60 años de la
Declaración Universal de los
Derechos Humanos de la ONU
Vivir sin discriminación y en libertad, sin
esclavitud o malos tratos, con identidad, en
igualdad y amparo, sin detención, prisión o
destierro, escuchado, bajo presunción de inocencia,
con vida privada y honorabilidad, para circular,
ingresar o salir de cualquier país, o asilarse en
ellos, con nacionalidad, para formar matrimonio y
familia, adquirir propiedad, poder pensar, creer,
opinar, asociarse, participar, decidir, trabajar,
subsistir, sindicalizarse, descansar, alimentarse,
vestirse, asentarse, asistirse, ser protegido,
educarse, gozar la cultura, el arte y el progreso
científico, y establecer un orden social con sus
deberes, son los derechos que el hombre consagró
para el propio hombre.
En 30 artículos y hace ya 60 años, aquel 10 de
diciembre de 1948, la sociedad de Estados reunida en
la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó
esos derechos en uno de los escritos de consenso más
trascendentes e importantes que la humanidad ha
producido en toda su existencia: la Declaración
Universal de Derechos Humanos. Un documento que más
de medio siglo después de producido continúa
manteniendo su total vigencia, pero también continúa
siendo incumplido por la propia humanidad.
Alguna vez, el literato portugués José Saramago,
Premio Nobel de Literatura en 1998, dijo que
cualquier partido político, en cualquier país, ya
tenía escrito el mejor programa de gobierno que
nadie podía proponer: la Declaración Universal de
Derechos Humanos escrita a mediados del siglo XX.
Solo deberían adaptarla a leyes, reglamentos y
decretos que luego tendría que hacer cumplir. Pero
ningún partido u organización política, de ningún
país, Estado, región o comarca ha podido o ha
querido hacerlo.
La Declaración Universal de Derechos Humanos sigue
siendo, en buena medida, una utopía a alcanzar. En
los actuales tiempos de unipolar globalización post
guerra fría, de desestimación de la ideologías, de
imposición del economicismo sobre el humanismo y de
lo individual sobre lo colectivo, la hoja en que se
escribió aquella proclama sigue manteniendo la
firmeza de sus conceptos más allá del envejecido y
amarillento papel, la opacidad de su tinta o el moho
de la vitrina en que esté expuesto.
Porque el hombre aún mata, discrimina, oprime,
esclaviza, maltrata, desconoce, desiguala,
desampara, detiene, aprisiona, destierra, ensordece,
culpabiliza, expone, vilipendia, prohíbe, limita,
expulsa, persigue, destruye, roba, impone, censura,
excluye, despide, reprime, obliga, extenúa, hambrea,
desnuda, desaloja, inasiste, desprotege,
analfabetiza, y desculturiza, en un desorden social,
en el que los deberes no garantizan la totalidad de
los derechos entonces proclamados.
Aquel texto de 30 artículos, que hace 60 años se
dispuso que fuera distribuido, expuesto, leído y
comentado en las escuelas y otros establecimientos
de enseñanza, sin distinción fundada en la condición
política de los países o de los territorios, sigue
sin ser conocido por buena parte de la humanidad,
que no solo desconoce el derecho a sus derechos,
sino que tampoco sabe que tiene el derecho de
saberlo. La Declaración Universal de Derechos del
Hombre proclamada por la Organización de Naciones
Unidas sigue estando vigente y, porque se incumple,
es la utopía que la humanidad tiene el deber de
hacer realidad.
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