El
Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) emplea
diferentes indicadores para calcular el nivel de desarrollo
humano de cada país. Pues bien, en todos ellos, las mujeres
se ven sistemáticamente desfavorecidas; únicamente en
términos de esperanza de vida las mujeres superan a los
hombres (en años vividos que no necesariamente en mayor
calidad de los mismos). Por esta razón, las Naciones Unidas,
a través de sus informes anuales, denuncian que “ninguna
sociedad trata a sus mujeres tan bien como a sus hombres”.
Desde la
feminización de la pobreza a los estudios de género
Gran parte de las investigaciones sobre los procesos de
empobrecimiento de las mujeres se han centrado en averiguar
si las mujeres son más pobres que los hombres (es decir, el
estudio de la pobreza de las mujeres o empobrecimiento de la
mujer) o si entre los pobres hay más mujeres que hombres
(estudio de la feminización de la pobreza). Aún reconociendo
la importancia de tales investigaciones, cada vez es mayor
el número de autores que reivindican la necesidad de
realizar estudios explicativos adoptando para ello una
perspectiva de género. El objetivo, entonces, sería analizar
los efectos que las diferencias de género tienen sobre los
procesos de empobrecimiento. Dicho de otra forma, no se
trataría tanto de ver que las mujeres son pobres, sino que
la pobreza está condicionada por el género. De esta forma,
se concluye que los roles, identidades, desigualdades y
relaciones de género producen en la mujer y en el hombre una
experiencia de la pobreza diferenciada.
La adopción de un enfoque de género para el estudio de la
pobreza supone una crítica clara a los estudios
tradicionales sobre la materia. La estrategia más comúnmente
seguida por éstos ha consistido en tomar como unidad de
análisis al grupo doméstico, sin considerar las
desigualdades existentes en su interior y suponiendo, por
tanto, que la distribución de la riqueza y de la pobreza
dentro del mismo es igualitaria.
En contra de esta tradición, desde los Estudios de Género se
entiende que es necesario entrar a analizar el
funcionamiento interno de la pobreza en la familia, lo que
permitiría sacar a la luz diferencias ya no sólo en la
proporción de mujeres y hombres afectados, sino en las
formas desiguales en que estos procesos les afectan.
Mujer, género y
pobreza
En cualquier sociedad es posible observar una división de
roles y funciones entre hombres y mujeres. Tal división no
consiste únicamente en una mera diferenciación de tareas,
sino que implica una jerarquización de las mismas. Esta
jerarquización afecta, a las personas que desempeñan las
respectivas funciones. Así, las actividades calificadas
tradicionalmente como masculinas cuentan con una valoración
y calificación social superior a las femeninas.
Pero además de los efectos ligados a la desvalorización de
las funciones femeninas y, con ello, de las propias mujeres,
esta división de funciones tiene diversas consecuencias en
términos de riesgos de empobrecimiento. Así, por ejemplo, la
adscripción predominante de las mujeres al trabajo
reproductivo supone que el acceso a toda una serie de
recursos se realiza, no de manera directa, sino mediada, en
el sentido de que a muchos de tales recursos sólo se accede
a través del mercado y la persona que aporta los ingresos
monetarios familiares probablemente no sea la mujer.
Por otra parte, el proceso de incorporación de la mujer al
mercado de trabajo (en el que nunca han dejado de estar
presente), aún favoreciendo transformaciones importantes en
las relaciones de género, se viene produciendo en
condiciones claramente de desigualdad. Así, muchas mujeres,
al mismo tiempo que realizan un trabajo remunerado, siguen
siendo las principales responsables del trabajo doméstico y
del cuidado de los hijos con lo que ello supone de
sobrecarga de trabajo.
Igualmente, gran parte de las ocupaciones que realizan las
mujeres en el mercado de trabajo representan una
prolongación de las actividades que se realizan en la esfera
familiar, configurándose esferas laborales ampliamente
feminizadas e infravaloradas.
Por otro lado, las mujeres están viéndose especialmente
afectadas por los procesos de desregulación y precarización
que viene experimentando el mercado laboral. Así, la tasa de
desempleo es constantemente superior para la mujer que para
el hombre; las mujeres son las protagonistas del trabajo a
tiempo parcial; y tienen una presencia desproporcionada en
los trabajos temporales e incluso en el sector informal de
la economía. Por éstas y otras razones, el salario medio de
las mujeres es marcadamente inferior al masculino.
Los rasgos peculiares que caracterizan la participación de
las mujeres en el mercado de trabajo tienen importantes
consecuencias con respecto al acceso a los regímenes de
seguridad social; ya que, como es bien sabido, un trabajo y
un empleo marginales generan derechos marginales. Las
desigualdades de género basadas en la educación, en el
acceso al mercado de trabajo, en la obtención de créditos
(para conseguir una vivienda por ejemplo), así como las
dificultades que soportan para acceder a determinadas
instituciones sociales y políticas son algunas otras
variables que, sumadas a las ya expuestas, permiten explicar
por qué son pobres las mujeres.
Ahora bien, hablamos de mujeres pero sabemos que éstas no
constituyen un colectivo homogéneo. Existen grupos
claramente desfavorecidos o con mayores riesgos de verse
afectados por procesos de empobrecimiento.
Uno de estos grupos es el constituido por las mujeres
ancianas. En los últimos años se ha producido un importante
crecimiento de la población de más de setenta años, formada
en sus dos terceras partes por mujeres. Esto explica, sólo
en parte, el mayor riesgo de empobrecimiento de las mujeres.
En este sentido, más significativas resultan las
discriminaciones sociales y económicas que sufren a lo largo
de su vida laboral y que se reflejan, directamente, en
pensiones más exiguas.
Otro grupo especialmente afectado, y que está centrando el
interés de muchas investigadoras, es el de las mujeres
inmigrantes. Ellas protagonizan el cruce de diferentes
formas de discriminación por razones de género, clase y
etnia.
Vías para
superar la desigualdad
Si el objetivo es superar la desigualdad de género no es
suficiente con la adopción de medidas positivas dirigidas a
las mujeres como las siempre citadas: promoción del acceso a
la educación, a la formación y al empleo; sino que requiere
adoptar medidas destinadas a adaptar la organización de la
sociedad hacia una distribución más justa de roles, y a una
revalorización de los hasta ahora considerados femeninos. La
puesta en práctica de estas medidas no está exenta de
dificultades y requiere la movilización simultánea de
instrumentos legales, pero también recursos financieros y la
dedicación de los agentes e instituciones implicados.
Eva Espinar y María
José González Río *
Agencia de Información
Solidaria
21
de Mayo de 2004
* Profesoras de
Sociología de la Universidad de Alicante Colaboradoras de la
Revista "El Sur" de la ONG Médicus Mundi Agencia de
Información Solidaria