La reunión de
Naciones Unidas sobre cambio climático que se
realizó en Copenhague en diciembre 2009 fue,
como anunciaron titulares de todo el mundo, un
fracaso. Pero también un parteaguas en muchos
sentidos. Me parece útil acercarnos más al
contenido de ambas cosas.
Por un lado, como mencioné en artículos anteriores, se les
acabó la tranquilidad social a los señores que
pretendían negociar más comercio de carbono y
nuevas tecnologías sofisticadas, caras y
patentadas, para resolver la crisis climática,
sean estos empresas o gobiernos. No quiere decir
que no lo sigan haciendo, pero la movilización y
denuncia social les cortó el circo, el montaje
mediático. También se resquebrajó la careta
seudo-crítica de muchas organizaciones no
gubernamentales (ONG) que participan como
sociedad civil dentro de esta Convención, pero
que están vinculadas directa o indirectamente a
las industrias causantes del cambio climático.
Un ejemplo: el Observatorio Europeo de Corporaciones, con una
coalición de varias organizaciones
internacionales, organizó el concurso La
sirenita enfadada (en alusión a la estatua
símbolo de la ciudad de Copenhague), para
denunciar el cabildeo corporativo que intenta
disfrazar actividades que empeoran el cambio
climático, presentándolas como si fueran
soluciones. Entre los nominados estaban Shell,
la Asociación Internacional de Comercio
de Emisiones, el Instituto
Americano del Petróleo y otras. Se pueden
ver todas las nominadas y las razones para ello
en
www.angrymermaid.org/es.
Finalmente, el 15 de diciembre, el premio a la peor empresa
lo ganó Monsanto, por la falacia de
promover los cultivos transgénicos como solución
al cambio climático, intentando además, a través
de aliados gubernamentales, legitimarlos como
sumideros de carbono. Es significativo que la
multinacional conservacionista Fondo Mundial
para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en
inglés), también mereció una mención adjunta,
por participar con Monsanto en la llamada
Mesa Redonda de la Soya Responsable, que intenta
justificar la criminal expansión tóxica de la
soya en Brasil y el sur de América
Latina.
También hubo parteaguas entre representantes de gobiernos
dentro de la Convención.
Como trasfondo, la presidencia danesa se dedicó de forma
vergonzosa a favorecer procesos antidemocráticos
y reuniones secretas y/o cerradas entre algunos
países auto-considerados significativos.
Participaron en esas reuniones los gobiernos de
los países que son los principales causantes del
cambio climático global –que afecta y amenaza
seriamente a otros países–; que en lugar
de asumir la gravedad de los hechos y proponer
medidas reales para reducir sus emisiones (lo
cual hubiera sido una verdadera novedad), se
dedicaron a evitar cualquier cambio sustancial
de la situación.
Más tarde intentaron en el plenario sacar a la fuerza un
acuerdo para presentar a la prensa y el mundo
como una victoria histórica. Es una dinámica
como en la Organización Mundial de Comercio
–donde todo se discute y se impone a los demás
desde la Sala Verde del director general, entre
unos pocos países auto-elegidos. Tal como en esa
institución, se sumaron a este juego los
gobiernos de países emergentes como Brasil,
India y China. Igual que en la
OMC, algunos gobiernos de países pobres (en
este caso Etiopía y Bangladesh)
fueron comprados para aparentar
representatividad.
Pero esta vez hubo una fuerte respuesta desde el plenario.
Delegados de países como Bolivia,
Venezuela, Sudán y otros, se negaron
a representar el papel de idiotas útiles que les
tenían asignados y no permitieron que esa
dinámica de intrigas secretas entre países
significativos y la desastrosa propuesta de
acuerdo que salió de ella, fuera impuesta a
todos los demás. La reacción no se hizo esperar.
Varios oficiales europeos y estadounidenses, con
el eco de diversos medios de prensa
oficialistas, acusaron a esos países del fracaso
de la reunión, como si ellos fueran los que se
negaron a un acuerdo para enfrentar el cambio
climático.
Es útil recordar que más allá de declaraciones a la prensa,
según cálculos del propio secretariado de la
Convención, el conjunto de todas las reducciones
de emisiones propuestas por los países
industrializados durante las negociaciones,
equivale a un aumento de la temperatura global
de más de tres grados para el año 2050, lo cual
en la práctica significa planear fríamente la
hecatombe humana, alimentaria y ambiental de
varios países isleños, africanos y otros, como
Bolivia, que perderían sus glaciares y la
vital fuente de agua que ellos significan. Por
tanto, nunca hubo de parte de los
causantes del cambio climático una propuesta que
no fuera un fracaso. Lo bueno fue que no
lograron presentar su fracaso como victoria.
La movilización social fue fundamental para ello. Otra
reacción inmediata a estos juegos de espejos que
no asumen la tragedia real del cambio climático
fue la convocatoria que lanzó Bolivia a
realizar una Conferencia Mundial de los Pueblos
sobre el Cambio Climático y los Derechos de la
Madre Tierra en abril de este año, para debatir
las verdaderas causas del cambio climático y las
propuestas para enfrentarlo desde la base de las
sociedades.