Hacia otro género de desarrollo (II)

¿Por qué son pobres las mujeres?

 El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) emplea diferentes indicadores para calcular el nivel de desarrollo humano de cada país. Pues bien, en todos ellos, las mujeres se ven sistemáticamente desfavorecidas; únicamente en términos de esperanza de vida las mujeres superan a los hombres (en años vividos que no necesariamente en mayor calidad de los mismos). Por esta razón, las Naciones Unidas, a través de sus informes anuales, denuncian que “ninguna sociedad trata a sus mujeres tan bien como a sus hombres”.

 


Desde la feminización de la pobreza a los estudios de género

Gran parte de las investigaciones sobre los procesos de empobrecimiento de las mujeres se han centrado en averiguar si las mujeres son más pobres que los hombres (es decir, el estudio de la pobreza de las mujeres o empobrecimiento de la mujer) o si entre los pobres hay más mujeres que hombres (estudio de la feminización de la pobreza). Aún reconociendo la importancia de tales investigaciones, cada vez es mayor el número de autores que reivindican la necesidad de realizar estudios explicativos adoptando para ello una perspectiva de género. El objetivo, entonces, sería analizar los efectos que las diferencias de género tienen sobre los procesos de empobrecimiento. Dicho de otra forma, no se trataría tanto de ver que las mujeres son pobres, sino que la pobreza está condicionada por el género. De esta forma, se concluye que los roles, identidades, desigualdades y relaciones de género producen en la mujer y en el hombre una experiencia de la pobreza diferenciada.

La adopción de un enfoque de género para el estudio de la pobreza supone una crítica clara a los estudios tradicionales sobre la materia. La estrategia más comúnmente seguida por éstos ha consistido en tomar como unidad de análisis al grupo doméstico, sin considerar las desigualdades existentes en su interior y suponiendo, por tanto, que la distribución de la riqueza y de la pobreza dentro del mismo es igualitaria.

En contra de esta tradición, desde los Estudios de Género se entiende que es necesario entrar a analizar el funcionamiento interno de la pobreza en la familia, lo que permitiría sacar a la luz diferencias ya no sólo en la proporción de mujeres y hombres afectados, sino en las formas desiguales en que estos procesos les afectan.


Mujer, género y pobreza


En cualquier sociedad es posible observar una división de roles y funciones entre hombres y mujeres. Tal división no consiste únicamente en una mera diferenciación de tareas, sino que implica una jerarquización de las mismas. Esta jerarquización afecta, a las personas que desempeñan las respectivas funciones. Así, las actividades calificadas tradicionalmente como masculinas cuentan con una valoración y calificación social superior a las femeninas.

Pero además de los efectos ligados a la desvalorización de las funciones femeninas y, con ello, de las propias mujeres, esta división de funciones tiene diversas consecuencias en términos de riesgos de empobrecimiento. Así, por ejemplo, la adscripción predominante de las mujeres al trabajo reproductivo supone que el acceso a toda una serie de recursos se realiza, no de manera directa, sino mediada, en el sentido de que a muchos de tales recursos sólo se accede a través del mercado y la persona que aporta los ingresos monetarios familiares probablemente no sea la mujer.

Por otra parte, el proceso de incorporación de la mujer al mercado de trabajo (en el que nunca han dejado de estar presente), aún favoreciendo transformaciones importantes en las relaciones de género, se viene produciendo en condiciones claramente de desigualdad. Así, muchas mujeres, al mismo tiempo que realizan un trabajo remunerado, siguen siendo las principales responsables del trabajo doméstico y del cuidado de los hijos con lo que ello supone de sobrecarga de trabajo.

Igualmente, gran parte de las ocupaciones que realizan las mujeres en el mercado de trabajo representan una prolongación de las actividades que se realizan en la esfera familiar, configurándose esferas laborales ampliamente feminizadas e infravaloradas.

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Por otro lado, las mujeres están viéndose especialmente afectadas por los procesos de desregulación y precarización que viene experimentando el mercado laboral. Así, la tasa de desempleo es constantemente superior para la mujer que para el hombre; las mujeres son las protagonistas del trabajo a tiempo parcial; y tienen una presencia desproporcionada en los trabajos temporales e incluso en el sector informal de la economía. Por éstas y otras razones, el salario medio de las mujeres es marcadamente inferior al masculino.

Los rasgos peculiares que caracterizan la participación de las mujeres en el mercado de trabajo tienen importantes consecuencias con respecto al acceso a los regímenes de seguridad social; ya que, como es bien sabido, un trabajo y un empleo marginales generan derechos marginales. Las desigualdades de género basadas en la educación, en el acceso al mercado de trabajo, en la obtención de créditos (para conseguir una vivienda por ejemplo), así como las dificultades que soportan para acceder a determinadas instituciones sociales y políticas son algunas otras variables que, sumadas a las ya expuestas, permiten explicar por qué son pobres las mujeres.

Ahora bien, hablamos de mujeres pero sabemos que éstas no constituyen un colectivo homogéneo. Existen grupos claramente desfavorecidos o con mayores riesgos de verse afectados por procesos de empobrecimiento.

Uno de estos grupos es el constituido por las mujeres ancianas. En los últimos años se ha producido un importante crecimiento de la población de más de setenta años, formada en sus dos terceras partes por mujeres. Esto explica, sólo en parte, el mayor riesgo de empobrecimiento de las mujeres. En este sentido, más significativas resultan las discriminaciones sociales y económicas que sufren a lo largo de su vida laboral y que se reflejan, directamente, en pensiones más exiguas.

Otro grupo especialmente afectado, y que está centrando el interés de muchas investigadoras, es el de las mujeres inmigrantes. Ellas protagonizan el cruce de diferentes formas de discriminación por razones de género, clase y etnia.


Vías para superar la desigualdad


Si el objetivo es superar la desigualdad de género no es suficiente con la adopción de medidas positivas dirigidas a las mujeres como las siempre citadas: promoción del acceso a la educación, a la formación y al empleo; sino que requiere adoptar medidas destinadas a adaptar la organización de la sociedad hacia una distribución más justa de roles, y a una revalorización de los hasta ahora considerados femeninos. La puesta en práctica de estas medidas no está exenta de dificultades y requiere la movilización simultánea de instrumentos legales, pero también recursos financieros y la dedicación de los agentes e instituciones implicados.
 


Eva Espinar y María José González Río *

Agencia de Información Solidaria

21 de Mayo de 2004

 

* Profesoras de Sociología de la Universidad de Alicante Colaboradoras de la Revista "El Sur" de la ONG Médicus Mundi Agencia de Información Solidaria
 

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