Faltó
poco. Pero no alcanzó. Y mientras se multiplican las interrogantes sobre el
por qué del fracaso, hay quienes se dicen dispuestos a persistir en la
búsqueda de verdad y justicia y otros que afirman que de todas maneras la
ley de impunidad tiene los días contados.
Los últimos
cómputos oficiales, difundidos este lunes 26 por la Corte Electoral, asignan
a la papeleta rosada del “Sí” a la anulación de la llamada ley de Caducidad
de la Pretensión Punitiva del Estado, un 47,2 por ciento de los votos
expresados en el plebiscito del domingo 25. Se necesitaba la mitad más uno
de los sufragios para que la iniciativa fuera aprobada.
De esta
manera, y por segunda vez en un plebiscito –el otro fue en 1989– los
uruguayos decidieron confirmar la ley que en 1986 dejó sin castigo penal a
buena parte de los responsables de las atrocidades cometidas bajo la
dictadura cívico militar que se extendió entre 1973 y 1985.
El fracaso
caló hondo entre los promotores de la anulación de la ley, porque parecía
que esta vez sí “se llegaba”. El contexto nacional e internacional era en
principio favorable. Un factor central en el fracaso de veinte años atrás,
el miedo, generado por el poder de coacción que aún conservaban los
militares, hoy no opera, y la principal fuerza política que impulsó el
plebiscito del 89 y oficialmente respaldó el actual, el Frente Amplio, ahora
es gobierno y es de lejos el principal partido del país.
Fue
precisamente del Frente Amplio que provinieron las defecciones del 25 de
octubre. Si todo el electorado de esa coalición, que el domingo, en las
elecciones nacionales celebradas junto al plebiscito, arañó el 48 por ciento
de los votos, se hubiera volcado por el “Sí”, la anulación de la ley de
caducidad se hubiera finalmente producido, ya que no pocos votantes de otros
partidos apoyaron también esa opción.
Lo cierto
es que desde los primeros momentos, cuando parecía poco menos que una
quijotada que se consiguieran las firmas necesarias para la convocatoria a
un plebiscito, y hasta el final, el grueso de la campaña por el “Sí” a la
supresión de la ley recayó en el movimiento social, especialmente en el
sindicalismo y organizaciones de defensa de los derechos humanos.
La
propaganda por el Sí estuvo además prácticamente ausente de los medios
masivos de comunicación. Apenas si se la vio, y de manera intermitente, en
los canales de televisión, sumergida por la omnipresente publicidad
partidaria.
Por otra
parte, es probable que no pocos electores hayan sido sensibles al argumento
de que aun con todas sus limitantes la ley de Caducidad dejaba resquicios
por los cuales se coló el actual gobierno para llevar ante la justicia a
algunos de los más connotados represores (una decena de ellos están hoy
presos).
Fueran
cuales fueran las razones del fracaso de la convocatoria a suprimir la ley
de Caducidad del ordenamiento jurídico nacional, lo cierto es que la
decepción fue grande, y particularmente entre los más jóvenes,
sobrerrepresentados en las manifestaciones callejeras por el Sí en relación
a su peso en la sociedad uruguaya y a su nivel de involucramiento en la vida
política.
Pero hay
quienes hacen hincapié en el vaso medio lleno y resaltan que bordear el 48
por ciento de los votos con una propuesta de este tipo (en el 89 apenas se
había llegado al 42), máxime en una sociedad más bien conservadora como la
uruguaya, no es para nada despreciable. Lo señalaron, por ejemplo algunos
periodistas extranjeros.
Por lo
pronto, los organismos de derechos humanos no dejarán de reclamar por verdad
y justicia. Confían en que la ley de Caducidad termine por caer por su
propio peso.
Uruguay
está a punto de ser sancionado por la Corte Interamericana de Justicia
precisamente por no haber eliminado una ley como esta, que a juicio de ese
organismo es una aberración violatoria de todos los tratados internacionales
firmados y ratificados por Montevideo.
En el
plano interno, la Corte Suprema de Justicia la declaró inconstitucional unos
pocos días antes del plebiscito. Lo hizo por un solo caso de delito de lesa
humanidad cometido bajo la dictadura, pero todo indica que se pronunciará de
la misma manera en todos los casos que deba considerar en el futuro.
Anticipándose a quienes pudieran llegar a considerar que una derrota del Sí
en el plebiscito del domingo pasado sepultaría cualquier pretensión de
liquidar la ley de amnistía a los violadores de los derechos humanos, en ese
fallo la Corte estimó que “el ejercicio directo de la soberanía popular por
la vía del referéndum derogatorio de las leyes sancionadas por el Poder
Legislativo sólo tiene el referido alcance eventualmente derogatorio, pero
el rechazo de su derogación por parte de la ciudadanía no extiende su
eficacia al punto de otorgar una cobertura de constitucionalidad a una norma
legal viciada desde el origen por transgredir normas o principios
consagrados por la Carta constitucional".
En claro:
la ley
–aun habiendo sido confirmada en el plebiscito– es intrínsecamente
inválida por violentar derechos fundamentales que no pueden ser avasallados
por ninguna mayoría.
Los
organismos de derechos humanos confían en que se produzca en Uruguay
un proceso similar al que se dio años atrás en Argentina, donde leyes
de alcance similar al de la ley de caducidad fueron declaradas
inconstitucionales, en una cantidad tal de casos que el parlamento se vio
obligado a suprimirlas y abrir así la vía al juicio y al castigo de los
violadores a los derechos humanos.
“Hubiera
sido mejor, qué duda cabe, que aun si a la larga esta ley va a ser
suprimida, fuera el pueblo el que lo decidiera de forma directa, y en ese
sentido no podemos dejar de reconocer que sentimos una profunda amargura”,
dijo a Sirel un integrante de la Coordinadora que promovió el Sí.