Muchas 
organizaciones entendieron la urgencia de demandar 
una 
política sectorial 
incluyente, favoreciendo a los débiles y 
garantizando la 
seguridad alimentaria nacional.
 
Andrés Felipe 
Arias 
(ex
Ministro de Agricultura y Desarrollo Rural de 
Colombia), para estigmatizar al 50 por ciento de la leche que se 
transa por “los canales informales” y que, según él, 
es veneno, preguntó en teleconferencia de agosto 3 
de 2008, “¿Qué le voy a dar a mi bebé?”. 
 
En el mismo sentido, en el Congreso de 
Fedegan 
(Federación Colombiana de Ganaderos), el 28 de 
noviembre de 2010, el actual Ministro Juan Camilo 
Restrepo señaló que “la informalidad” es el 
principal “cuello de botella”; es decir, ambos 
coinciden en atribuir a la misma causa los 
padecimientos de la cadena.
 
La FAO, al contrario, dice que el problema a escala 
global es la “vulnerabilidad de los productores” 
frente a la gran industria y Colombia no es 
excepción. 
 
Uno de cada dos 
ganaderos tiene menos de diez reses. Cada vaca 
entrega en promedio cinco litros por día. Una 
proporción muy grande son mujeres rurales que 
complementan el ingreso familiar. La mayoría de los 
animales no se especializan ni en carne ni en leche 
sino en “doble propósito”; todo lo cual limita la 
existencia de hatos de talla mundial como los exige 
la tecnocracia criolla. Para colmos,
un 
oligopolio controla el 85 por ciento de la leche 
pasteurizada.
 
En Colombia, en Brasil o en India hay otros canales, 
con pequeños comercializadores, consumidores de 
bajos ingresos y pequeñas firmas de derivados. Esta 
porción del mercado está en la mira de las grandes 
compañías. 
 
El gobierno, en conchabanza, ha expedido decretos 
prohibitivos de la leche en cantina, pese a que la 
OMS considere que, hervida, es alimento sano y ha 
aceptado capítulos lácteos en seis TLC para que las 
filiales importen desde sus casas matrices, aunque 
el país sea autosuficiente. 
 
Es laxo con la presencia en tiendas y supermercados 
de bebidas lácteas basadas en lactosuero y de otras 
formas industriales engañosas que, sin nutrientes 
auténticos, asaltan la fe de los compradores. Y más 
grave aún, alcahuetea que no se paguen al lechero 
los precios oficiales, como sucede a estas alturas 
de 2011 cuando ni siquiera se han actualizado.
 
Todo un legado de Arias que Restrepo continúa.
 
Usando los medios nombrados y otros más, el interés 
neoliberal es sustituir por extranjera una porción 
significativa de la leche nacional. 
La industria carece 
de capacidad para procesar los 6.500 millones de 
litros producidos al año y, por ende, cabe 
preguntar, ¿de dónde saldrá el sustituto del 
porcentaje que se proscribirá desde el 10 de marzo?
 
Muchas organizaciones entendieron la urgencia de 
demandar una política sectorial incluyente, 
favoreciendo a los débiles y garantizando la 
seguridad alimentaria nacional, y se unificaron para 
resistir esa alianza “público-privada” que planea 
hacer del país una pieza más en la conquista, por 
los poderosos, de un “nuevo mundo” lácteo. 
 
Será un pulso reñido que comienza hoy 9 de marzo.