Pasados
algunos entusiasmos (no demasiados) tras
la Cumbre G20, dudas y críticas. ¿Qué
más hacer contra la crisis? ¿Es el mejor
modo de enfrentarla? ¿La
socialdemocracia salvará de nuevo al
necio capitalismo?
En medio de esa tentación de cambiar
algo, pero que todo continúe en manos de
los de siempre, se ha dicho que la
cumbre G20 ha sido como Breton Woods,
cuando a mediados de los cuarenta del
siglo pasado se reordenó el mundo (aún
en guerra), se liquidaron los restos de
la depresión del 29 y se relanzó la
economía. Nada más lejos de la realidad.
Aquellas jornadas fueron 21 días de
trabajo y fueron inclusivas:
participaron 44 países de un mundo con
menos Estados (aún no había empezado la
descolonización en Asia y
África). Además, generaron nuevas
instituciones multilaterales y crearon
reglas nuevas para organizar la economía
mundial.
En cambio, el G-20 apenas parece renovar
nada; aún confía en las instituciones
financieras que impusieron el dogma
neoliberal que nos llevó al desastre.
Además, en el documento de conclusiones
y compromisos, no aparece una sola vez
‘desigualdad’, ‘pobreza’ o ‘hambre’,
como se percata el catedrático de
economía Juan Torres, aunque
todavía mueren diariamente 30.000 seres
humanos por desnutrición severa.
Tampoco hay referencia alguna a
principios éticos, aunque la crisis la
han causado en gran medida prácticas sin
moral ni vergüenza. Ni recoge los
lúcidos planteamientos de la carta a los
mandatarios del G20 de los líderes de
las ocho organizaciones de la sociedad
civil más importantes del mundo
(Amnistía Internacional, Oxfam
Internacional, Greenpeace, Save the
Children, Ayuda en Acción, Plan
Internacional, World Vision y Care
Internacional), que han recordado al G20
que la vida o muerte de cientos de
millones de personas depende de lo que
se haga; que la pobreza y la desigualdad
aumentan; que éstas generan y alimentan
tensiones, conflictos sociales y
enfrentamientos cada vez mayores; que
sólo quedan 100 meses para reducir las
emisiones de carbono y revertir el
peligro de una catástrofe; que es
urgente garantizar los derechos de
subsistencia de esa mitad de la
humanidad que mengua y muere entre
pobreza y pobreza extrema, que es
urgente proteger el medio ambiente, la
Tierra (la única que tenemos)…
Walden Bello,
profesor de ciencias políticas en la
Universidad de Filipinas, hace esta
pregunta al G20: ¿Bastan reformas
socialdemócratas para relanzar la
economía o esta crisis ha de llevarnos a
otro orden? También el profesor Bello
propone algo que parece tener más
legitimidad que la selectiva reunión de
ricos y quienes llevan camino de serlo,
pues eso ha sido el G20: que Ban Ki
Moon, Secretario General de la
ONU, y la Asamblea General convoquen
un encuentro multilateral (no sólo 21)
para afrontar la crisis y preparar un
nuevo orden global. Una comisión de
expertos monetarios, financieros y
economistas, encabezada por el Nobel
Joseph Stiglitz y nombrada
por el presidente de la Asamblea
General, ya ha realizado un trabajo
preparatorio para esa reunión. Ésa es
buena noticia.
Una medida eficaz también sería cancelar
la deuda de países empobrecidos. Porque
esas deudas han sido pagadas con creces
y fueron contraídas con condiciones
abusivas. La cancelación de la deuda
permitiría a los países empobrecidos
disponer de más recursos sin necesitar
la dudosa ayuda del FMI.
Ante el documento final, Juan Torres
concede y remata que “las conclusiones
de la cumbre podrían ser encomiables,
pero los medios resultarán de poca
efectividad, porque no se han explicado
claramente las causas de la crisis. Y
sin poner en claro las causas de la
enfermedad solo un milagro puede hacer
que el médico pueda curarla”.
Nicholas Dearden,
director de Jubilee Debt Campaign
(Campaña Cancelar la Deuda), sí señala
lo qué pasa: “Ni los más enfervorizados
partidarios del libre mercado defienden
hoy que la globalización haya mejorado
las vidas de la mayor parte de gente del
planeta. Al contrario, un sistema con
crisis inherentes, que ha alimentado
niveles de desigualdad sin precedente,
finalmente se ha colapsado”.
Por eso hay que recordar el dicho de
Keynes: “La dificultad no estriba
tanto en desarrollar ideas nuevas,
cuanto en sacudirse las viejas”.
¿Revolución? Tal vez no tanto, pero urge
meter el bisturí a fondo o esto no lo
arregla ni dios.