Llueve esta mañana aquí, en Montevideo, en el sur del sur.
Llueve fuerte, cerrado y gris. Sin embargo, resulta
imposible despojarse de las sensaciones que dejaron en
nosotros las vivencias de hace apenas
unos días, cuando nos sofocábamos en el polvo de la
carretera Transamazónica, en el estado brasileño de Pará, a
unos 600
kilómetros al sur de su capital, Belem do Pará.
Un equipo de la Secretaría Regional de la UITA integrado por
Álvaro Santos, Emiliano Camacho y quien escribe, habíamos
llegado hasta allí dando el paso inicial de un trabajo de
campo cuyo resultado será un documental de 20 minutos –ya en
proceso de edición–, una de las piezas esenciales de la
campaña internacional contra la violencia rural en Brasil
que será lanzada en las próximas semanas de manera conjunta,
entre la UITA y la Confederación de Trabajadores y
Trabajadoras en la Agricultura de Brasil (CONTAG).*
Este plan de trabajo, elaborado en colaboración con la
Federación de Trabajadores en la Agricultura (FETAGRI) del
estado de Para, comenzó a concretarse en la ciudad de Marabá,
en cuyas cercanías encontramos a uno de los hijos de Dedé,
único sobreviviente de una masacre aún impune en la que
fueron asesinados el propio sindicalista Dedé, su esposa y
su hijo menor. Los asesinos fueron liberados por la
justicia. Conocimos la Fundação Agraria do Tocantins
Araguaia, un centro de formación y capacitación profesional
para jóvenes campesinos y asentados donde se utiliza la
llamada “pedagogía de alternancia”, que consiste en que
los/as alumnos/as permanecen 15 días en la escuela y
regresan a su casa el resto del mes para no descuidar las
tareas productivas de su familia. Desde allí se desarrollan
también diversos proyectos relacionados con el aprendizaje
comunitario, la cooperación y la gestión de los recursos
naturales.
A pocos kilómetros de Marabá visitamos un campamento de más
de 80 familias de campesinos/as sin tierra que desde hace
tres años se encuentran luchando para que se les adjudique
un predio improductivo que ya ocuparon tres veces y del cual
fueron desalojados otras tantas. Ahora permanecen en lo que
fueron unos galpones para cerdos, cedidos por un
asentamiento vecino, donde no tienen luz ni agua.
En Rondón do Pará conocimos a Joel, viuda del dirigente
rural Dezinho, asesinado hace dos años. Joel fue elegida
posteriormente presidenta del Sindicato de Trabajadores
Rurales de Rondón, y debido a las amenazas de muerte que
recibe de manera permanente, vive con custodia de seguridad
las 24 horas del día.
En Paraupebas abordamos el asesinato del dirigente rural
Soares, relatado por su hermano y por Indio, quien fuera su
compañero en el sindicato. También recogimos el testimonio
de la viuda de Antonio do Alho, exdirigente sindical rural y
asesor en la Secretaría de Agricultura de la Prefeitura
local, asesinado hace apenas tres meses. Antonio dejó cuatro
hijos, el más pequeño de apenas cuatro meses de vida.
Después de un largo tramo por la Transamazónica llegamos a
Pacajá, donde conocimos el caso de Dorival, un líder local
amenazado de muerte que debió abandonar su chacra para
buscar algo más de seguridad en el poblado.
Luego llegamos a Anapú, la pequeña ciudad donde vivía la
estadounidense-brasileña
Dorothy Stang, religiosa de las Hermanas de Notre Dame
de Namur, asesinada hace pocos meses después de 25 años de
amenazas e intimidaciones permanentes. Allí dialogamos con
Janine, también estadounidense y religiosa, quien compartió
todas las luchas de Dorothy durante los últimos 20 años. La
comunidad de campesinos sin tierra aportó su testimonio y su
recuerdo hacia la religiosa asesinada, y también pudimos
escuchar a Chiquinho, presidente del sindicato de
trabajadores rurales local, hijo espiritual de Dorothy,
excandidato a alcalde por el PT y actualmente amenazado de
muerte por el mismo “consorcio” que asesinó a la hermana
Dorothy.
De Anapú a Santarem, donde encontramos a Ivete, presidenta
del sindicato rural y amenazada de muerte por los
plantadores sojeros y “fazendeiros” que se han apropiado de
millones de hectáreas de tierras fiscales que antes eran
selva, bosques tropicales, y que ahora son praderas y
tierras de cultivo en rápido proceso de desertificación.
