Tras diez años de
denuncias de los habitantes del barrio Ituzaingó, de
Córdoba, rodeado de campos de soja, la Justicia prohibió
fumigar con agrotóxicos cerca de zonas urbanas. De cinco
mil habitantes, 200 tienen cáncer. Todas las familias
tienen un enfermo.
Las Madres de Ituzaingó
estuvieron en Página/12, hace cinco años, en
su campaña de denuncias. |
El
barrio Ituzaingó Anexo, en las afueras de Córdoba, es de
casas bajas, asfalto gris y chicos que juegan en la
calle. Era como muchos otros barrios, pero hace ocho
años ganó notoriedad por la gran cantidad de enfermos de
cáncer y niños con malformaciones. Sus habitantes
miraron alrededor y comenzaron a encontrar causas de
tanto mal: al este, norte y sur había campos de soja,
sólo separados por la calle, y las fumigaciones con
agrotóxicos llegaban hasta las puertas de las viviendas.
La organización Madres de Ituzaingó, nacida a medida que
las enfermedades se multiplicaban, relevó los casos y
denunció a empresarios sojeros y a la dirigencia
política, por complicidad. Las llamaban “las locas”,
pero se convirtieron en pioneras en denunciar la
contaminación del modelo agrario. A casi una década de
las primeras denuncias, la Justicia cordobesa -por
primera vez- acaba de prohibir a productores de soja que
fumiguen en cercanías del barrio, lo establece como un
delito penal y apunta contra el glifosato, el agrotóxico
pilar de la industria sojera.
“Fumigar en áreas urbanas viola disposiciones de la Ley
Provincial de Agroquímicos y constituye un delito penal
de contaminación ambiental, que se pena con hasta diez
años de prisión”, explicó el fiscal de Instrucción del
Distrito III, Carlos Matheu, que determinó la
figura penal de “contaminación dolosa del medio ambiente
de manera peligrosa para la salud”. La medida, que
podría sentar precedente para decenas de denuncias de
todo el país, impide utilizar agrotóxicos a menos de 500
metros de zonas urbanas y, si las fumigaciones son
aéreas, la distancia mínima deberá ser de 1.500 metros.
El fallo focaliza en dos agroquímicos: endosulfán y
glifosato.
El
endosulfán es un fuerte insecticida utilizado para el
control de plagas en algodón, tabaco, sorgo y soja,
entre otros. Entre sus principales comercializadoras se
encuentra la empresa Agrosoluciones, unidad dedicada al
agro de la transnacional química Dupont. Las
compañías agroquímicas no mencionan sus efectos sobre la
salud, a pesar de que la Red de Acción sobre Plaguicidas
(PAN) -integrada por 600 organizaciones de 90
países- afirma que “los efectos del endosulfán incluyen
deformidades congénitas, desórdenes hormonales,
parálisis cerebral, epilepsia, cáncer y problemas de la
piel, vista, oído y vías respiratorias”.
El
glifosato es el agrotóxico más conocido de la
Argentina. Se comercializa bajo del nombre de
Roundup, de la transnacional Monsanto, líder
internacional en agrotóxicos y blanco de las denuncias
por contaminación ambiental y perjuicio sobre la salud.
Las grandes empresas sojeras reconocen la utilización,
como mínimo, de diez litros de Roundup por hectárea. En
la campaña 2007-2008, el monocultivo de soja abarcó en
la Argentina 17 millones de hectáreas y los
campos argentinos fueron rociados, en un solo año, con
170 millones de litros del cuestionado herbicida. Se
aplica en forma líquida sobre las malezas, que absorben
el veneno y mueren en pocos días. Lo único que crece en
la tierra rociada es soja transgénica, modificada en
laboratorios. La publicidad de Monsanto clasifica
al Roundup como inofensivo para al hombre.
