciones miserables, con una extrema fragilidad
alimentaria. Es gente que gasta tres cuartas partes de lo que gana en comida. El
trigo, el maíz, el arroz y la soja son la base de su alimentación. En los
últimos doce meses el precio del trigo subió 130 por ciento en el mercado
internacional, el de la soja 85 por ciento y el precio del maíz 35 por ciento.
El precio del arroz subió un 71 por ciento, y pasó en unos pocos meses de 300
dólares la tonelada a unos 1.200 dólares la tonelada. El Programa Mundial de
Alimentos evaluó en un 55 por ciento el aumento global promedio de los precios
de los productos alimenticios desde junio de 2007, aunque hay expertos que
sitúan el incremento en un 70 por ciento. La Organización de Naciones Unidas
para la Agricultura y la Alimentación (FAO) situó el estimado de incremento para
este año 2008 en un 45 por ciento.
Algunos gobiernos toman medidas
paliativas destinadas a garantizar la seguridad alimentaria de sus propios
ciudadanos. En México se estudian subsidios al mercado interno del maíz.
En Indonesia se topean las exportaciones de granos. En el caso uruguayo
se han implementado acuerdos para evitar que algunos precios se disparen en el
mercado interno, tal el caso del arroz. Pero, según los expertos, en general
parece difícil que algún país pueda, cual isla, sustraerse a esta oleada mundial
de carestía que resquebraja cimientos hasta ahora indestructibles. Es lo que
ocurre en Estados Unidos, donde algunas compañías de gran porte como
Wall Mart y Cotsco han resuelto establecer cupos de racionamiento, en
el rubro alimentos, para todos sus clientes.
Renombrados especialistas de
muy diferentes ámbitos y tendencias coinciden al opinar que se avecinan tiempos
terribles debido a una combinación de factores entre los que se destaca la falta
de alimentos y el encarecimiento de los precios: José Luis Machinea,
secretario ejecutivo de CEPAL, habló sobre ello hace un par de días en
Ciudad de México; Jean Ziegler, sociólogo y doctor en Derecho,
catedrático de La Sorbona, lo hizo en Berna la semana pasada; la filósofa y
analista política Susan George lo explicó en Nueva Delhi, en marzo,
durante su discurso ante el congreso de Médicos para la Prevención de la Guerra
Nuclear. Todos apuntan al actual modelo como el gran responsable del posible
desastre. El economista chileno Marcel Claude, por ejemplo, estima que
esta situación es la que explica los recientes brotes de violencia en Haití,
Egipto, Costa de Marfil, Camerún, Mauritania,
Mozambique, Senegal, Uzbekistán y Yemen, entre otros
países. Claude, que es una figura de relieve que profesa en la Escuela de
Gobierno en la Universidad de Chile, ha descrito un panorama por demás
sombrío: "En Filipinas, Pakistán y Tailandia, sus ejércitos
vigilan para evitar robos y saqueos en los centros de acopio de granos, y en
Tailandia el Ejército también monta guardia en los campos de arroz, mientras
en Vietnam ha habido huelgas cada vez más frecuentes por la penuria
alimentaria. Indonesia, tercer productor mundial de arroz, anuncia que
sólo permitirá las exportaciones si las reservas superan los tres millones de
toneladas, y Kazajastán suspende todas sus exportaciones de trigo hasta
el 1º de setiembre".
A esta situación hay que
agregarle la inestabilidad que genera la confrontación en Argentina entre
los productores agropecuarios y el gobierno. Allí, las retenciones a las
exportaciones de soja han provocado nuevamente medidas de fuerza, entre ellas la
suspensión de embarques de trigo, y un enorme signo de interrogación hacia el
futuro inmediato. Uno de los grandes productores mundiales de alimentos parece
ubicado hoy entre la espada de una plutocracia rural sin demasiados escrúpulos y
la pared de una población que no puede siquiera soportar la idea del
desabastecimiento de alimentos.
Mientras todo esto sucede,
sigue adelante en el mundo de forma implacable el plan de suplantación de la
agricultura alimentaria por una agricultura destinada a biomasa para
combustibles. De esos combustibles, los más usados son el bioetanol (que se
obtiene a partir del maíz, la caña de azúcar, el trigo y la cebada) y el
biodiésel (que se produce a partir de aceites vegetales de soja, jatrofa y otras
plantas). Los grandes productores mundiales de biocombustibles son países muy
desarrollados, como Estados Unidos, Alemania, Francia y
Austria, o países que son grandes productores mundiales de alimentos, como
China, Brasil e India. Como se ve, es una combinación
letal.
Que nadie se llame a engaño: el
proceso de mudanza de combustibles fósiles a biocombustibles no tiene nada que
ver con la salud del planeta ni con la ecología. Esos son cuentos chinos. La
verdadera razón es que, a los actuales ritmos de consumo, el petróleo será cada
vez más escaso y caro. Plantar soja o caña de azúcar es simple y seguro, aunque
en el fondo se está utilizando el alimento de los humanos como combustible para
sus máquinas. De todas formas, cualquier dilema respecto al hambre tiene una
réplica ineludible en los hambrientos, verdaderos sujetos de esta historia. En
poco tiempo la pregunta no será qué hacer con el hambre sino qué hacer con los
hambrientos. Habrá que pensar, y rápido, porque ellos en muy poco tiempo pueden
llegar a ser una muchedumbre difícil de imaginar e imposible de contener.
Tomado de
La República - Uruguay
12 de mayo de 2008
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