Uruguay

Testimonio de Pablo Martínez, agricultor, en “La Teja Debate”

 La ciudad debe saber que éste

también es su problema

 

En el marco del Foro Comunitario “La Teja Debate”, el testimonio brindado por Pablo Martínez, agricultor de una zona intensamente forestada ubicada en la zona de influencia directa de la planta de celulosa de Botnia, constituyó un compendio práctico y vivencial de los impactos de los monocultivos forestales sobre la agricultura familiar y la vida de los seres humanos que la sostienen. ¿O deberíamos decir: la sostenían? Lo que sigue es una síntesis de la exposición de Martínez en ese Foro

 

 

A partir de 1996, cuando hacía ya unos ocho años que se había empezado a forestar, en predios ubicados sobre la ruta 14, que en ese entonces aún estaban a unos diez kilómetros de la cortina de árboles, se empezaron a secar los pozos que tenían entre once y doce metros de profundidad. Me refiero, por ejemplo, a una bodega que tenía capacidad para fabricar 65 mil litros de vino por año, y el agua la obtenía del pozo. Hablo de un pequeño tambo que realizaba todo el trabajo usando agua del pozo y que remitía la leche a Conaprole, lo que significa que la calidad del agua era buena. Ya en 1996 esos pozos no podían siquiera abastecer el consumo humano de las familias que vivían allí. Nueve de esos vecinos tuvieron que endeudarse para llevar agua por cañería del servicio público. Ellos estaban “nada más” que a 4 mil metros del caño madre. Lo hicieron a costo de ellos, pero otros no pudieron por falta de dinero y porque estaban muy lejos. Eran vecinos que siempre habían tenido agua buena entre cinco y ocho metros de profundidad, y que cultivaban y regaban sus quintas.

 

Mercedes es uno de los pocos lugares del interior que siempre se autoabasteció de hortalizas, en una época hasta llegó a haber un pequeño frigorífico para hortalizas. Había tradición de horticultores en la zona. Pero hoy no se produce absolutamente nada. Los que quedamos hace poco intentamos armar un mercadito, pero los que podríamos producir alguna cosa somos apenas cinco o seis. La producción local se terminó. Ahora viene todo de Montevideo. Hemos calculado que la capacidad productiva perdida se podría valuar en unos 2,5 millones de dólares anuales. Quiere decir que no sólo hemos perdido el agua para beber, también para producir, y eso ha provocado otras pérdidas.

Esto coloca nuestra seguridad e independencia alimentaria en riesgo, porque toda la producción se está concentrando alrededor de Montevideo, y cualquier problema climático, o de una peste fuerte imprevista, podría destruir gran parte de los alimentos. Es el problema de la concentración, de haber terminado con la diversificación productiva.

 

El desierto verde en acción

 

En el entorno de la ciudad de Mercedes se está llevando agua en camiones cisterna municipales a 160 familias de un total de 600 que habitan en esa zona, y la cantidad de familias sin agua viene creciendo de manera constante. Si bien la forestación masiva con eucaliptos y pinos está teniendo otros impactos, creemos que éste es el más urgente, ya que las autoridades se comprometieron a solucionarlo, pero hasta ahora no lo han hecho.

 

Hay algunos descreídos que dicen que la falta de agua no es por la forestación sino por la sequía, a esos les pediría que fuesen ahora a nuestros predios, después de estas tremendas inundaciones y lluvias, para que vieran que aún así tampoco hay agua, que los pozos siguen secos.

 

Imaginen cómo es vivir cuando el agua se tiene en tarrinas de 200 litros que un camión llena cada 15 días y que están a la entrada del predio, sobre la ruta. Por ahí pasan diariamente decenas de camiones cargados con madera, lo que hace que haya permanentemente una nube roja de tierra sobre la ruta que, obviamente, termina cayendo también sobre el agua.

Pregúntense: ¿de qué manera puede producir esa gente? Es imposible, porque cuando faltan pocos días para que pase la cisterna de nuevo ya se está racionando el agua para beber porque de lo contrario no alcanza. Cuando se le reclamó al gobierno por una solución, contestó que como no son productores -porque no están produciendo en el campo seco- no les corresponde ninguna ayuda. Es una burla pretender eso, cuando hay algunas de esas familias de agricultores que están recibiendo agua en cisterna desde 1996, y ni siquiera pueden tener una gallina.

 

La marginación

 

Puedo contarles también del impacto que produce esa nube roja que queda flotando y que levantan los camiones que pasan todo el tiempo. Eso provoca, por ejemplo, que en verano, cuando los caminos están secos, los niños y adolescentes de esas zonas que concurren a estudiar a un centro poblado cercano lleguen con el pelo rojo, la piel roja, la ropa roja, lo que genera discriminaciones y burlas. Las madres de hijos pequeños dejan de llevar sus niños y niñas a la Policlínica por no exponerlos al polvo, y, últimamente hemos sabido de algún caso de madres que como no tienen agua suficiente para higienizar a los niños, tienen vergüenza de llevarlos al médico.

