El mundo según Monsanto,
documental de la periodista francesa Marie-Monique Robin, fue presentado el
viernes pasado en el Anexo de Presidencia, por la Red de Acción en Plaguicidas y
sus Alternativas para América Latina Uruguay (RAP-AL) y la Unión Internacional
de Trabajadores de la Alimentación, Agrícolas, Hoteles, Restaurantes, Tabaco y
Afines (UITA). El documental muestra la forma en que Monsanto, multinacional
norteamericana, fue imponiendo sus productos transgénicos y agrotóxicos primero
en Estados Unidos, y luego en el
mundo.
Monsanto
comienza a funcionar en 1901, en Missouri, como empresa química, para
convertirse, décadas después, en líder mundial de biotecnología. La promesa de
la multinacional es producir más, en menos tiempo, sin dañar el medioambiente,
ayudando especialmente a los pequeños productores y a los países en vías de
desarrollo. Pero el uso de transgénicos también fue promovido por la panacea de
terminar con el problema del hambre en el mundo. El documental de Robin
intenta dejar claro que ninguna de estas promesas se cumplió y que, peor aún,
las consecuencias del uso de los transgénicos, y del monopolio de la producción
de semillas transgénicas, son nefastas
para cualquier país, desde más de un punto de vista.
En 1976, Monsanto comenzó la comercialización del herbicida
Roundup, nombre comercial dado por la empresa al glifosato, un herbicida que
prometía una dupla atrayente para cualquier agricultor: el fin de las malas
hierbas, sin dañar el medio ambiente. Se vendió con gran éxito, ya que una de
sus supuestas ventajas era ser biodegradable. Pero, según se señala, estudios
hechos por la propia Monsanto mostraron que el nivel de degradación
biológica es de 2%. Debido a ésto, la empresa fue condenada dos veces por
publicidad engañosa y tuvo que retirar de los envases de sus productos
esa falsa información.
En 1995 Monsanto comenzó a comercializar productos
modificados genéticamente, entre ellos, la soja Roundup Ready, resistente al
glifosato, y el algodón Bollgard o BT, manipulado para crear un insecticida que
repele, entre otras plagas, a la lombriz americana. “90 por ciento de los
organismos modificados genéticamente (OMG) cultivados en el planeta son de
Monsanto”, explica Robin en el documental. La empresa tiene asegurada
la venta de las semillas transgénicas y la venta de los herbicidas que las
acompañan, ya que la modificación genética es realizada para resistir a esos
herbicidas, y no a otros.
Ley del máximo beneficio
El documental
plantea que no se hicieron los estudios suficientes para descartar la toxicidad
de los herbicidas, específicamente del Roundup Ready y que tampoco se estudiaron
con suficiente profundidad los efectos a largo plazo de los productos
transgénicos. Paralelamente se trata el tema de cómo se reglamentaron los OMG
en Estados Unidos. La agencia encargada de la seguridad de los productos
alimenticios y medicamentos de ese país, la FDA (Administración de Drogas
y Alimentos, en español), es señalada como la responsable de que no haya una
categoría especial para los OMG y de que, por lo tanto, éstos no cuenten
con una reglamentación específica. Es por ésto que en Estados Unidos
los productos transgénicos no tienen la obligación de llevar una etiqueta que
avise sobre su condición.
La FDA aplicó el “principio de equivalencia sustancial”, por
el cual no hay diferencias entre transgénicos y no transgénicos. Y ese principio
parece ser el meollo del problema que enfrenta a defensores y detractores.
Robin se pregunta cómo se llegó a esa equivalencia, y la respuesta que da es
que se logró por el engaño de la FDA, a través de la manipulación de
datos, y respondiendo a presiones de Monsanto, cuyo único objetivo era
sacar los transgénicos al mercado lo más rápido posible. Largos tramos del
documental se dedican a fundamentar este engaño.
En el documental se detalla, también, una larga serie de conexiones
entre miembros de la empresa, la FDA y el gobierno. Y se muestra cómo
muchos científicos que investigaron y obtuvieron resultados que eran adversos
para Monsanto fueron descalificados o despedidos de la empresa. Por otra
parte, se señala que Ronald Reagan, presidente en el momento en que salió
al mercado la soja Roundup Ready, tenía como política la desreglamentación, como
forma de favorecer la industria. Robin plantea que las decisiones tomadas
no estuvieron basadas en hechos científicos, sino que fueron decisiones
políticas.
Una agricultura sin agricultor
La expansión de Monsanto por el mundo es otro de los ejes
del documental. Según se
explica, entre 1995 y 2005, Monsanto compró unas cincuenta empresas de semillas,
repartidas por el mundo: de soja, algodón, choclo, leche, trigo, tomate, papa y
sorgo. En el curso de diez años, los cultivos
transgénicos se extendieron sobre más de cien millones de hectáreas, en las que
el 70 por ciento es resistente al Roundup y el 30 por ciento al insecticida
BT.
