En todas las etapas de la
militancia social por un mundo nuevo,
más justo y solidario, es necesario
plantear objetivos claros. Porque con
frecuencia, al analizar la realidad se
observan sus rasgos, sus características
fundamentales, pero no se insiste
suficientemente sobre las soluciones;
sobre los profundos cambios a realizar
para aportarle justicia. Sin embargo, sí
es importante la crítica de las
injusticias, para trabajar por la
construcción de un país y de un mundo
mejor, es importante indicar el camino
hacia las soluciones y en qué consisten.
El régimen capitalista,
que alcanza a gran parte de la
humanidad, ha concentrado la riqueza y
multiplicado la pobreza. Esta ha llegado
hasta límites que nadie -respetuoso de
los derechos humanos- puede dejar de
condenar.
Una tragedia
impredecible, y por el momento
inevitable, como el tsunami que azotó
hace pocos años la zona del Océano
Indico y ocupó la primera plana de los
medios de comunicación, costó más de
300.000 vidas y dejó a millones de
personas sin hogar. Pero esa tragedia,
que mostró el enorme poder destructivo
de la naturaleza y nos conmovió a todos,
fue algo que no se podía prever, algo
inevitable.
Sin embargo, hay en el
mundo estudios serios, hechos por
técnicos, que prueban la existencia de
otras tragedias menos notorias pero
predecibles y hasta fáciles de prever,
que ocurren con regularidad.
Informes de Naciones
Unidas (ONU)sobre Desarrollo
Humano denuncian que esas tragedias que
no suelen concitar la atención de los
medios de comunicación matan, cada hora,
1.200 niños, cantidad que equivale a
tres tsunami mensuales; y eso, un mes
tras otro.
Las causas de muerte
varían, pero la abrumadora mayoría se
debe -agrega el informe de la ONU-
a una única patología: la pobreza. Pero
a diferencia del tsunami -destaca ese
informe-, su patología se puede
prevenir, porque con la actual
tecnología, con los actuales recursos
financieros y la acumulación de
conocimientos, el mundo tiene
posibilidades de superar la pobreza
extrema.
Al comenzar el siglo XXI
los gobiernos de los países más
poderosos firmaron en Naciones Unidas lo
que se denominó la “Declaración del
Milenio”: un compromiso solemne para
“liberar a nuestros semejantes, hombres,
mujeres y niños, de las condiciones
abyectas y deshumanizadoras de la
pobreza extrema”. Esa Declaración fue un
compromiso concreto establecido en 1948
en las normas sobre Derechos Humanos.
Pero hace ya dos años, desde 2005,
algunos documentos de la ONU
señalaban que el desarrollo humano
tambalea en algunas áreas cruciales y
las desigualdades han seguido
aumentando.
Esos informes de Naciones
Unidas denunciaban que 18 países, con
una población de 460 millones han
retrocedido en sus condiciones de vida:
“En medio de una economía mundial cada
vez más próspera, casi 11 millones de
niños -agregan- no viven para celebrar
su quinto cumpleaños, y más de 1.000
millones de personas sobreviven en
condiciones de pobreza extrema, con
menos de un dólar por día, y
enfermedades como el SIDA se han
extendido. La humanidad registra, pues,
crecientes desigualdades en el ingreso
de las personas y en las oportunidades
de vida.
Nelson Mandela,
héroe y ex gobernante de África del
Sur, declaró hace dos años que “la
inmensa pobreza y la obscena desigualdad
son flagelos tan espantosos de esta
época –en la que nos jactamos de
impresionantes avances en ciencia,
tecnología, industria y acumulación de
riquezas- que deben clasificarse como
males tan graves como la esclavitud y el
apartheid”.
Frente a la realidad
llena de injusticias del régimen
capitalista, es necesario hablar claro.
Y la solución no es limar algunas
desigualdades o tratar de progresar
manteniendo lo sustancial del
capitalismo, es decir, tratar de cambiar
algo aunque todo siga como está, sino
sustituir al régimen capitalista por una
organización socialista, en la cual la
riqueza no esté en manos de pocos sino
al servicio de la sociedad.
Pocos hablan con claridad
sobre los caminos hacia una sociedad
solidaria, es decir, sobre el progreso
hacia el socialismo y la libertad, que
deben establecerse de acuerdo a las
condiciones de cada país y que consiste,
como explicaba Emilio Frugoni de
acuerdo a los lineamientos del marxismo,
en un movimiento de trabajadores que, al
servicio y por la elevación del pueblo
trabajador, guiado por la ciencia (los
aportes de la sociología, los avances de
la economía, la historia, etcétera),
busque crear una sociedad libre y sin
clases sociales, con base en la
propiedad colectiva, social, de los
principales medios de producción y de
cambio.
Es necesario insistir en
que la superación de las desigualdades e
injusticias del régimen capitalista no
podrán ser superadas sin poner al
capital, que es producto del trabajo de
muchos, al servicio de la sociedad; sin
que el capital, en lugar de ser
propiedad privada de algunos, pase a
serlo de los que contribuyen a crearlo.
No hay socialismo sin
libertad, ni libertad auténtica sin
socialismo, predicaba Carlos Quijano.
Se trata, pues, de luchar por un sistema
que tienda a poner a la sociedad en
condiciones de que sea ella (la
sociedad, no el Estado) la dueña del
capital, que hoy se crea para provecho
de unos pocos y entonces se creará para
provecho de todos.
En Montevideo, Guillermo Chifflet
© Rel-UITA
13
de julio de 2007
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