delta & pine

Las Semillas de la Muerte

Basura tóxica en Paraguay

 

 

Cuatro años después

 

 

En 2002 se efectuó una “puesta al día” de la situación en Rincon’í, del estado del juicio Penal y de los vínculos sociales generados en torno a este caso. Lo que sigue es un extracto de lo producido en ese entonces.

 

En estos dos años y medio el grueso de la comunidad afectada ha logrado mantenerse unida a pesar de las presiones externas e internas que debe soportar. Además de las naturales disidencias que afortunadamente para las víctimas han sido escasas, los pobladores tuvieron que superar las intimidaciones provenientes de los poderosos cómplices del desastre aquí relatado, los intentos de manipulación y hasta de estafa de aprovechadores profesionales, los cantos de sirena de “representadores” de oficio, los zarpazos, incluso, de la fatalidad. Durante este período, el trabajo efectuado por algunos personajes de esta historia ha sido esencial para mantener la esperanza con vida. Así, el del fiscal Hugo Ríos y el de algunos de los magistrados que intervinieron e intervienen en el complejo juicio Penal que tiene lugar en la ciudad de Paraguarí. Un juicio que, por ahora, ha resuelto el procesamiento de tres personas, una de ellas el ingeniero Eric Lorenz, estadounidense, representante de la Delta & Pine Land en Paraguay. Por haber eludido este procesamiento huyendo hacia Estados Unidos, Lorenz está declarado prófugo y “en rebeldía” con respecto a la justicia paraguaya, y los representantes legales de las víctimas han solicitado al juez de la causa que libere una orden de captura internacional contra él.

 

Ha cobrado enorme importancia la figura del Padre Oliva, y su incondicional apoyo a las víctimas expresado en innumerables artículos de prensa e incontables intervenciones radiales, así como en sus viajes hasta Rincon’í para confortar a la comunidad afectada. Un punto muy alto de esta solidaridad fue la presentación del caso que hizo el Padre Oliva en Ginebra ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Por otra parte, el Padre Oliva está siendo promovido por grupos sociales de Paraguay y de otros países como candidato al Premio Nobel de la Paz.

 

También el doctor Pablo Balmaceda, quien recientemente presentó en el juzgado las copias de los resultados de los análisis de laboratorio de las 74 personas estudiadas por él poco después de la contaminación, todas con síntomas de intoxicación con fosforados, de las cuales 11 pueden ser calificados como casos graves.

 

La portavoz

 

Junto a todas estas personas y a otras que colaboran desde al anonimato, a la comunidad de Rincon’í que se mantiene firme en sus convicciones y objetivos y al apoyo de la Regional Latinoamericana de la UITA, descolla la personalidad de Ana María Segovia y la tarea de titánica hormiga que ha desarrollado en este período. Ana María es no sólo la portavoz y representante de su comunidad, también la referencia ética de esta lucha, un ejemplo de voluntad inquebrantable, de lucidez sin oropeles, de estoicismo y de amor por su familia, su comunidad y su pueblo. Rincon’í tiene esperanza porque tiene a Ana María Segovia. Quizás haya muchas otras Ana Marías en esa comunidad, y ojalá así sea, pero es seguro que ésta ha dado lo mejor de sí para mantener vivo el espíritu de lucha de su gente y de todos quienes la conocemos.

 