En el
barrio Ituzaingó Anexo viven cinco mil personas, 200 de
ellas padecen cáncer. “Hay casos de jóvenes de 18 a 25
años con tumores en la cabeza. Chicos de 22 y 23 años
que ya han muerto. Hay más de trece casos de leucemia en
niños y jóvenes”, describen las Madres de Ituzaingó. “En
todas las cuadras hay mujeres con pañuelos en la cabeza,
por la quimioterapia, y niños con barbijo, por la
leucemia”, lamenta Sofía Gatica, con veinte años
en el lugar y referente de la organización, que padeció
la muerte de un bebé recién nacido (con una extraña
malformación de riñón) y, en la actualidad, su hija de
14 años está en pleno tratamiento de desintoxicación
(estudios municipales confirmaron que convive con dos
plaguicidas en la sangre).
El
subsecretario de Salud de la Municipalidad de Córdoba,
Medardo Avila Vázquez, fue el impulsor de la
medida cautelar en febrero de 2008. “Cuando vimos los
aviones fumigando arriba de las casas, hicimos la
denuncia por envenenamiento”, explicó. El fiscal
Matheu ordenó estudios en los patios de las
viviendas y confirmó la presencia de endosulfán y
glifosato. También allanó galpones de chacareros,
encontró tambores con los agrotóxicos y (además de poner
un límite a las fumigaciones) procesó a los productores
sojeros, al dueño del avión fumigador y al aviador. “Es
un hecho inédito en Córdoba. Hace diez años que ONG y
vecinos denuncian intoxicaciones por la soja, y es la
primera vez que la Justicia les da la razón, que se
privilegia el derecho a la salud y la vida por sobre el
derecho a realizar negocios”, celebró el funcionario.
Un
relevamiento de la organización Grupo de Reflexión Rural
(GRR), que impulsa una campaña para detener las
fumigaciones con agrotóxicos, censó diez pueblos con
denuncias sobre contaminación. Uno de los casos testigo
fue el barrio Ituzaingó Anexo, donde confirmó alergias
respiratorias y de piel, enfermedades neurológicas,
casos de malformaciones, espina bífida, malformaciones
de riñón en fetos y embarazadas y problemas de
osteogénesis.
En
marzo de 2006, la Dirección de Ambiente municipal
analizó la sangre de 30 chicos del barrio: en 23 había
presencia de pesticidas. “En todas las familias hay
algún enfermo de cáncer, de todo tipo, pero sobre todo
de mamas, estómago o garganta. Cada vez que rocían se
seca la garganta, arde la nariz y muchos chicos quedan
con los ojos blancos, viven a Decadrón”, relató Sofía
Gatica y se largó con una lista de consecuencias:
bebés sin dedos, con órganos cambiados, sin maxilares y
cambios hormonales. “En mi cuadra hay una sola familia
sin enfermos. Y están buscando mudarse porque saben que
puede caer alguno”, lamentó.
La
Organización Panamericana de la Salud (PS) también llegó hasta el barrio Ituzaingó,
convocada por la Municipalidad y preocupada por la
gravedad del caso. En agosto de 2007 comenzó a analizar
los relevamientos existentes, realizó entrevistas y
confirmó las denuncias. “Se concluye que el barrio
Ituzaingó Anexo puede considerarse como un sitio
contaminado. Los contaminantes de mayor importancia son
los plaguicidas y el arsénico, fundamentalmente en
suelo. La presencia de plaguicidas en tanques de agua
posiblemente refleje la intervención de la vía
suelo-aire.” Entre las imprescindibles acciones
recomienda “incrementar el control sobre fumigaciones
clandestinas a distancias menores a las permitidas por
ley”.
Las
Madres de Ituzaingó reconocen que el fallo judicial
(realizado el 30 de diciembre último, pero difundido
recién esta semana) llegó “cuando ya todo el barrio está
envenenado”, pero se entusiasman al pensar que puede
sentar precedente: “Son cientos los pueblos que padecen
los efectos tóxicos de los agroquímicos sojeros. Es hora
de que la Justicia comience a actuar”.
Darío
Aranda
Tomado
de Página 12
14 de
enero de 2009