Una a una se conocen hoy hasta en sus
detalles las acciones del imperialismo
estadounidense: desde las clásicas
invasiones de “marines” hasta su
sustitución (la del big stick, o
“política del garrote”) por la política
que el profesor Vivián Trías
definió como la del “algodón en el
garrote”, que consiste en la imposición
de los intereses imperiales a través de
organismos como el Fondo Monetario
Internacional (FMI) o el Banco
Mundial (BM).
A fin de febrero de 2004 se produjo una
intervención más de Estados Unidos
(y algunos aliados) en Haití, que
obligó al exilio del presidente electo,
Jean Bertrand Aristide. El centro
imperial buscó de inmediato enmascarar
esa acción delegándola en los cascos
azules de Naciones Unidas, en esa
oportunidad formados por soldados de
diversos países de América Latina: entre
ellos por tropas de Uruguay.
En Brasil, para tratar de
justificar la intervención, se dijo que
sería peor si se hubieran encargado de
esa tarea tropas de Estados Unidos.
Con intención o sin ella, los que así
opinan se saltean que lo que tropas
brasileñas y de otros países de América
Latina realizan en Haití es lo
mismo que harían las tropas de
Estados Unidos.
Para aportar sobre esos hechos un
testimonio entre muchos posibles,
corresponde informar que el pasado 22 de
diciembre (dos días antes de la
Nochebuena de la cristiandad) varias
decenas de personas, entre ellas mujeres
y niños, fueron muertas o heridas
gravemente en una zona humilde de Puerto
Príncipe por soldados de la MINUSTAH.
En el pasado marzo, Jubileo Sur, una
organización de Brasil, realizó
una serie de debates en once ciudades
brasileñas para denunciar la situación
del pueblo haitiano, reclamar el retiro
de las tropas y que se destinen los
gastos militares a proyectos que
permitan ir superando la miseria. Esa
sería una ayuda real; la verdadera ayuda
que necesita el pueblo haitiano.
En diversos países, como en Uruguay,
se ha intentado justificar el envío de
tropas alegándose que estaban destinadas
a pacificar, a evitar la violencia. Pero
la verdad es que desde el último
diciembre los soldados de países de la
región han llevado a cabo acciones
violentas, con vehículos blindados y
helicópteros en zonas que califican de
violentas, con el resultado de muchos
muertos y heridos. Y no sólo de bandidos
y secuestradores –como algunos alegan en
vano intento por salvar sus conciencias–
sino de mujeres y de niños,
especialmente en zonas extremadamente carenciadas, como Cité Soleil.
Recientemente se ha informado desde
Haití que muchos ciudadanos y
ciudadanas están preocupados por la
prórroga de la permanencia en el país de
las tropas de la MINUSTAH, que
han resuelto mantenerse hasta octubre.
Los haitianos se oponen a que se les
presente como una amenaza para la paz y
la seguridad de la región, como lo hizo
el Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas en la resolución 1743, que
prorrogó el mandato a las tropas de
países de la región que operan bajo la
bandera de la ONU.
Es importante reiterar que la función de
los soldados extranjeros en Haití
no es una acción de ayuda humanitaria o
de lucha contra secuestradores, como se
alega.
Últimamente se ha informado que por lo menos diez personas
fueron secuestradas en distintos puntos
de la capital.