En enero de 2002 nació su tercer hijo, el primer varón, al que llamó Gerardo Augusto. Vive junto a su hermana menor y uno de sus sobrinos en un modesto apartamento de Asunción. Se ha dedicado por entero a trabajar solidariamente por esta causa, y basta acompañarla dos o tres días para valorar la paciencia, dedicación, tozudez y tolerancia que hay que poseer para efectuar los trámites y enlaces imprescindibles de esta lucha. Buena parte de la vida de Ana María transcurre sobre los buses. Ir de Asunción hasta la sede judicial en Paraguarí, a 60 kilómetros de la capital, son dos horas y media de ida y otras tantas de regreso, viaje que Ana María trata de hacer dos veces por semana para mantenerse al tanto del trámite judicial y/o presentar ella misma escritos redactados por el abogado actual de la comunidad, el doctor Arturo Acosta Mena. De hecho, una visita al juzgado insume casi todo un día. Un viaje a Rincon’í, a 120 kilómetros de Asunción, para celebrar una reunión con la comunidad, informarla y recabar su opinión implica por lo menos un par de días si se depende de los buses, un día completo y largo si el traslado es en vehículo individual. Las carreteras son estrechas y muy concurridas, atraviesan innumerables centros poblados, y el camino que lleva desde Ybycuí, donde hay que dejar la ruta, hasta Rincon’í, es difícil y no apto para cualquier vehículo. Por eso cuando va, Ana María aprovecha a quedarse dos o tres días y a sacarse las ganas de estar con “su gente”, recargando las pilas en su comunidad.

 

No es fácil para los ciudadanos del asfalto o aun los campesinos de países desarrollados, comprender el sentido que tiene en Paraguay la expresión “comunidad”. El concepto engloba mucho más que un grupo de personas habitando una comarca chica, designa una historia ancestral muchas veces compartida, la posibilidad de hablar y pensar en guaraní sin restricciones ni silenciosas traducciones simultáneas, una lengua que sabe nombrar todas las cosas, plantas, aves, sentimientos, hilos de agua, peligros y traiciones, es un territorio concretamente compartido, comunal, donde pacen libremente los animales de todos, de cada familia. La comunidad es un alma colectiva, una cultura en vida, una economía sustentable, es la tradición y la seguridad de un futuro, es una querencia, un refugio, es cada uno y todos, los amados y los odiados. La comunidad es la matriz del campesinado paraguayo. Eso es lo que contaminó la Delta & Pine en Rincon’í con su basura tóxica: una comunidad campesina.

 

En Ana María Segovia late el corazón de su gente. Ella ha sabido encarnar ese complejo organismo que es su comunidad, y por ella todos estamos sabiendo que Rincon’í continúa en pie de lucha y reclamando justicia.

 

La justicia

 

El fiscal Hugo Ríos, por su parte, opina que no es poco lo que ya se ha logrado en este juicio penal, aunque aclara que él continuará trabajando hasta el último día para colaborar desde su papel de fiscal, para que se establezca la verdad. Asimismo, expresó que coincidía con el criterio de las víctimas de reclamar la captura internacional por medio de Interpol del “prófugo” Eric Lorenz. Tal vez cuando este libro esté impreso Ríos ya haya concretado esta idea.

 

Analizando su actuación a lo largo de estos dos años y medio en este caso resulta indiscutible que su persistencia y conocimiento cabal del expediente han sido una de las claves de que se hayan obtenido ciertas pruebas y de que el juicio siga vivo. Ríos ha sido hasta ahora una verdadera garantía de utilización inteligente y justa de los derechos del fiscal en un juicio, soportando seguramente intensas presiones desatadas por los fuertes intereses económicos que subyacen en esta causa. En esta época en la cual la corrupción y la traición son recompensadas y hasta aplaudidas, encontrar funcionarios públicos que cumplen con su deber y colocan como valor máximo de su trabajo la ética profesional y personal no sólo reconforta, también otorga una dimensión más cotidiana, doméstica, más concreta y menos broncínea a la palabra héroe.

 

Ríos entiende que actualmente el juicio está bien sustanciado, y que todo indica que existen garantías para que el juez pueda dictar justicia con fundamentos e independencia.

 

En resumen, el expediente judicial se ha movido intensamente a pesar de que las víctimas han tenido que superar problemas de representación y de recursos para hacer frente a los gastos mínimos de llevar adelante una acción judicial. Los fiscales Ríos y Merlo han defendido el interés público, cada uno desde su ámbito. Hay varias medidas solicitadas al juez, particularmente la orden de captura internacional de Eric Lorenz, la autopsia de Agustín Ruiz, y ahora, la detención de Nery Rivas, empleado de Delta & Pine, y de Julio Chávez, propietario del terreno, ya que estos incumplieron su obligación de concurrir a firmar mensualmente al juzgado. La última vez que lo hicieron fue en enero de 2001.