Ivete proviene de una comunidad tradicional que habita la
floresta desde siempre y vive de la recolección de diversos
productos selváticos. Ella nos guió hasta dos comunidades
“quilombolas” que viven en las riberas del Tocantins, bien
dentro de la “mata”. Allí conocimos las consecuencias de la
presión que ejercen los intereses dominantes sobre estas
comunidades para que abandonen sus villas y poder así
quedarse con la floresta de la que ellos viven. Los
quilombos son comunidades de negros que se ocultaron en la
selva huyendo de la esclavitud, y en muchas ocasiones se
mezclaron con los grupos indígenas que encontraban en cada
lugar. Son habitantes seculares de esas tierras y su
permanencia en ella es una de las mejores garantías de que
la floresta perdure, pues viven de ella y la conocen mejor
que nadie. La violencia, sin embargo, los amenaza
constantemente.
Finalmente, a pocos kilómetros de Belém, encontramos a la
familia de Rejane –su viudo y sus dos hijos–, militante del
movimiento de mujeres campesinas de la región asesinada hace
diez años en su propia casa, delante de sus hijos y sobrinos
pequeños. Su crimen, como todos los demás, permanece impune
ya que el verdugo fue detenido pocos minutos después del
asesinato. La Policía, sin embargo, se aseguró de su
silencio aplicándole la llamada “ley de fuga” cuando
supuestamente quiso escapar de las dependencias policiales.
El asesino también resultó muerto ese mismo día, y los
autores intelectuales nunca fueron desenmascarados. La
familia de Rejane aportó un conmovedor testimonio del amor
con el que esta bahiana, inteligente, cálida y bella,
impregnaba todo cuanto hacía en la vida.
Estas personas luchan en la “primera línea de fuego”, allí
donde los “grilleros”** queman miles y miles de hectáreas de
selva para apoderarse de esas tierras sin ninguna
documentación –y cuando la tienen siempre es fraudulenta– y
explotarla durante los pocos años que durará su fertilidad,
irremediablemente condenadas a la desertificación. La
asociación entre aventureros enriquecidos, militares
retirados y en actividad que han fundado sus propias
dinastías feudales desde los años dictatoriales de la década
de los 60, los exportadores de maderas nobles que han
arrasado con casi el 40% de la mejor madera de la Amazonia
brasileña y continúan avanzando, los ganaderos y sojeros
sobre enormes extensiones de tierras pirateadas, constituye
un factor de poder tan fuerte que, con algunas escasas y
honrosas excepciones, arrasa con la Justicia, la Policía y
el sistema político local. La tradicional pasividad del
Estado –léase complicidad y connivencia de los sucesivos
gobiernos– ha cambiado en algo desde el asesinato de la
hermana Dorothy que tuvo una enorme repercusión
internacional. El gobierno de Lula da Silva ha movilizado
hacia esa zona a varios contingentes militares y de la
Policía Federal, supuestamente menos sensibles a las
presiones locales. En la “trinchera” de la lucha por la
tierra y contra la impunidad –elementos clave de esta
violencia institucionalizada– las cosas no han cambiado
demasiado. Tal vez se respira un poco mejor, pero el miedo
sigue siendo el alfabeto con el que se escribe la vida
cotidiana.
A pesar de esto, las personas entrevistadas han decidido
permanecer no sólo en su “puesto de lucha”, sino
fundamentalmente en el sitio donde viven, donde quieren
vivir.
El grito que resuena en el sur de Pará, como en todo el
campo brasileño, no es una queja, no es un lamento, es un
grito que llama a vivir, que celebra la vida y la riqueza
con la que ella se expresa en estas tierras. Un grito tan
hondo y fuerte que tarde o temprano enterrará para siempre a
los mensajeros de la muerte, la ignorancia y el egoísmo.
Cueste lo que cueste.
Carlos Amorín
© Rel-UITA
5 de octubre de 2005
* Rel-UITA agradece el
apoyo brindado localmente por la FETAGRI, y por Cesar Ramos,
Carmen Helena Ferreira y Paulo Caralo de la CONTAG.
** Así llamados porque para fraguar sus
títulos de tierras dándoles apariencia "envejecida", los
colocan en una caja con grillos cuya orina les da una
tonalidad amarillenta.