Extraer
azúcares que después pueden ser convertidos en gasolina a partir de la celulosa
de los troncos, tallos, hojas verdes, pastos y también residuos de cosechas.
Esta fuente energética se denomina agrocombustibles de segunda generación.
Ya se conocen las primeras
medidas energéticas de Barack Obama, que responden, por fin, a las
necesidades imperiosas de una rigurosa orientación ecológica: reducción de las
emisiones de CO² y menor dependencia de los combustibles fósiles. El
nombramiento de Steven Chu como secretario de Energía nos lo indica con
claridad: Obama impulsará lo que se conoce como la nueva energía del
azúcar. La tecnología en cuestión parece razonable. De la misma manera que
podemos obtener combustibles líquidos a partir de maíz, caña de azúcar o palma
africana, podríamos obtener energía de todas las plantas y en su totalidad, no
sólo del grano o del fruto. Extraer azúcares que después pueden ser convertidos
en gasolina a partir de la celulosa de los troncos, tallos, hojas verdes, pastos
y también residuos de cosechas. De ahí que también defina esta fuente energética
como los agrocombustibles de segunda generación.
El proceso ya venía gestándose
desde hace unos años y hay grandes inversiones para el desarrollo de esta
tecnología, fusiones entre empresas de sectores complementarios y alianzas entre
empresas y centros de investigación. Ahora contamos ya con el impulso político
que faltaba, aunque quedan obstáculos técnicos por salvar y enigmas aún por
descifrar. Por el momento -dicen los informes del ETC Group-, los costos
energéticos para hacer esta transformación son superiores a la energía que se
genera (de hecho, un aspecto tampoco resuelto con los primeros
agrocombustibles), aunque este escollo espera solventarse con la creación
-digámoslo así- de microorganismos vivos producidos sintéticamente capaces de
transformar eficientemente la celulosa de todo vegetal en algo que nuestros
coches puedan beber.
Entonces, si se resuelve ese
aspecto puntual, que se resolverá, ¿cuál es el problema? Pues varios y muy
serios a mi entender. De entrada se dará un paso más en la concentración
empresarial, pues estamos hablando de tecnologías que llevarán sus patentes
incluidas, lo que reducirá el uso al antojo de sus amos. Y cuando enfrentamos el
saber colectivo, común y público, a la tiranía del control corporativo ya
sabemos a que nos lleva. Ahí están los transgénicos para demostrarlo: una
novedad tecnológica, publicitada para apoyar a los agricultores, que barrió de
un plumazo no sólo la biodiversidad de semillas y cultivos, y con ella la
independencia de los pequeños agricultores, sino también a miles de pequeñas
empresas y cooperativas dispersas por el mundo dedicadas a la mejora de los
cultivos tradicionales y a la venta de muchas variedades de semillas. Ello
convirtió el sector agrícola en el de mayor concentración corporativa del
mercado global.
Mientras que en los años
sesenta casi la totalidad de las semillas estaban en manos de agricultores,
instituciones públicas y pequeñas empresas, hoy el 82 por ciento del mercado
comercial de semillas está bajo propiedad intelectual y 10 empresas controlan el
67 por ciento de ese rubro. Las mismas que monopolizan la totalidad del mercado
de semillas transgénicas y las mismas que controlan el 89 por ciento del mercado
global de los agrotóxicos que se diseñaron especialmente para usar con estas
semillas.
No perdamos de vista los
aprendizajes. En las últimas cuatro décadas, las políticas que favorecieron el
modelo actual de los agronegocios provocaron que los países en desarrollo
pasaran de ser países con excedentes agrarios a ser actualmente países
importadores netos de alimentos, porque, entre otras razones (liberalización del
comercio, privatización de otros recursos productivos y desmantelamiento de las
ayudas a la pequeña agricultura nacional), en la misma medida en que se aumenta
y concentra el poder corporativo se debilitan las capacidades productivas de los
pequeños campesinos para producir alimentos. En los dos últimos años hemos
pasado de 850 millones de personas en precariedad alimentaria a ya casi 1.000
millones, y -según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos- la cifra
aumentará a 1.200 millones para el año 2017.
Gustavo Duch *
Tomado de ALAI
26 de febrero de 2009
|