 

La comunidad

 

Rincon’í, Rincón Florido, los arroyos 1 y 2, Santa Angela; estas comarcas, estos bienes, estos recursos naturales, estas comunidades han quedado dañadas por mucho tiempo, quizás para siempre. Aunque se acepten convenciones como lo son las leyes que determinan sentencias, o las que traducen el daño a monedas, los perjuicios causados en este caso no tienen precio, no hay una escala humana para valorarlos porque se infligieron sobre elementos intangibles como la vida, la salud, el trabajo, la subsistencia, la cultura, la autoestima, y sobre el físico de la naturaleza, como la tierra, el agua, el aire, los ecosistemas, cuya permanencia supera los límites escasos de una vida humana. ¿Cómo medir lo que estuvo siempre y siempre estará? ¿Cuánto vale? ¿Acaso unos años de prisión de un ser humano serían suficientes para reparar los daños? ¿Quién tiene tanto dinero como para pagar los millones de años de evolución adaptativa de una brizna de hierba, de un yuyo cualquiera? ¿Cuánto vale un ecosistema que genera un curso de agua limpia? Está claro que la justicia humana es apenas un paliativo, en algunos casos simplemente un castigo represivo de comportamientos que contravienen las convenciones sociales, los sistemas legales que moderan la convivencia. Son imprescindibles, claro, pero en algunos casos, como éste, completamente insuficientes.  Quiere decir que la Delta & Pine ha provocado daños permanentes en recursos que la naturaleza no podrá regenerar sino en mucho tiempo, un tiempo fuera de la escala humana. En este caso de contaminación es esencial comprender la naturaleza, el alcance, la profundidad de la agresión. No se trata sólo de haber violado normas, leyes, sino de un atentado antiético provocado por personas, por una estructura económica para la cual sus resultados contables y sus balances anuales, su lucro, son más importantes que cualquier otra cosa en este mundo, son un valor supremo ante el cual todo debe ser sacrificado. La Delta & Pine decidió por sí y ante sí apropiarse de la tierra, el agua, el aire y la gente de Rincon’í para contaminarlas con su basura tóxica. Intentó hacerlo a hurtadillas, como los delincuentes, los ladrones, los que saben que están haciendo algo malo y no quieren ser descubiertos. La Delta & Pine se robó una parte del Paraguay con gente y todo. Lo que se recuperará cuando el ladrón haya caído no será lo mismo que fue hurtado, será algo enfermo, diezmado, envenenado, sufriente.

 

La prepotencia con que se realizó ese acto surge de numerosos testimonios, algunos de los cuales figuran en el expediente judicial, como el de Lucrecia Solís de Alonso. Doña Lucrecia vive a escasos metros de donde arrojaron las semillas, y en su declaración relató cómo fue maltratada verbalmente por el ingeniero Rivas de la Delta & Pine cuando ella quiso obtener información. “¿Te haces la virgencita, por eso te molesta este olor?”, le dijo Rivas en esa ocasión. Doña Lucrecia le pidió a Rivas que dejaran de tirar esas semillas porque ella sabía que estaban envenenadas. “¿Cómo sabes eso?”, preguntó Rivas, alarmado. “Porque he visto la calavera1 en las etiquetas de las bolsas”, respondió lucidamente Lucrecia. Los ruegos y pedidos de la mujer, sin embargo, no fueron suficiente motivo para que Rivas detuviera la descarga de basura tóxica. Más adelante, Lucrecia declaró que en esos días tuvo “dolor de cabeza, presión alta y baja, falta de apetito, vómitos, diarrea y dolores estomacales, sentía cansancio, mucho sueño y como si la hubiesen garroteado”, dice el expediente. Relató que los vecinos que bajaron las bolsas de semillas y las abrieron para esparcir su contenido no contaban con ninguna protección, y agregó que no concurrió al Centro de Salud de Ybycuí porque una doctora de esa institución, cuyo nombre ignora, concurrió hasta su domicilio para decirle que las semillas no eran tóxicas.

