Brasil - Estados Unidos
Vamos a alimentar vehículos y desnutrir personas. Hay 800
millones de vehículos automotores en el mundo. El mismo
número de personas sobrevive en desnutrición crónica
El prefijo griego bio significa vida; necro,
muerte. ¿El combustible extraído de plantas trae vida? En mi
tiempo de escuela primaria, la historia de Brasil se
dividía en ciclos: madera-Brasil, oro, caña, café etc. La
clasificación no es del todo insensata. Ahora estamos en
pleno ciclo de los agrocombustibles, incorrectamente
llamados de biocombustibles.
Este nuevo ciclo provoca el aumento de los precios de los
alimentos, ya denunciado por Fidel Castro. Un
estudio de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE) y de la Organización de
las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO),
divulgado el 4 de julio, indica que "los biocombustibles
tendrán un fuerte impacto en la agricultura entre 2007 y
2016".
Los precios agrícolas estarán por encima de la media de los
últimos 10 años. Los granos deberán costar de un 20% a un
50% más. En Brasil, la población pagó tres veces más
por los alimentos en el primer semestre de este año, en
comparación con el mismo periodo de 2006. Hay 800 millones
de vehículos automotores en el mundo. Lo que inquieta es que
ninguno de los gobiernos entusiasmados con los
agrocombustibles cuestiona el modelo de transporte
individual, como si las ganancias de la industria
automovilística fueran intocables.
Los precios de los alimentos ya suben en ritmo acelerado en
Europa, en China, en la India y en
Estados Unidos. La agroflación -inflación de los
productos agrícolas- debe llegar, este año, a un 4% en
Estados Unidos, aumento que en 2006 fue del 2,5%. Allá,
como el maíz está casi todo destinado a la producción de
etanol, el precio del pollo subió un 30% en los últimos 12
meses. Y la leche debe subir un 14% este año. En Europa,
la mantequilla ya está un 40% más cara. En México,
hubo movilización popular contra el aumento del 60% en el
precio de las tortillas, hechas de maíz.
El etanol made in USA, producido a partir del maíz,
hizo duplicar el precio de este grano en un año. El aumento
en el precio del maíz -componente esencial en la
alimentación de cerdos, bovinos y aves- eleva el costo de
cría de esos animales, encareciendo derivados como carne,
leche, mantequilla y huevos.
Como hoy quien manda es el mercado, ocurre en Estados
Unidos lo mismo que se sucede en Brasil con la
caña de azúcar: los productores de soja, algodón y otros
bienes agrícolas abandonan sus cultivos tradicionales por el
nuevo "oro" agrícola: el maíz allá, la caña aquí. Eso
repercute en los precios de la soja, del algodón y de toda
la cadena alimentaria, considerando que Estados Unidos
es responsable de la mitad de la exportación mundial de
granos.
En Estados Unidos, existen lobbies de productores de
bovinos, porcinos, caprinos y aves presionando al Congreso
para que se reduzca el subsidio a los productores de etanol.
Prefieren que se importe etanol de Brasil, a partir
de caña, de modo de evitar aún más el aumento del precio de
la ración animal.
La desnutrición amenaza, hoy, a 52,4 millones de
latinoamericanos y caribeños, un 10% de la población del
continente. Con la expansión de las áreas de cultivo
destinadas a la producción de etanol, dicho combustible va
en camino de transformarse en necrocombustible
-predador de vidas humanas. En Brasil, el gobierno ya
castigó, este año, a haciendas cuyos cañaverales dependían
de trabajo esclavo. Y todo indica que la expansión de ese
cultivo en el Sudeste empujará la producción de soja
Amazonia adentro, provocando la deforestación de una región
que ya perdió, en área forestal, el equivalente a 14 veces
la superficie del estado de Alagoas.
La producción de caña en Brasil es históricamente
conocida por la superexplotación del trabajo, destrucción
del medio ambiente y apropiación indebida de recursos
públicos. Los centrales se caracterizan por la concentración
de tierras para el monocultivo dedicado a la exportación.
Utilizan en general mano de obra emigrante, los llamados
boyas-frías -trabajadores agrícolas que no poseen sus
propias tierras-, sin derechos laborales reglamentados. Los
trabajadores son (apenas) remunerados por la cantidad de
caña cortada, y no por el número de horas trabajadas. Y aun
así no tienen control sobre la medición del peso de lo que
producen.
Algunos llegan a cortar, obligados, 15 toneladas por día. El
esfuerzo causa serios problemas de salud, como calambres y
tendinitis, afectando la columna y los pies. La mayoría de
las contrataciones se dan por intermediarios o "gatos",
agentes de trabajo esclavo o semi-esclavo. Después de 1850,
un esclavo solía trabajar en el corte de caña de 15 a 20
años. Hoy, el trabajo excesivo redujo este tiempo medio para
12 años.
El entusiasmo de Bush y Lula por el etanol hace
que centrales alagoanos y paulistas disputen, palmo a palmo,
cada pedazo de tierra del Triángulo Minero. Según el
reportero Amaury Ribeiro Jr., en menos de cuatro
años, 300 mil hectáreas de caña fueron plantadas en antiguas
áreas de pastizales y de agricultura. La instalación de una
decena de centrales nuevas, próximas a Uberaba, generó 10
mil nuevos empleos y un incremento en la producción de
alcohol en Minas de 630 millones de litros en 2003 a 1,7 mil
millones este año. La migración de mano de obra
descalificada rumbo a los cañaverales -20 mil boyas frías
por año- produce un aumento de favelas, asesinatos, tráfico
de drogas y comercio de niños y de adolescentes destinados a
la prostitución.
El gobierno brasileño necesita librarse de su síndrome de
Coloso (famosa tela de Goya). Antes de transformar el
país en un inmenso cañaveral y soñar con la energía atómica,
debería priorizar fuentes de energía alternativa abundantes
en Brasil, como la hidráulica, solar y eólica. Y
cuidar de alimentar a los sufridos hambrientos, antes de
enriquecer los "heroicos" dueños de centrales.
Frey
Beto
Adital
23 de
julio de 2007
artículos
relacionados
Volver
a Portada