La historia demuestra que cada
imperio impone sus principios
ideológicos, religiosos o
culturales, a los pueblos que busca
dominar. Griegos, romanos, incas o
mayas actuaron así. Actualmente, el
imperio más poderoso de la historia,
que tiene su centro en Estados
Unidos, considera que América
Latina es parte de la base de su
poder y que en toda la región es
necesario promover el capitalismo
privado, el libre comercio y la
inversión extranjera e interna en
empresas.
Las concepciones que Estados
Unidos sostuvo luego de la
Segunda Guerra Mundial fueron
aceptadas, en sus líneas
fundamentales, por los militares de
América Latina, que -educados
en el centro imperial- terminaron
considerando que los problemas que
afectan a la seguridad
estadounidense alcanzan al
continente y aún a todo lo que
denominan “mundo libre”.
El profesor Wilson Fernández,
en un documentado libro que tituló
“El gran culpable” y en el cual
analiza la responsabilidad de
Estados Unidos en el proceso
militar uruguayo, sostiene que “la
presencia militar en nuestras
sociedades es un hecho central que
no puede ser descuidado. Y menos en
el ámbito de la política y la
‘seguridad interna’, expresados en
el accionar de las fuerzas de
seguridad latinoamericanas, en las
cuales tal presencia es más tangible
que en otros sectores”. En esa línea
han actuado embajadores de
Estados Unidos, desconociendo la
soberanía de los países
latinoamericanos. Y cuando hubo
gobiernos y pueblos que se opusieron
a la voluntad del centro imperial,
se respondió con la invasión, como
ocurrió en 1954 en Guatemala,
o con el apoyo a la traición
interior, como en 1973 en Chile.
Los militares que aceptaron la
orientación dictada desde lo que se
llamó “Escuela de las Américas”
(a la que asistieron en casi medio
siglo más de 60 mil integrantes de
las Fuerzas Armadas de
Latinoamérica y en la que
recibieron preparación varios de los
militares que encabezaron dictaduras
de la región) coincidieron -importa
subrayarlo- con la posición de los
partidos de derecha (en Uruguay,
sostenida por importantes sectores
blancos y colorados).
Diarios de Uruguay (“El Día”,
vocero del Partido Colorado, y “El
País”, del Partido Nacional)
apoyaron, por ejemplo, el golpe de
Estado de 1964 en Brasil.
Alineados en la posición de
Estados Unidos, primero acusaron
insólitamente al entonces Presidente
brasileño Joao Goulart de
“abrirle las puertas al comunismo”.
Acompañaron la posición del
“Washington Star” que sostenía -sin
ambages- que “una rebelión de las
Fuerzas Armadas conservadoras de
Brasil podría muy bien servir
los mejores intereses de todas las
Américas”. Y una vez producido el
golpe, obviamente promovido desde
Estados Unidos, “El Día”, por
ejemplo, sostuvo en un editorial del
2 de abril que “Minas Gerais, San
Pablo y los Ejércitos II y IV
estacionados en su territorio, se
levantaron como una sola y poderosa
voluntad en las últimas horas en
defensa de las instituciones
democráticas y en primer término, de
la intangibilidad del Congreso de la
Nación amenazado por Goulart
y el comunismo, tanto como de la
autonomía de los Estados, contra lo
que la conjura totalitaria acumulaba
fuerzas desquiciadoras, día a día
más peligrosas”.
Horas después, el 3 de abril, “El
Día” editorializó sobre el
“significado continental del triunfo
democrático”, sosteniendo que la
irrupción militar en el gobierno de
Brasil era “un gran
acontecimiento para América”,
y que “la derrota de la subversión
comunista en Brasil está
llamada a alcanzar proyecciones
insospechadas sobre las
orientaciones continentales”.
Es posible aportar testimonios,
pues, que demuestran el alineamiento
de los militares de derecha de
América Latina con la
orientación impartida desde el
centro imperial, y el respaldo
absoluto -en Uruguay- a esa
política, de los sectores
conservadores de los partidos
tradicionales.
La hegemonía ideológica sobre los
militares de derecha fue
especialmente difundida por
Estados Unidos, con el apoyo de
los medios de comunicación de las
oligarquías nacionales. La
“internacional de las espadas”, que
en la región se concretó en la “Operación
Cóndor”, se alineó con los
intereses del imperio y las
oligarquías locales, respaldando a
los regímenes sombríos que asolaron
la región. Los pueblos, que
soportaron con sacrificio las
tiranías, han buscado caminos de
progreso.
Contra la política del imperialismo,
temas como la integración
latinoamericana o la sustitución del
capitalismo por un socialismo acorde
con la experiencia mundial y las
condiciones de cada país, despuntan,
ya en la América del siglo
XXI.
En Montevideo, Guillermo Chifflet
© Rel-UITA
16
de julio de 2007
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