 

Salustiana Rojas vive a escasos 50 metros de la basura tóxica. En su declaración ante el juzgado, en octubre de 2001, doña Salustiana relató que ella fue criada en ese paraje, y que la propiedad de su familia era de cinco hectáreas, pero “el señor Julio César Chávez ha gestionado la escrituración a su nombre, y nosotros somos pobres y quedamos reducidos a esa posesión actual de apenas 70 metros cuadrados. Todo el vecindario conoce este hecho”. Quiere decir que Chávez habría aprovechado la indefensión de doña Salustiana, de 70 años de edad, para apropiarse de un predio que por tradición y ocupación perteneció históricamente a la familia de la anciana. Ella relató que la llegada de las semillas se produjo en su ausencia, y que a su regreso, su hijo Catalino le contó que “se ha echado basura venenosa alrededor de nuestra casa”. Catalino dijo que había trabajado en la descarga de las semillas, “y a consecuencia de eso –dijo Salustiana– mi hijo está mal de salud, solamente aguantó tres días de trabajo”. Salustiana explicó que ya nadie le compra sus verduras por miedo a la contaminación, y que ella no puede tomar agua del pozo porque tiene un color verdoso y es aceitosa.

 

Ese mismo día declaró ante el juez Andrés Alonso, esposo de doña Lucrecia, quien relató que el olor y los malestares eran tan intensos que decidió evacuar a toda su familia pues vivían a pocos metros del predio de Chávez. Alonso debió permanecer en el lugar ya que se desempeñaba allí como encargado. Dijo que a pesar de que intentaba pasar el día lejos de la basura, perdió 13 kilogramos de peso en 30 días, y que tratado por el doctor Balmaceda en Asunción pudo mejorar, pero que aún siente intensos dolores de cabeza, de estómago, y el cuerpo endurecido. Finalmente, el propietario vendió ese predio y Alonso se mudó del lugar.

 

Pedro Alonso, por su parte, hijo de doña Lucrecia y de Andrés Alonso, declaró ante el juez que trabajó durante 12 días descargando las semillas de la Delta & Pine, hasta que el cuerpo se le empezó a llenar de ronchas y manchas que recién se le fueron un mes después. Relató que el señor Lorenz, quien dirigía la operación de descarga, al fin de cada jornada distribuía latas de cerveza y gaseosa entre los trabajadores. Andrés aseguró que nunca le proveyeron equipo de protección para efectuar el trabajo.

 

Estos testimonios tienen no sólo un valor judicial obvio, sino que constituyen una muestra del coraje cívico que anima a la comunidad de Rincon’í y aledaños. Muchos otros podrían haber acudido a declarar, y sus dichos hubiesen igualmente denunciado el atentado provocado por la Delta & Pine con idéntico vigor. La comunidad ha mantenido su lucha viva hasta la actualidad, y continuará reclamando justicia hasta que los culpables de todos los males aquí relatados enfrenten sus responsabilidades.

 

Como última imagen de esta segunda aproximación a la contaminación de Rincon’í, me queda la de doña Salustiana bebiendo su tereré bajo el alero de su casa, sola, cansada, reducida a sobrevivir gracias a lo que puede extraer de la tierra para su autoconsumo y a la ayuda de los vecinos solidarios, pero que aún así, cuando ya dejábamos su casa, me dijo: “Aquí estaremos cuando vuelva otra vez, luchando hasta el fin”.

 

 

 

1 Se refiere al clásico símbolo del cráneo sobre dos tibias cruzadas.

 

 

 

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