 

Uno siente que la gente en el interior ya no tiene más valor, y hablo de Soriano, donde está la tierra calificada como la más rica del país, donde se produce la mayor cantidad de leche, de granos, de miel, allí está la producción agropecuaria más importante del Uruguay. Pero ya no existe gente en los campos. Muy cerca nuestro hay un predio que fue comprado por una empresa argentina: son 4 mil hectáreas sin alambrado. ¡Claro, si plantan soja! ¿Para qué quieren el alambrado? Hay toda una cultura de trabajo rural que ha ido desapareciendo. No hay ni un caballo, si está la soja. No hay gente que trabaje. En la soja, con dos cosechadoras buenas como las que hay ahora y dos o tres tractores se hacen las 4 mil hectáreas de campo. Y lo peor es que el dueño nunca vio el campo, son inversionistas que han hecho mucho dinero, industriales, profesionales que nunca tuvieron ninguna relación con el campo. Esos son hoy los productores uruguayos.

 

La pérdida de identidad

 

Lo que está ocurriendo es totalmente irreparable, porque se está acabando la gente que tenía vocación del campo, el conocimiento del campo, no los que creen que saben porque dicen cuánto producto químico echarle a cada cosa, sino aquellos que se sienten parte del campo. A veces escucho gente decir: “Yo quiero vivir en la naturaleza”. Pero el agricultor lo vive distinto: él es parte de la naturaleza, vive en total y permanente relación con ella.

 

Una cosa es ser productor y muy otra ser agricultor. El productor tira tanto de fertilizante, tanto de semilla, otro tanto de herbicida y fungicida, después cosecha y eso le tiene que dar un número preestablecido. Eso es muy fácil. Ahora, otra cosa es vivir en el campo, porque ahí hay que cuidarlo, cultivarlo. A eso nos aferramos nosotros, a esa forma de vida que es lo que le podemos dejar a nuestros hijos y nietos, porque si lo cuidamos siempre habrá campo para ellos también. Trabajando de la otra manera, nadie podrá vivir en el campo. Basta mirar el tremendo éxodo que está habiendo en nuestro departamento, que en pocos años pasó de tener 8 mil personas en el campo a apenas unas 6 mil.

 

La desaparición moral

 

Esto provoca fuertes problemas sociales, de gente que ahora vive marginada en el campo. Antes la marginación era exclusivamente urbana. Ahora Soriano no sólo tiene una gran marginación rodeando Mercedes, también la tiene en el campo. Por eso el robo de ganado en el campo y el de motos en la ciudad es imparable. El enorme cambio que se ha producido en los 20 años que llevamos de forestación es muy lamentable, no sólo para la gente, a nivel personal, sino también para el país, porque creo que nunca más volveremos a recuperar lo que se perdió.

 

Que la gente de las ciudades no piense que todo esto no es problema de ellos, porque ya están pagando cara la verdura y les dicen que es por las inundaciones, pero es mentira: la van a seguir pagando cara, porque queda cada vez menos y dentro de poco habrá que empezar a importar hortalizas. Lo mismo está pasando con los queseros. Los tambos chicos desaparecen, pero están llegando los tambos transnacionales.

 

Me preguntan a veces cuánto tiempo más podré aguantar en mis 17 hectáreas, y les digo que ya no aguanto, que sigo ahí por empecinamiento, pero día a día vemos cómo los vecinos, obligados, acorralados, venden la tierra que actualmente se paga muy cara, y se van. Muchos sin destino, porque la plata pronto se acaba, y el agricultor sabe todo de la tierra, pero en la ciudad se queda sin brazos, sin cabeza, sin piernas.

 

Desde el público, un vecino instó a despertar la conciencia colectiva llamando la atención sobre las palabras de Martínez, y a reflexionar sobre la diferencia entre los conceptos de “valor y precio”. “Quién sabe cuánta plata valdrán hoy esas 17 hectáreas de Martínez, pero su permanencia en el campo, la de su familia, eso tiene un valor incalculable, infinito. Pensemos que esta noche, cuando regresemos a nuestras casas, cualquier cosa que pongamos sobre nuestra mesa proviene de la chacra de Pablo, de otras como la de él. ¿Qué haremos cuando ellos ya no estén allí y en su lugar haya eucaliptos?”.

Carlos Amorín

© Rel-UITA

28 de junio de 2007

Carlos Amorín

 

 

 

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