El destino de esta producción, en países en vías de desarrollo o
subdesarrollados, es “alimentar las gallinas, vacas y chanchos europeos”,
reproduciendo así los ya clásicos modelos de crecimiento hacia afuera. Una de
las estrategias del monopolio se basa en el sistema de patentes. En Estados
Unidos, los OMG están protegidos por la ley de patentes, por lo
que cada agricultor que compre semillas transgénicas debe firmar un contrato de
uso de tecnología, comprometiéndose a respetar la patente obtenida por
Monsanto. Basándose en algunos casos concretos, se muestran las nefastas
consecuencias que esto trae para los agricultores estadounidenses.
Esta práctica se extiende al resto de los países a los que
Monsanto vende sus productos, con variantes, dependiendo de las leyes de
cada país. En cuanto al avance de Monsanto en el mundo, en el documental
se hace foco en tres casos: India, México y Paraguay. Quizá
el ejemplo de India sea el más débil en términos de argumentación. Allí,
Monsanto compró la empresa Maico, empresa líder de producción de semillas de
algodón. En 2005 se
introdujo el algodón BT y la tasa de suicidios de productores indios creció,
señalándose que entre 2005 y 2006 hubo 600 suicidios. La dependencia de los campesinos a las leyes
impuestas por el mercado no es nueva, como tampoco lo es la dependencia que
genera el monocultivo, pero Robin sugiere que ambos hechos se reforzaron
a partir de la llegada de los OMG. Las semillas son ahora más caras y el
consumo de pesticidas no disminuye, como prometía Monsanto.
El otro caso especialmente agravado es México, ya que este
país es la cuna de la biodiversidad del maíz. En Oaxaca hay más de 150
variedades de maíz local, pero el maíz mexicano ya está contaminado por OMG
provenientes de Estados Unidos. México prohibió los cultivos
transgénicos pero, según se explica, debido al tratado de libre comercio firmado
con Estados Unidos y Canadá, se dio una importación masiva de maíz
norteamericano, transgénico en un 40 por ciento, y vendido dos veces más barato
que el maíz tradicional. La contaminación con OMG es incontrolable, ya
que las plantas de maíz se cruzan naturalmente por el polen que viaja en el
aire. Uno de los campesinos mexicanos entrevistados se refiere a este hecho como
la segunda conquista. El documental plantea que la contaminación, por supuesto,
es intencional porque “el que controla las semillas controla los alimentos”.
La otra forma de ingreso de transgénicos es a través del
contrabando, lo que ocurre en Paraguay, que, en el 2005, se vio obligado
a legalizar los cultivos clandestinos de soja, con el fin de salvar sus
exportaciones hacia Europa, ya que allí es obligatorio etiquetar los
transgénicos. Una vez ingresados, comenzó la deforestación indiscriminada, que
provocó lo que Jorge Galeano (dirigente de organizaciones campesinas)
llama “el desierto verde”. Las consecuencias son la eliminación de comunidades y
familias campesinas, la destrucción de la biodiversidad del campo y la
aniquilación de los recursos naturales necesarios para sobrevivir, sin contar
con las consecuencias de la contaminación.
El documental
termina con la negativa telefónica de la multinacional de otorgar una entrevista
a Robin. Sobre fondo negro, la respuesta del portavoz de Monsanto:
“Apreciamos la insistencia que ha demostrado para obtener una entrevista con
nosotros, pero tuvimos varias conversaciones internas y no hemos cambiado
nuestra posición. No tenemos ninguna razón para participar en su documental
porque sospechamos que no será positivo para nosotros, así que… ya sabe, You
know”.
¿Uruguay Natural?
En la presentación del documental, los organizadores entregaron un
folleto en el que se dan algunos datos sobre la situación de los
cultivos transgénicos en Uruguay. Entre otros, se señala que
“durante la zafra 2007/08, se sembraron casi 100 mil hectáreas de
maíz transgénico y 462 mil hectáreas de soja transgénica” y que a
partir de su ingreso al país “el aumento de los agrotóxicos
importados ha sido de entre el 500 y 600 por ciento”. Entre los
impactos sociales se destacan “la concentración y extranjerización
de las tierras (de las 500 mil hectáreas de soja cultivadas el año
pasado, más de la mitad fue sembrada por argentinos), la suba del
precio de la tierra, la expulsión de los pequeños productores, la
degradación y erosión de los suelos, la contaminación del aire y el
agua”. María Isabel Cárcamo, de RAP-AL Uruguay, recordó: “En 1996,
Monsanto introdujo en nuestro país la soja transgénica, y ni nos
enteramos. Recién cuando Monsanto introduce el maíz transgénico, en
el 2003, hubo oposición, se interpeló al ministro de Agricultura
(Martín Aguirrezabala, del Partido Colorado), pero igual se aceptó
el ingreso. Hay que informar a la gente sobre este tema, los
cultivos transgénicos ya están aceptados y la propuesta es que
vengan más”. Por su parte, Enildo Iglesias, de UITA, dijo que
“Uruguay tiene a la soja como el segundo producto de exportación,
detrás de la carne”, e instó a reflexionar, en este marco de
situación, “qué pasa, con el Uruguay Natural, cuando lo que queda en
nuestro país de toda esta soja exportada es basura, contaminación,
enfermedades y deterioro del medio ambiente”. Ambas organizaciones
se comprometieron a comenzar una fuerte campaña de divulgación sobre
el tema.
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