En Gran Bretaña, perdimos hasta 95 por
ciento de nuestros antiguos bosques, prados,
jardines y vida silvestre, y presenciamos
pérdidas masivas de granjas y empleos agrícolas.
La agricultura se volvió más dependiente del
petróleo. Nuestros alimentos perdieron
vitaminas, sabor y diversidad, y nuestra dieta
dejó de ser saludable.
Conforme el costo ambiental y humano de la
agricultura industrial se volvió más difícil de
negar, llegó una nueva cura milagrosa: la
ingeniería genética. Hace 20 años, los OGM
prometieron maravillas increíbles: fruta que no
se congelaría jamás, cultivos que no
necesitarían fertilizantes ni aerosoles,
alimentos con vitaminas y medicamentos
incorporados vía genética. Pronto toda la comida
sería genéticamente modificada. Los genetistas
transformarían todo lo que deseáramos, tomando
un gen de pez aquí, uno de cerdo allá, añadiendo
un gen de bacteria y tal vez un pedacito de un
virus.
El mayor golpe de las compañías productoras de
OGM, y su mayor fraude científico, fue
asegurarse de que ningún alimento genéticamente
modificado se sometiera a pruebas de seguridad.
En Estados Unidos impusieron el concepto
de “equivalencia insustancial”, el cual
significa que, si un cultivo GM se parece
a su equivalente no GM y se cultiva
igual, entonces lo es: no se requiere ninguna
prueba de seguridad para que la gente se
alimente de él.
Cierto, tal vez el maíz GM contenga virus
y genes resistentes a los antibióticos
agregados, así como un gen que lo hace exudar
insecticida de cada hoja, tallo y raíz, pero
para el gobierno de Estados Unidos se ve
y se cultiva como el maíz, así que es seguro
para comer.
Los cultivos transgénicos enfrentan creciente
evidencia científica de incertidumbre y peligro.
Pero ahora, a causa del alza constante en los
alimentos, vuelve a ser noticia la afirmación de
la industria de que son necesarios para
alimentar al mundo. Sin embargo, una razón clave
de la carestía alimentaria –aumento de precio
del petróleo, que a su vez eleva el de los
fertilizantes– también representa una amenaza
masiva a los cultivos transgénicos. Todos los
cultivos GM presentes y futuros dependen
de fertilizantes artificiales, basados en el
petróleo, y todos requieren ser tratados con
pesticidas para sobrevivir.
En 2006, el Departamento de Agricultura de
Estados Unidos, favorable a los
transgénicos, observó que “los cultivos GM
disponibles actualmente no incrementan el
rendimiento potencial”, señalamiento que ya
había sido hecho por un informe de la
Organización de Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO) en
2004, el cual reconocía que los cultivos GM
“podrían tener menores rendimientos”.
El informe Evaluación Internacional de Ciencia y
Tecnología Agrícola para el Desarrollo (IAASTD,
por sus siglas en inglés) de la ONU,
publicado recientemente, que reúne el trabajo de
más de 400 científicos internacionales acerca
del futuro de la producción global de alimentos
ante los desafíos del calentamiento global y la
presión demográfica, concluyó que los cultivos
transgénicos no tienen gran cosa que ofrecer.
Confirmando las conclusiones de una conferencia
anterior de la FAO, el informe IAASTD
reconoció el verdadero potencial de la
agricultura orgánica para contribuir a alimentar
al mundo en una era de precios petroleros
galopantes y de urgente necesidad de reducir
gases de efecto invernadero, porque los sistemas
orgánicos usan energía solar y trébol para fijar
el nitrógeno del suelo, no petróleo y gas. El
valor de este método fue confirmado también en
un informe emitido este año por el Centro
Internacional de Comercio, que da asesoría
técnica a la OMC y a la ONU.
El nuevo reto que enfrentamos es: ¿cómo
alimentar al mundo ahora que el petróleo y el
gas se vuelven más caros y escasos, y a la vez
reducir los gases de efecto invernadero en 80
por ciento para 2050? Nadie sugiere que la
respuesta a eso sean los transgénicos.
Peter Melchett*
Tomado de
The Independent
2 de septiembre de 2008