Paraguay
La soja transgénica,
origen de la ira y el dolor campesino
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Un clima de
tensión y de indignación se percibe ni bien se llega a las
colonias del distrito de Repatriación, en el departamento de
Caaguazú, donde hace pocas semanas dos campesinos murieron
acribillados por la policía cuando pretendían impedir que se
siguiera fumigando unas 70 hectáreas de soja transgénica.
La tragedia se inició cuando otros labriegos, residentes en
el asentamiento Juliana Fleitas, en la colonia Ypekua, se
encontraban esperando a unos 50 campesinos más, quienes se
trasladaban en camión desde la colonia 3 de Noviembre con la
firme intención de paralizar la pulverización que se había
iniciado hacía unos días en las hectáreas pertenecientes a
un menonita. Los manifestantes consideraron en ese momento
que los agrotóxicos utilizados en la soja también
perjudicarían la salud de los lugareños y su ambiente, por
lo que decidieron impedir la acción.
Sin embargo, la inesperada e incomprensible intervención de
la Policía Nacional y del fiscal Angel Baranda, quien
comandaba a los efectivos, no sólo truncó la intención de
los campesinos sino que tiñó de sangre y dolor una protesta
que pretendían desarrollar en forma pacífica, a pesar de las
constantes provocaciones policiales un día antes de la
matanza.
Los policías recibieron la orden del fiscal Baranda de
disparar contra el camión repleto de personas. El resultado
trágico fue la muerte de dos jóvenes labriegos, Mario
Arzamendia y Carlos Robles. Otras 10 personas sufrieron
heridas de diversa consideración, y unas 40 fueron
apresadas, reprimidas y maltratadas por la policía durante
el viaje de traslado desde Ypekua hasta la comisaría de
Repatriación.
La causa iniciada para esclarecer la muerte de los dos
labriegos sigue su curso. Seis policías han sido imputados
por homicidio doloso, entre ellos dos ex altos jefes de la
Agrupación Policial Ecológica y Rural (APER). Las
autoridades judiciales buscan esclarecer los motivos por los
cuales los efectivos utilizaron balas de plomo en una
intervención de este tipo, cuando existe una orden del
gobierno nacional de sólo utilizar balas de goma. También se
intenta establecer el grado de responsabilidad del fiscal
Baranda, quien para muchos fue el que dio la orden de
disparar contra las personas que viajaban en el vehículo.
Los testigos afirman que, en el momento del ataque a los
campesinos, Baranda, vestía un chaleco antibala y portaba un
arma, lo cual dejaría entender que los hechos estaban
preparados de antemano.
Inundados de soja transgénica
Nos trasladamos hasta Repatriación acompañados por el
senador Estanislao
Martínez, dirigente de la Organización
Nacional Campesina (ONAC) y senador por el partido Patria
Querida, quien decidió llegar hasta el lugar para dialogar
con los campesinos y solicitarles calma ante el acecho
constante de los sojeros.
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El senador Estanislao Martínez
haciendo uso de la palabra |
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A medida que avanzábamos hacia las colonias, distantes 45
kilómetros del distrito de Repatriación, el paisaje iba
cambiando drásticamente. Ya casi no quedan bosques ni zonas
arborizadas, sólo interminables hectáreas plantadas de soja
trans-génica. La oleaginosa se erguía “esplendorosa” en los
patios traseros de las humildes viviendas campesinas, casi
confundiéndose con los habi-tantes de las casas, como si
formara parte natural de sus vidas, cuando en realidad
resultan una “visita indeseada”.
A medida que avanzábamos hacia el interior y nos
aproximábamos a una de las colonias, pudimos por fin
observar, aliviados, pequeñas parcelas de cultivos de
algodón, mandioca, trigo y poroto, pertenecientes a los
campesinos. “Por lo menos tendrán para comer”, comenté al
senador Martínez.
Pero la gran diferencia entre la soja y estos productos
radica en que las pequeñas plantas luchan por sobrevivir y
no morir destruidas por el efecto altamente nocivo de los
agrotóxicos, mientras que la oleaginosa goza de buena salud.
Daba pena ver cómo una parte de las hojas del algodón
estaban “quemadas”, marchitas y secas por la acción del
veneno. Paralelamente, el crecimiento de las plantas de
mandioca se detuvo y no pasan de los 10 o 15 centímetros,
cuando lo normal por estas épocas es que sobrepasen los 35
centímetros, según comentaron los campesinos.
