Durante las negociaciones de Naciones Unidas sobre
cambio climático en Copenhague, Dinamarca, en
diciembre pasado, la delegación de Bolivia comparó
lo que allí sucedía con la película Matrix.
Agregó que los únicos que tomaban la pastilla roja
(que en la película permite ver la realidad como es)
eran los que marchaban protestando por las calles de
Copenhague. Es una de las imágenes más atinadas que
he escuchado.
Al contrario de lo que
uno creería, esa convención no trata de las causas y
soluciones reales al cambio climático, sino sobre
todo de cómo gestionar y aumentar las ganancias con
el comercio del cielo y el aire limpio –materias
cada vez más escasas (y, por tanto, más rentables)
gracias al desastre climático, a su vez provocado
por los que más lucran ahora con ese comercio.
Afuera convergen en la
protesta los que tienen las alternativas reales para
salir de las crisis –campesinos, indígenas,
pescadores artesanales, comunidades en resistencia
contra megaproyectos energéticos y otros– con miles
de jóvenes que, como tantas veces en la historia, se
niegan a participar en esta farsa que les roba el
futuro. Son reprimidos porque nada hay más peligroso
para los dueños de la Matrix que jóvenes
decididos a ver la realidad, a no venderse y a
autogestionar su vida, o campesinos e indígenas que
pretenden seguir en sus tierras y culturas
produciendo sus alimentos y los de la mayoría de la
gente mientras cuidan el planeta. Pero lo que a los
señores les resulta realmente insoportable es que se
pongan de acuerdo, que es justamente lo que sucedió
en Copenhague.
El 16 de diciembre,
mientras comenzaban dentro de la cumbre climática
los discursos de más de 110 primeros mandatarios y
aumentaban a niveles absurdos los controles
policiacos, comenzó una marcha desde fuera y desde
dentro de la propia convención, reclamando justicia
climática. La idea era forzar el muro que los
dividía para instalar la Asamblea de los Pueblos, lo
cual sucedió horas más tarde, en las orillas del
Bella Center. Allí, pese a abundantes golpes, gas
pimienta y represión, a las detenciones de cientos
de jóvenes antes y durante la manifestación, la
marcha no se detuvo y siguió avanzando en ordenadas
y apretadas filas tomada del brazo. Finalmente, en
medio de un muro triple de policías vestidos de
robocops y varias filas de camiones policiales
se logró instalar la Asamblea de los Pueblos con la
consigna Cambiar el sistema, no el clima. Sentados
en el suelo, bajo lloviznas de nieve y en un
ambiente de tremenda tensión externa, los
asambleístas compartieron sus denuncias y
alternativas. Vía Campesina habló de cómo los
campesinos están enfriando y alimentado el planeta;
ambientalistas de base e indígenas de Ecuador,
Canadá y otros países de por qué hay que
dejar el petróleo, el carbón y las arenas
bituminosas en el suelo; pescadores artesanales,
sindicalistas, activistas sociales y de derechos
humanos, que venían en caravana desde Suiza
contra la OMC y el cambio climático, y muchos
más de distintas partes del mundo, fueron tejiendo
un complejo y diverso panorama que mostró que no
sólo saben qué sucede con el cambio climático y
quiénes lo provocan, sino también cómo enfrentarlo y
tienen las soluciones.
Fue una imagen fuerte:
la gente organizada desde las bases, en diversidad y
solidaridad, compartiendo como cotidianamente
alimentan y sanan al planeta, pero rodeados de un
ambiente tremendamente hostil y agresivo instalado
desde el poder para defender a los ricos –gobiernos
y trasnacionales– reunidos al otro lado del muro.
Muy similar al mundo real, donde la mayoría de la
gente vive, construye, sueña, lucha y resiste desde
sus milpas, sus barrios y comunidades, pese a que
unos pocos con fuerza bruta o manipulaciones matan
gente y destruyen el planeta para su lucro,
intentando hacernos creer, como en Matrix,
que es el orden que todos debemos mantener.
Hubo también muchas
otras protestas y manifestaciones –incluso una de
más de 100 mil personas, la más grande de
Dinamarca en las últimas décadas– que
denunciaron realidades que contribuyen al cambio
climático: contra las trasnacionales y los sistemas
de libre comercio; contra la producción industrial
de carnes y el círculo vicioso con la soya y maíz
transgénico que representan; contra los
agrocombustibles y los grandes monocultivos y
árboles transgénicos, y contra la explotación
petrolera, así como luchas por el reconocimiento de
la deuda climática, en favor de los migrantes, por
los derechos indígenas y campesinos, y en defensa
del agua.
También un gran espacio
de talleres y debates llamado KlimaForum. Los
organizadores de ese espacio habían tomado distancia
públicamente de manifestaciones como la del 16 de
diciembre, organizada por la red Acción por Justicia
Climática, Vía Campesina y Justicia Climática Ahora,
entre otras agrupaciones, pero finalmente asumieron
como propio el lema Cambiar el sistema, no el clima.
Parte de la dinámica de Matrix es hacernos
creer que la desobediencia civil, incluso pacífica y
por más justificada que esté, debe ser evitada por
el castigo que recibiremos. Creo que también por eso
debemos agradecer a esos jóvenes, campesinos y otros
activistas de base que, a sabiendas que recibirían
golpes, gases –y varios de ellos siguen aún
detenidos– se tomaron la pastilla roja y llevaron un
trocito de la dignidad de todos contra el muro del
absurdo en Bella Center.
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