Uno de 
los argumentos favoritos de los poderosos es que la crisis alimentaria, 
climática, energética, ambiental, se resolverá con nuevas tecnologías.
 
Mas allá del discurso 
coyuntural de los que intentan salvar sus privilegios de la hecatombe, es verdad 
que la tecnología es uno de los pilares que han permitido al capitalismo renacer 
de sus propias cenizas, dando ventajas comparativas a quienes controlan las 
innovaciones tecnológicas. A diferencia de la especulación financiera, son 
ventajas reales porque potencian procesos productivos.
 
Pero esto no tiene nada que ver 
con cambios deseables ni justicia social –las innovaciones tecnológicas en 
cualquier sociedad desigual son herramientas que preservan y ahondan las brechas 
que ya existían. Los desastres ambientales, sanitarios, climáticos, provocados 
por el modelo tecnológico dominante, son efectos secundarios, “externalidades” 
del sistema, pero aprovechados por las empresas para hacer más negocios. Al fin, 
si hay destrucción de bienes y recursos, hay escasez y por tanto más necesidades 
y “oportunidades de mercado”.
 
Una de las tecnologías claves 
para esta renovación capitalista, es la nanotecnología -la manipulación de la 
materia a nivel de átomos y moléculas-, por ser la plataforma de innovación de 
casi todas las otras (informática, biotecnología, ingeniería de materiales, 
genómica, automovilística, tecnologías agrícolas, alimentarias, petroleras, 
mineras, farmacéuticas…).
 
A nanoescala (un nanómetro es 
la mil millonésima parte de un metro), las propiedades físicas y químicas de la 
materia cambian: puede ser su color, resistencia, elasticidad, conductividad 
eléctrica, reactividad u otras. Los usos potenciales son vastos. Actualmente 
hay más de 700 productos en el mercado basado en aplicaciones nanotecnológicas, 
que incluyen cosméticos y bloqueadores solares, textil, ropa, materiales de 
construcción, barnices, llantas, plaguicidas, nano-celdas de captadores solares. 
La cuarta parte de la industria farmacéutica utiliza nanopartículas construídas 
fundamentalmente para administración de medicamentos. Todo signado por las 
patentes monopólicas más amplias de la historia, en manos de trasnacionales como
IBM, DuPont, Hitachi, Procter and Gamble, así como 
ejércitos (Estados Unidos y Europa) y universidades que pese a 
estar sustentadas con dinero público, licencian las patentes en forma monopólica 
a empresas.
 
Un aspecto particularmente 
pertubador es que las nanopartículas construídas muestran importante toxicidad 
en plantas, animales y humanos, debido justamente a su tamaño, que aumenta su 
reactividad pero impide que sean detectadas por el sistema inmunológico. Como 
las sustancias están autorizadas para su uso en partículas mayores, los que 
manipulan y venden nanopartículas o productos que las contienen, no necesitan 
hacer test toxicológicos previos. Sin embargo, estamos frente a un fenómeno 
masivo y global de nuevas y graves formas contaminación del ambiente y la salud 
de todos los seres vivos, que los promotores de la nanotecnología prefieren 
obviar. Países como México, Argentina y Brasil tienen, 
además de empresas, programas universitarios de nanotecnología apoyados por el 
erario público. El 99 por ciento de su discurso es sobre las maravillas de la 
tecnología, con escasa o ninguna mención a los problemas que conlleva.
 
Veamos un caso. Por sus 
propiedades microbicidas y antobacterianas, las nanopartículas de plata se están 
usando en productos farmacéuticos y quirúrgicos, en ropa interior, guantes, 
medias y calzados deportivos, en productos para bebés (biberones, almohadas), 
contenedores para alimentos, productos de higiene personal, cubiertos, 
refrigeradores y lavarropas. Ya se sabía que la plata -en partículas mayores- es 
tóxica además para la vida acuática. En 2005, un estudio encontró que la plata 
en nanopartículas es 45 veces más tóxica que la usada anteriormente. En 2008, 
otro estudio mostró que el lavado de prendas que tienen nanopartículas de plata, 
o el uso de lavarropas con nano plata, desecha parte de estas nanopartículas 
sintéticas a los desagües, con fuerte toxicidad para la vida acuática, matando 
también bacterias benignas en los sistemas de drenaje. Usar este tipo de 
productos con los bebés, es como acostarlos sobre una cama de químicos ultra 
tóxicos, mucho más que cualquier plaguicida permitido en el mercado. Lo que se 
usa en alimentos va a parar al sistema digestivo.
 
Basados en estos estudios, el 
Centro Internacional de Evaluación Tecnológica de Estados Unidos, con apoyo de 
trece organizaciones ambientalistas y de consumidores, (Grupo ETC, Greenpeace, 
Amigos de la Tierra, Consumers Union) presentó una demanda a la Agenda de 
Protección Ambiental de Estados Unidos, por haber permitido la liberación al 
ambiente y al consumo de un tóxico de alta potencia presente en más de 260 
productos de venta libre. Este es apenas uno de los usos de nanopartículas.
 
Urge estar alertas a esta nueva 
invasión tóxica que gobiernos y científicos acríticos nos quieren vender como la 
nueva panacea.
 
Silvia Ribeiro*
La Jornada, México
11 de noviembre de 2008