Movilización permanente
Llegamos por fin a uno de los asentamientos, denominado El
Triunfo, donde nos recibió un grupo de unos 200 campesinos
con sus familias, que se encontraban a la vera del camino
preparando una vigilia permanente. Los labriegos se muestran
decididos a evitar de algún modo que los matones que
recorren las colonias destruyan sus cultivos, que se
encuentran tan sólo cruzando la calle de tierra colorada. Es
cierto que están en total desventaja respecto a los
poderosos sojeros, quienes tienen dinero de sobra para
contratar a hombres fuertemente armados para que recorran
con total impunidad las colonias, amenazantes y dispuestos a
cualquier cosa. Ellos no tienen armas, sólo sus azadas, de
utilidad para carpir o para hacer frente al enemigo de
turno. Así, bajo una carpa, los labriegos vigilan que los
peones enviados por los sojeros no aprovechen la cerrada
oscuridad de la noche para intentar fumigar el sojal ubicado
a unos pocos centímetros de distancia de sus cultivos,
pensando tal vez que los agricultores bajarían la guardia.
Esta vez, como cuando murieron los campesinos, tampoco les
sorprenderían sin estar preparados para la resistencia.
Los colonos “brasiguayos”
Todos los lugareños de El Triunfo apostados en el camino
salieron a recibirnos con la calidez que caracteriza al
campesino paraguayo, contentos porque una autoridad, pero
también un viejo amigo, como Estanislao Martínez, llegue
hasta ellos para escuchar sus problemas. La mayoría de los
cultivos de la oleaginosa pertenece a colonos brasileños,
conocidos popularmente como “brasiguayos”, tentados por los
menores impuestos que deben pagar por la producción y por
los bajos precios, tanto para el arrendamiento o adquisición
de tierras. Los “brasiguayos” arriendan grandes extensiones
a unos 2000 dólares o más por hectárea a los terratenientes
paraguayos, quienes no dudan en realizar la transacción ante
el jugoso negocio.
Pero también pueblan esta zona los colonos menonitas, de
origen alemán. De hecho, el día en que mataron a Arzamendia
y obles los campesinos quisieron evitar que se siguiera
fumigando las 70 hectáreas de un menonita llamado David
Henns, quien luego de la tragedia desapareció del lugar con
toda su familia como por arte de magia, dejando a su suerte
su sojal.
Preparados para la lucha
A diferencia de San Pedro del Paraná, en el departamento de
Itapúa, cuyos pobladores sufrieron intoxicaciones masivas y
sus cultivos fueron totalmente destruidos por los efectos de
los potentes venenos, sin que pudieran casi reaccionar ante
los hechos, los labriegos de Repatriación opondrán una dura
resistencia. Gracias a que lograron contener el avance
masivo de las fumigaciones de las plantaciones de la
oleaginosa, piensan que aún es posible salvar la siembra de
los pequeños cultivos de mandioca, trigo, algodón y poroto
de este año.
Aunque también sus niños han sufrido los efectos de las
intoxicaciones producidas por los agrotóxicos, los casos no
han sido tan graves como los encontrados en San Pedro del
Paraná. Estos pobladores, plenamente conscientes de sus
derechos, se encuentran muy bien organizados. No dudaron en
afirmar que están decididos a morir, si fuera necesario, por
defender sus cultivos y a sus familias.
El denominador común entre ellos es el descontento y la
indignación, así como su disposición a no perdonar más los
errores del gobierno ni a tolerar que la impunidad borre el
recuerdo de sus compañeros asesinados en la lucha por la
tierra o, como en este caso, por evitar que se destruyan sus
sembradíos a causa de los agrotóxicos.
Dijeron que exigirán justicia por las muertes. Además,
solicitaron a Martínez y a otros dirigentes de la ONAC que
también llegaron hasta el lugar que intercedan ante el Poder
Ejecutivo para acelerar los trámites para la expropiación de
muchos terrenos ocupados por campesinos en forma irregular
en las colonias de Repatriación.
Gran parte de las tierras usadas por los labriegos para el
cultivo y para vivir pertenecen a los grandes terratenientes
de la zona, quienes hostigan a los ocupantes, amenazándoles
con que tarde o temprano enviarán a matones a destruir sus
pequeños cultivos para poder arrendar también esas parcelas
a los sojeros.
Martínez y los demás dirigentes de la ONAC indicaron que se
encuentran realizando los trámites necesarios ante el
Instituto de Bienestar Rural (IBR) para expropiar las
tierras ocupadas, aunque éstos resultan lentos e intrincados
por la burocracia y los manejos dolosos predominantes a
nivel estatal.
Pero mientras prosiguen las negociaciones entre la ONAC y el
IBR, los campesinos seguirán firmes con la intención de
evitar que los agrotóxicos envenenen a sus familias y
eliminen sus pequeños cultivos de subsistencia.
Rosalía Ciciolli
© Rel-UITA
10 de febrero de 2004
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