El maíz, la caña de azúcar, la soja y la palma
aceitera son los principales cultivos de los que se refina etanol o biodiésel.
Nuevos estudios revelan que los miles de millones de dólares invertidos en
Estados Unidos y Europa para promover los biocombustibles son una forma de
subsidiar a corporaciones agroindustriales antes que una respuesta efectiva
contra el calentamiento global
No sólo la mayoría de los métodos para producir
combustibles destilando ciertos vegetales poco ayudan a reducir las emisiones de
gases invernadero, responsables del cambio climático según la mayoría de
científicos, sino que cosechar las materias primas necesarias requiere gran
cantidad de agua, además de fomentar el uso de plaguicidas y provocar
deforestación en países tropicales, dicen esos informes.
El auge de los biocombustibles, impulsado por
miles de millones de dólares en subsidios gubernamentales, provocará un aumento
de entre 20 y 40 por ciento para 2020 en el precio de los alimentos, según el no
gubernamental Instituto de Investigación de Políticas Alimentarias, con sede en
Washington.
El maíz, la caña de azúcar, la soja y la palma
aceitera son los principales cultivos de los que se refina etanol o biodiésel.
"En resumidas cuentas, usar comida para producir
combustibles es una idea estúpida", dijo a IPS Ronald Steenblik, director
de investigaciones de Global Subsidies Initiative del Instituto Internacional
para el Desarrollo Sustentable, con sede en Ginebra.
"Es otra forma de subsidiar a las grandes
corporaciones agroindustriales y constituye una distracción del problema real,
que es reducir las emisiones de gases invernadero", agregó.
Dos nuevos estudios, de los que Steenblik
es coautor, destacan que producir combustible a partir del maíz, la soja o la
caña de azúcar es increíblemente caro. Su análisis señala que el apoyo
gubernamental alcanzó en 2006 los 11.000 millones de dólares al año para los
países que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (OCDE) que reúne entre sus miembros a todos los países
industriales.
Más de 90 por ciento de esos subsidios
correspondieron a Estados Unidos y la Unión Europea y,
según el informe, probablemente llegarán este año a los 13.000 ó 15.000 millones
de dólares. "Se incrementan a medida que la industria se expande", dijo
Steenblik.
Se tendrían que gastar más de 100.000 millones de
dólares anuales para alcanzar una proporción de producción de biocombustibles
equivalente a 25 ó 30 por ciento de las necesidades del transporte. Y ese monto
de subsidios debería mantenerse, ya que la industria depende de ellos, agregó.
Esa inversión tendría sentido si se lograra una
baja importante en las emisiones de gases invernadero, pero Steenblik
calcula que para producir la cantidad de etanol requerida para reducir el
equivalente a un tonelada de dióxido de carbono se gastan entre 2.980 y 6.240
dólares, según el tipo de programa de incentivos que se aplique.
Varios estudios han demostrado que el impacto
ambiental de producir maíz, transportarlo y convertirlo en etanol se traduce en
una pequeña reducción de emisiones de gases invernadero en comparación con los
combustibles fósiles. Y en algunos casos los resultados pueden ser aún más
desalentadores.
El biodiesel elaborado a partir de la colza y el
etanol de maíz pueden provocar 70 y 50 por ciento más de emisiones,
respectivamente, que los combustibles fósiles, según un trabajo publicado en
septiembre por el ganador del premio Nobel de Química, Paul Crutzen, de
la Universidad de Edimburgo, junto con su colega Keith Smith.
Esos investigadores determinaron que la
destilación de esos vegetales libera más del doble de lo que se suponía hasta el
momento de óxido nitroso, un potente gas invernadero, a causa del empleo de
fertilizantes que contienen nitrógeno.
Alrededor de 80 por ciento del biocombustible de
Europa proviene de la colza, mientras que en Estados Unidos se
emplea fundamentalmente el maíz para fabricar etanol.
"Probablemente no ofrecen ningún beneficio y de
hecho están empeorando la situación", señaló Smith en declaraciones a la
prensa.
En enero, el presidente de Estados Unidos,
George W. Bush, fijó una meta de producción de 132.000 millones de litros
de biocombustible para 2017, más de cinco veces el nivel actual.
Esta meta dejaría varias vías fluviales de ese
país contaminadas y provocaría severa escasez de agua en varias regiones,
advirtió la Academia Nacional de Ciencias estadounidense.
El empleo adicional de fertilizantes contribuirá
a la expansión de plantas acuáticas que producen "zonas muertas" como las ya
existentes en el Golfo de México, señaló el informe.
Advertencias similares fueron hechas por el
Instituto Internacional para Manejo del Agua en Sri Lanka, respecto del
creciente interés de China e India en los biocombustibles. Se
recomendó a ambos países que invirtieran en la llamada segunda generación de
tecnología para este tipo de combustible, que se basa en la celulosa y no podrá
ser comercializado por varios años.
"Los subsidios para el etanol apuntan más a
asegurar los votos de los poderosos grupos de presión agrícolas que a obtener
beneficios ambientales", dijo Walter Hook, director ejecutivo del no
gubernamental Instituto para Políticas del Transporte y el Desarrollo, con sede
en Nueva York.
Programas más simples y baratos, como la
imposición de un arancel para quienes conduzcan vehículos en la zona céntrica de
las ciudades o el programa aplicado en París para fomentar el uso de la
bicicleta reducen las emisiones en forma inmediata y con un costo muy bajo,
indicó Hook en una entrevista.
Esa iniciativa se puso en práctica en París en
julio, con la oferta de miles de bicicletas en alquiler a bajo costo (los
primeros 30 minutos son gratuitos). Millones de viajes se realizaron en los
primeros 17 días. "Es asombroso. Todas las ciudades deberían pensar en hacer
algo así", dijo Hook.
Una agencia de publicidad provee las bicicletas
gratis, administra el sistema y otorga a la ciudad todas las ganancias, además
de 4,3 millones de dólares al año a cambio del control exclusivo de todas las
pantallas de publicidad en la vía pública.
El experto en transporte canadiense Todd
Alexander Litman ha demostrado que los combustibles más eficientes y menos
contaminantes tienen como resultado que la gente use más los automóviles. "Se
producen más congestiones de tránsito, más accidentes, aumenta el costo del
estacionamiento y deja sin opciones a quienes no tienen un vehículo", indicó.
Litman
propone alternativas para reducir el tránsito entre 30 y 50 por ciento, que
incluyen convertir las áreas urbanas en zonas más aptas para peatones y la
creación de sendas para bicicletas. Ninguna de ellas requiere producir más
biocombustibles. "Subsidiarlos es una tontería", señaló a IPS.
El relator especial de la Organización de las
Naciones Unidas (ONU) sobre el derecho a la alimentación, Jean Ziegler,
enfatizó que incrementar la producción de biocombustibles será "un desastre
total" para la gente que sufre hambre.
"Existe el serio riesgo de crear una batalla
entre combustible y alimentos que dejará a los pobres y hambrientos en los
países en desarrollo a merced de los rápidos aumentos en el precio de la comida,
la tierra o el agua", afirmó Ziegler al hablar en agosto ante la Asamblea
General de la ONU.
El 25 de octubre, Ziegler pedirá al foro
mundial que adopte una prohibición por cinco años a la conversión de tierras con
el objeto de dedicarlas a producir biocombustibles.
A pesar de estas evidencias, los gobiernos
continuarán dedicando miles de millones de dólares para fomentar su producción,
opinan algunos. "Raramente se deja de lado un subsidio. Esperamos que los países
entren en razones en los próximos años", dijo Steenblik.
Stephen Leahy
IPS
25 de octubre de 2007
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